Editorial
Marlaska, una dimisión demasiado aplazada
Se trata de uno de los ministros del Gabinete que más desgaste acumula, con el problema añadido de que algunas de sus actuaciones, como la precipitada acusación a ignotos grupos fascistas de los incidentes en Paiporta
Existen muy pocos casos en la historia democrática española como el del todavía ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, tres veces reprobado parlamentariamente, corregido por el Tribunal Supremo en una decisión lesiva para el honor y la carrera profesional de un oficial ejemplar de la Guardia Civil y, por si fuera poco, sorprendido en flagrantes «cambios de opinión» a costa de su ciego seguidismo de las actuaciones del presidente del Gobierno. Podríamos añadir el desacomplejado desprecio con el que despacha las reivindicaciones de las organizaciones sindicales de la Policía Nacional y la Guardia Civil, cuyos miembros sufren una ignominiosa discriminación salarial y laboral respecto a los agentes de las policías locales y autonómicas. O, dicho de otra forma, se trata de uno de los ministros del Gabinete que más desgaste acumula, con el problema añadido de que algunas de sus actuaciones –como la precipitada acusación a ignotos grupos fascistas de los incidentes en Paiporta, según Marlaska, «perfectamente organizados», lo que resultó ser falso– atañe a su pasado prestigioso como magistrado de la Audiencia Nacional. Un bagaje político muy pesado que, como hoy publica LA RAZÓN, se redondeó con el fiasco del contrato supuestamente anulado de la munición de origen israelí, lo que llevó al ministro, muy juiciosamente, creemos nosotros, a presentar su dimisión al jefe del Ejecutivo, dimisión que le fue rechazada porque no convenía a los intereses de Sánchez. No es cuestión de plantearse la fidelidad de Marlaska a su jefe de filas, porque está fuera de toda duda, como viene demostrando el ministro, al que desde la propia Moncloa se le ha dejado a los pies de los caballos en innumerables ocasiones –la última, con el proyecto de traspaso de las competencias fronterizas a la Generalitat de Cataluña– pero sí de señalar que ante los ciudadanos el desprestigio del titular de Interior es patente, más en unos momentos en los que las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado se enfrentan a desafíos crecientes en el ámbito migratorio, en el del narcotráfico y ante el incremento constante e imparable de las agresiones sexuales. Y lo hacen con medios insuficientes, como en Barbate; teniendo, incluso, que adelantar el dinero de su propio bolsillo para cubrir desplazamientos ante las carencias de tesorería y soportando unas políticas de personal excesivamente cargadas de nepotismo a la hora de los nombramientos de cargos de responsabilidad y del otorgamiento de medallas y otras distinciones. En estas circunstancias, se hace muy difícil explicar a la opinión pública el mantenimiento contra su propia voluntad de Grande-Marlaska por parte de Sánchez. Se nos dirá que lo más probable es que salga del Gobierno en la inminente remodelación del otoño, pero aunque así fuera, es una destitución demasiado tiempo aplazada, que no se justifica en la lealtad plena del afectado.