Educación

Reflexiones de una profesora de ICADE sobre las clases online

Rocío Sáenz-Diez Rojas, profesora de Gestión Financiera de la Universidad pontificia Comillas cuenta su experiencia estos días impartiendo clases online.

Dadme un buen maestro y él improvisará el local de la escuela si falta, él inventará el material de enseñanza, él hará que la asistencia sea perfecta.
Dadme un buen maestro y él improvisará el local de la escuela si falta, él inventará el material de enseñanza, él hará que la asistencia sea perfecta.ICADE

No soy muy tecnológica, lo confieso. Tengo agenda de papel, regalada cada año por una amiga igual de antigua que yo, me tomo mi tiempo comprando bolígrafos que me gusten, leo más novelas impresas que en Kindle, y tengo una relación de amor-odio con mi propio móvil: no puedo vivir sin él, pero a menudo no lo soporto, lo dejo en silencio y lo ignoro un rato largo. Más o menos como a mis cuatro hijos, que tienen entre 12 y 18 años, y estos días están tele trabajando, vamos, entregados a sus instintos electrónicos más bajos, enganchados a la pantalla sin control, y aún encima cumpliendo con su deber: estoy en una videoconferencia, o en una clase virtual, o bajando los deberes del classroom, que es que parecen ministros, oiga. Como me dijo un amigo “el router es el electrodoméstico que más se usa en casa en estos momentos”, ¡y que no se caiga el router, por Dios!

El concepto de trabajo en remoto ha tomado otro sentido estos días. Soy profesora universitaria, y hasta ahora llevarme trabajo a casa consistía en corregir exámenes, leerme algún trabajo de alumnos, preparar ejercicios o materiales, o encerrarme a trabajar en un artículo, usando el ordenador si era necesario. El tú a tú con el alumno, era en la facultad. Siempre. Las clases por supuesto, pero también las dudas, los talleres o las tutorías sobre temas personales del alumno. Esta presencialidad no se daba sólo con los alumnos, sino con el claustro de profesores: las reuniones de equipo o la coordinación de asignaturas. Además de no ser muy tecnológica (tampoco soy Vilma Picapiedra, pero ya me entienden), soy extremadamente sociable, y el trato diario con mis compañeros me da la vida, y no digamos con mis alumnos, que además de rejuvenecerme, ¡me hacen mucho más caso que mis hijos! Muchas veces había pensado, o dicho en voz alta, que a pesar de las maravillosas oportunidades educativas que ofrecen las nuevas tecnologías, y lo que amplían nuestros horizontes, nada puede sustituir la interacción real entre un profesor y un grupo de alumnos.

Y como la providencia, o el destino, tienen sentido del humor, han querido demostrarme que estaba un poco equivocada. En medio de esta dramática pandemia que ha traído tanto dolor y soledad a nuestros mayores, y tanto trabajo heroico a nuestros sanitarios, estoy realizando descubrimientos inesperados. Como la sensación de que, en mi pequeña facultad, estamos todos a una con las pilas puestas tratando de sacar adelante una nueva forma de enseñar, así de repente y sin anestesia, y de cómo la mayoría de los alumnos responden de forma responsable y agradecida a nuestros esfuerzos, animando nuestros aciertos y disculpando nuestros errores. Imagínense la escena, la profe en el salón de su casa, con una pizarra de rotuladores, y grabada por su hijo adolescente con el móvil, explica los intríngulis de cómo se valora un bono en los mercados. He grabado al menos una docena de estos vídeos píldora: vídeo uno, maquillada, pelo de peluquería, aspecto profesional, vamos; allá por el vídeo 5, el pelo está lavado en casa y parece que hay menos maquillaje; al llegar al video 12 tengo un orzuelo en el ojo que me está matando, y mi hijo ha cogido confianza con la cámara del móvil y empieza a hacer contrapicados mientras enfoca la pizarra. ¡Cómo lamento no haber hecho todavía el curso de formación que nos ofrecen sobre cómo grabar vídeos docentes, está el primero en mi lista para la vuelta! Sin embargo, los alumnos parecen contentos y han seguido bien la asignatura: lo de parar el video y volverlo a escuchar cuantas veces sea necesario, resulta que les parece útil. Aunque voy a confesar que tengo pesadillas con el meme que algún alumno gracioso hará con mis videos caseros, qué le voy a hacer, gajes del oficio. También son muy útiles las notas de voz de wassap para enviar comentarios a los trabajos largos; varios comentarios, varias notas de voz, y el alumno va escuchándolas y siguiendo las correcciones. Esto ha supuesto otra novedad: he perdido el control sobre mi número de móvil, lo tienen los delegados, los alumnos a los que dirijo el Trabajo Fin de Grado, y alguno con circunstancias familiares complicadas, y todos están utilizándolo con el máximo respeto y cariño: todavía no he recibido amenazas de muerte a las 3.00 de la madrugada a cambio de un aprobado. Por último, he de confesar que espero las clases virtuales de cada semana con ilusión, en medio de esta rutina doméstica, ¡tenemos todos una cita con el “blackboard collaborate”! Estoy sorprendida de las funcionalidades de estas herramientas: que si me ven a mí con la pizarra, que si pasamos al power point o ahora me preguntan cosas por el chat.

Y me encuentro pensando que la tecnología va a salvarnos, al menos a algunos, de esta situación. ¿Se imaginan los hogares españoles si los niños y jóvenes llevaran dos semanas, más lo que les queda, encerrados en casa y sin posibilidad de seguir con el curso? Es además una tranquilidad saber que al menos estos puestos de trabajo no peligran: tantas empresas y comercios sufriendo, tantos autónomos destrozados, y el sector educativo funcionando a pleno pulmón. Y también pienso en la enorme potencialidad que este teletrabajo, si se organiza bien, tiene para conciliar la vida personal y familiar, para profesores y para muchísimos otros profesionales, y en lo que puede suponer para el desarrollo profesional de tantas mujeres madres trabajadoras, y espero que también para los padres trabajadores. Pero sobre todo, pienso en esta cita de Manuel Cossío que una compañera de despacho de muchos años había puesto en la pared de nuestra oficina:

Dadme un buen maestro y él improvisará el local de la escuela si falta, él inventará el material de enseñanza, él hará que la asistencia sea perfecta.

Así que, en estos tiempos de encierro, de miedos y de improvisación, tiempos en los que la creatividad fluye por internet, maestros y profesores del mundo, ¡va por ustedes!

Rocío Sáenz-Diez Rojas

Profesora Gestión Financiera

Universidad pontificia Comillas