Extrema derecha

Hollande, en caída libre

El presidente François Hollande, durante la entrevista de anoche en la cadena pública France 2
El presidente François Hollande, durante la entrevista de anoche en la cadena pública France 2larazon

Si nada lo remedia, François Hollande pasará a formar parte dentro de un año del exclusivo “club” de presidentes de la V República francesa que han permanecido un sólo mandato en el Palacio del Elíseo. En tal selecto grupo estará acompañado de Valéry Giscard d'Estaing (1974-1981) y Nicolas Sarkozy (2007-2014).

Aupado al poder en 2012 como “el presidente normal” en oposición al “hiperpresidente” Sarkozy, pronto defraudó las expectativas de un electorado sediento de cambio tras diez años de gobiernos conservadores. La hegemonía socialista en regiones, ayuntamientos y ambas Cámaras legislativas y el Elíseo no fue suficiente para aplicar el programa de cambio que prometía en campaña. De hecho, tras dos primeros años sin resultados económicos, Hollande puso en marcha un giro social liberal del que aún se aguardan sus frutos. Su Pacto de Responsabilidad, que bajaba los impuestos a la patronal en 40.000 millones de euros, no han servido para conseguir la ansiada “inversión de la curva del desempleo”, que se mantiene tozudamente por encima del 10%. Condición que se ha autoimpuesto el presidente francés para optar a un segundo mandato.

Entretanto y a un año vista de las próximas elecciones presidenciales, tres de cada cuatro franceses no desean que Hollande repita como candidato socialista. Un porcentaje similar opina lo mismo sobre la “rentrée” de “Sarko”. Dentro del PS y de la izquierda francesa, crecen las voces que ven a Hollande como un lastre de cara a 2017 y apuestan por unas primarias abiertas en las que se pueda al menos frenar la debacle que predicen todas las encuestas. Es decir, que el presidente sea barrido de la segunda vuelta de las presidenciales por Marine Le Pen, tal y como consiguió su padre y fundador del Frente Nacional, Jean Marie Le Pen, en 2002.

Sin embargo, la diferencia con respecto a entonces es que en 2002 el éxito de la ultraderecha fue una sorpresa para propios y extraños, mientras que ahora se trata de una promesa autocumplida. El propio primer secretario del Partido Socialista, Jean-Christophe Cambadelis, esgrime antes los suyos un escenario apocalíptico para la próxima legislatura: la derecha en el Gobierno, la ultraderecha como principal partido de la oposición y un grupo socialista reducido a sólo 90 diputados en la Asamblea Nacional.

¿Qué baza le queda entonces a Hollande? Pues la del descarte, la de convertirse ante los franceses en la opción menos mala frente a un Sarkozy bajo sospecha en varios sumarios judiciales y una Le Pen que hace rechinar los dientes a los socios europeos. Sólo así podría garantizarse un segundo mandato presidencial. De ahí que muchos especulen con una inminente disolución de la Asamblea Nacional y la convocatoria de elecciones anticipadas. La previsible victoria de Los Republicanos (la nueva marca electoral de la derecha gala) sería, según los analistas, un regalo envenenado para la oposición, que no dispondría de tiempo suficiente para lograr resultados palpables ante el electorado y pondría en primer plano su división para elegir candidato presidencial.

Otra cosa bien distinta es que logre sobrevivir el socialismo francés, empeñado en poner en marcha las reformas tantas veces aplazadas y que, como en el caso de la nueva ley laboral, ni la derecha se ha atrevido nunca a poner en marcha. Las manifestaciones sindicales y estudiantiles contra la reforma laboral ponen de manifiesto la creciente desconexión entre la dirección socialista y su base electoral, compuesta históricamente por funcionarios del Estado.

pgarcia@larazon.es