El Euroblog

En manos de Wilders

La Razón
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Cuatro meses después de celebrarse las elecciones anticipadas, Países Bajos tiene por fin un Gobierno, el primero en minoría desde 1945. Los socios de coalición son los liberales de derechas, los democristianos y la derecha populista de Geert Wilders. Será éste último, precisamente, quien decida cuánto debe durar el Gobierno. A pesar de firmar un programa político común con los otros dos partidos, el Partido de la Libertad (PVV) se limitará a prestar apoyo parlamentario al nuevo Gobierno de Mark Rutte.

Hasta ahora, Países Bajos era visto en el exterior como un país liberal y tolerante en donde los homosexuales pueden casarse, los enfermos terminales pueden morir dignamente y se puede consumir drogas blandas en los "coffee shops". A estos rasgos, se les unirá ahora el de un Gobierno que restringirá la inmigración de ciudadanos no europeos para satisfacer las demandas islamófobas de Wilders, que no se cansa de hablar de una Eurabia que aún sólo existe en su imaginación.

La derecha populista holandesa y de otros países europeos han sacado provecho del fracaso del multiculturalismo tal y como lo conocíamos hasta ahora. Europa necesitó emplear a millones de inmigrantes durante los treinta gloriosos años de crecimiento económico que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Los gobiernos facilitaron la llegada de trabajadores extranjeros con la presunción de que volverían a su país algún día. Sin embargo, la mano de obra que llegó en los cincuenta y sesenta se instaló en su país de acogida y no pensó en volver a su tierra.

Los hijos de esa primera generación de inmigrantes y los nuevos que se han instalado en los últimos años parecen, según los estudios, menos dispuestos que sus padres a integrarse en la sociedad que les ha acogido. Así, por ejemplo, los nuevos habitantes de las grandes ciudades europeos se instalaron en barrios periféricos en los que poco a poco se convirtieron en la población mayoritaria.

Estos problemas de integración son aprovechados por la extrema derecha del norte y el centro de Europa para pedir que se cierre el grifo a la llegada de inmigrantes, ignorando que necesitamos la llegada de más inmigrantes para que perviva en el futuro el Estado de bienestar europeo.

Volviendo al caso holandés, el pacto de Gobierno ha provocado fisuras entre los democristianos, entre cuyas filas no todos ven con buenos ojos un pacto con un partido que descalifica el islam y compara el Corán con "Mein Kamp". Los conservadores, que tras las últimas elecciones pasaron de ser el primero al cuarto partido en el Parlamento, han pactado con el diablo con tal de mantenerse en el poder.

El precio de este pacto lo va a pagar la imagen internacional de Holanda, que pasará a ser vista como un país enemigo de los musulmanes. Pocos entienden en Indonesia, antigua colonia holandesa, que su antigua metrópoli enarbole ahora la bandera de Wilders.

De cara a Europa, Países Bajos vuelve a poner sobre la mesa el dilema al que se enfrentan los partidos políticos tradicionales (conservadores y socialdemócratas). ¿Qué tenemos que hacer con la ultraderecha populista? ¿Pactar con ella o aislarla? La respuesta no es sencilla. Lo más probable es que si los partidos clásicos establecen un cordón sanitario alrededor de los ultras, éstos se beneficien de cierto sentimiento de victimismo.

Probablemente, lo más sensato sería dejar que los populistas participaran en el juego político para desde allí desmontar sus mentiras y sus medias verdades. De otra forma, puede ser que en algunos países el tradicional bipartidismo entre derecha e izquierda pase a ser entre derecha y ultraderecha. ¿Se imaginan qué tragedia sería que ambos compitieran en radicalidad y dureza contra la inmigración y el crimen?