Editorial
Un nuevo pontífice en un mundo complejo
León no se apartó del mandato, es cierto, pero eso no significa que planteara cosas fáciles, de devoción infantil, porque lo que la Iglesia pide ni es fácil ni es infantil.
La solemne misa de inicio del pontificado de León XIV, con más de 150 delegaciones oficiales presentes, nos retrotrae a la famosa pregunta de Stalin, ¿Cuántas divisiones tiene el Papa?, que sus sucesores al frente de la tiranía comunista estuvieron en condiciones de responder en 1980, 27 años después de su muerte, cuando en la ciudad portuaria de Gdansk, los católicos polacos levantaron el sindicato Solidaridad, primera piedra en el proceso que llevó a la caída del infame Muro de Berlín y, con él, de la Unión Soviética.
Ayer, en Roma, la Iglesia recibía a un nuevo Pontífice con la pompa y boato que sólo se ofrenda a quien es cabeza de una comunidad de 1.400 millones de fieles extendidos por toda la tierra, un nuevo Papa llegado al solio de Pedro con su personal bagaje de experiencias, su particular visión del mundo y su propia idea del camino a seguir, pero que representa una fe y una doctrina inmutables en sus esencias, las mismas que, a través de una labor de milenios, cambiante y tortuosa, si se quiere, pero con un objetivo preciso e irrenunciable, han conformado el mundo occidental tal y como lo conocemos, es decir, la cuna de la libertad y de la igualdad de los hombres, sin importar su origen o condición. León XIV representa, pues, la misma voz petrina que nos emplaza al bien común desde el amor a Cristo y que nunca ha permanecido en silencio frente a los problemas de un mundo complejo y cambiante.
Ciertamente, quienes ayer esperaran una homilía disruptiva o espectacular, la presentación de un programa revolucionario o la expresión de una nueva teología acorde a las sociedades de lo inmediato se llevarían una cierta decepción, porque Su Santidad no se apartó ni un ápice del mandato de la Iglesia, como tampoco lo hizo su antecesor, Francisco, para cuyos mensajes la izquierda española siempre tuvo una percepción selectiva y partidaria. León no se apartó del mandato, es cierto, pero eso no significa que planteara cosas fáciles, de devoción infantil, porque lo que la Iglesia pide ni es fácil ni es infantil.
Así, León XIV pidió unidad y amor, virtudes incompatibles con la indiferencia rayana en la crueldad de quienes no ven en la inmigración más que el miedo y el rechazo de los otros; y pidió la paz, pero no desde un idealismo naïf de Miss Universo, sino desde la toma de partido por la verdad y la justicia, que es como cabe interpretar su audiencia especial con el presidente ucraniano Zelenski y su referencia a «la martirizada» Ucrania en la homilía. En definitiva, en la plaza de San Pedro vimos a un nuevo Papa que se encaraba con un mundo complejo, como siempre han hecho los pontífices de la Iglesia, desde la apelación al amor entre todos los hombres, que es el amor a Dios. Toca a los fieles intentar lo que parece imposible y no lo es, ejercer la misión allí donde nos toque, como hizo el cardenal, hoy Papa, Prevost.