Cataluña
El maquinista ya no vive aquí: ha puesto en venta su casa
Francisco José Garzón no ha vuelto a su piso de La Coruña desde que ocurrió el accidente. Permanece en una casa rural de la zona junto a su madre, según el testimonio de sus vecinos
Nadie sabe dónde está. Tan sólo dos personas muy próximas a Francisco José Garzón (52 años) conocen el lugar donde intenta recuperarse. Fuera de Galicia, en casa de un amigo... son muchos los sitios a los que los compañeros y los vecinos apuntan, aunque dentro del gremio se cree que está en una casa rural. Y es que el maquinista que conducía el tren Alvia que descarriló unos kilómetros antes de llegar a Santiago, tras prestar declaración ante el juez, recogió a su madre en La Coruña y decidió desaparecer, alejarse del ruido mediático y evitar a la Prensa.
En la capital gallega vive desde hace varios años, aquí tiene fijada su residencia, aunque no pasaba mucho tiempo en el barrio popular donde tiene un piso. Sólo paraba por ahí cuando tenía algunos días libres, ya que el Alvia que conducía hacía el trayecto Madrid-Ferrol y hacía parada en La Coruña.
Sus vecinos apenas le conocían. Ni en la farmacia pegada al edificio de su vivienda, ni en los bares colindantes afirman haber tenido trato con él. Sólo le recuerda Antonio, que regenta una peluquería cercana y asegura que «cuando volvía de algún viaje se pasaba por aquí». Nunca ha notado nada raro, el maquinista era un cliente habitual, pero con poca conversación. Su itinerancia le ha hecho invisible para muchos habitantes de la zona, que aseguran que, desde que le tomó declaración el juez Aláez, no ha vuelto a pasear por sus calles. Sus amigos son de su mismo gremio, por eso es difícil dar con alguien que compartiera ratos con Garzón.
Aunque sus padres se conocieron en Ponferrada, el trabajo del padre de Paco o «Paquito», como le conocen sus vecinos, les llevó a instalarse en las casas que Renfe tenía en el barrio de Rías Altas, en Monforte de Lemos, un municipio conocido por su historia ferroviaria. De aquí han salido muchas vocaciones, como la de Garzón que, como recuerda Beatriz, del bar Río Sol –justo enfrente de la estación–, «desde niño se le veía con la máquinas, se encargaba de llenarlas de gasoil».
Justo dos días antes de la tragedia, la madre de la joven le había servido la comida en su local. En el portal contiguo a Río Sol, en el primer piso, una casa está en venta. Lleva varios meses buscando comprador. Piden 42.000 euros por un apartamento amplio, de tres habitaciones.
«Es de Paco», asegura uno de los miembros de la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Monforte. «Cuando hacía traslados en esta estación se quedaba aquí». Se fue a este apartamento cuando consiguió plaza en el trayecto que le acercaba a su tierra natal y, a pesar de estar en venta, cuando Garzón para en Monforte, se queda en esa casa. En los sitios que antes visitaba con asiduidad, como el bar de Beatriz o la cafetería de la estación –habitual punto de encuentro de los trabajadores de su gremio– tampoco se le ve desde el accidente.
Antes de marcharse a Cataluña, Francisco José Garzón había compartido su apartamento con Ana, otra vecina de Monforte de Lemos, de su misma edad. Estuvieron casados poco tiempo. «No llega a los cuatro años», comenta un vecino. Ovidio, un carpintero que vive cerca de la casa de su ex esposa asegura que éste tenía muy buena relación con la familia de Ana.
«¿Qué queréis?»
Ella sigue viviendo en la misma casa, junto a su familia. Tiene tres apartamentos en un mismo bloque. «Es la casa roja», indica el carpintero. La madre de Ana pasa el día sola porque sus tres hijos trabajan todo el día en un pueblo cercano, a pocos kilómetros de allí. Tienen un supermercado que funciona muy bien. Ana se ocupa de la caja. Ronda los cincuenta y se sobresalta cuando preguntan por ella. Mira con temor a los periodistas. «¿Qué queréis?» Se pone a la defensiva cuando le preguntamos por su ex marido. No quiere hablar. Está tensa. Es menuda, pero se nota que es una mujer fuerte. Evita mirarnos. «Por favor, marchaos. Es muy buena persona». Es lo único que Ana quiere decir de Garzón.
Él tampoco habla, ni siquiera con los más allegados. Algunos de sus compañeros le han llamado con insistencia, pero no coge el teléfono. «Creo que se lo ha quitado la Policía», apunta uno de ellos. Están preocupados por él. Sólo saben que sigue convaleciente de las heridas que sufrió aquel fatídico día, además del trauma psicológico que conlleva lo que le ha ocurrido. La tragedia de aquel 24 de julio.
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