Política

Pedro Sánchez: Descalificado de un partido que no ha terminado

Lo tenía difícil –con un liderazgo sin consolidar y la desconfianza de los viejos dirigentes– y la carga del pasado y la irrupción de nuevos partidos pesó sobre sus hombros. Quiso jugar a representante de lo nuevo y de la izquierda y se vio sobrepasado en casi todo por Podemos

Pedro Sánchez: Descalificado de un partido que no ha terminado
Pedro Sánchez: Descalificado de un partido que no ha terminadolarazon

El joven dirigente socialista lo tenía difícil. Debía hacer frente, con un liderazgo sin consolidar, un programa confuso y el cansancio y desconfianza de los viejos dirigentes, a la solidez del partido gobernante tras la superación de la crisis y a la irrupción de dos nuevas fieras en los costados del PSOE, que amenazaban la hegemonía que disfrutaba en la izquierda el centenario partido del puño y la rosa. Una tarea titánica para la que Pedro Sánchez no estaba preparado, a pesar de su doctorado en Economía, de haber obtenido el aval de los militantes en unas primarias y de su indudable y meritorio esfuerzo visitando en silencio durante meses provincias y agrupaciones, sin despertar en ellas, es verdad, un entusiasmo indescriptible. Al final, en la culminación de la campaña, en la sede de Ferraz se conformaban con un resultado digno, en torno a cien escaños, que les permitiera seguir siendo segunda fuerza y mantener la jefatura de la oposición.

Con un poco de suerte, agrupando escaños de aquí y de allá les podría caer la lotería de un pacto de izquierdas a la portuguesa y arrebatar así el poder a la derecha, ganadora de las elecciones. El experimento ya lo habían ensayado en ayuntamientos y comunidades hace unos meses con división de opiniones, resultados dudosos y desmoralización de muchos votantes. Pero esto es más grave, en un momento delicado de la vida nacional. Para esta «alianza de perdedores», compuesta por fuerzas heterogéneas, algunas poco recomendables, Pedro Sánchez no contaría en esta arriesgada operación con el aval de los viejos dirigentes socialistas, que consideran semejante pacto de gobierno, peligroso para España y, por supuesto, destinado, con toda seguridad, a que el PSOE acabe, tras su vida centenaria, fagocitado por el partido del nuevo Pablo Iglesias.

Si algo ha quedado claro en estas elecciones es la reconstrucción del mapa político en el que Podemos aspira a hacerse con la manija de la izquierda. Lo de Ciudadanos es más bien, o debería ser, una revitalización del centro-derecha. Lo primero que salta a la vista, observando el resultado de estos comicios, es que Podemos lo tiene a su alcance. La caída del PSOE, que se inició con Zapatero, ha alcanzado niveles inquietantes, por unas cosas y por otras, con el joven Pedro Sánchez. Lo que está sobre la mesa, además del juego bipartidista, es la crisis de la socialdemocracia dentro de la reconstrucción de todo el mapa político, en una sociedad sometida a profundos cambios. El candidato socialista, en esta campaña decisiva para la suerte de España y, desde luego, de su partido, centró su objetivo en acabar con Mariano Rajoy y con el dominio de la derecha. En el altisonante y agresivo argumento de la corrupción no era, desde luego, su partido un espejo limpio en que mirarse. O sea, el candidato socialista carecía de autoridad moral. Sólo al final, cuando ya no había remedio, se enteró de que el enemigo lo tenía a la espalda y que le echaba el aliento en la nuca. Pero ya era tarde. Quiso jugar a representante de lo nuevo y de la izquierda y se encontró con que en las dos cosas le sobrepasaban, –en lo de nuevo, por su derecha y por su izquierda– y se quedaba en tierra de nadie. Tuvo que cargar con sus limitaciones y errores de planteamiento, con la evidente limitación de su equipo de colaboradores y con los errores del pasado socialista. La carga del pasado pesó en todo momento sobre sus hombros. Algo parecido le pasó con el problema de Cataluña, en el que jugó injustamente a la equidistancia entre Mas y Rajoy, sin conseguir definir la llamada «tercera vía», ni la reforma constitucional que propone, ni el alcance del federalismo. Ni Mas ni Rajoy ni, por lo que se ve, la mayoría de los españoles, incluidos los catalanes, han mostrado interés por sus ofertas.

En los debates de la televisión no sólo no consiguió imponer sus propuestas electorales sino que prácticamente no se recuerda ninguna interesante salvo la de derogar todas las reformas importantes –laboral, educativa, fiscal...– de la legislatura que acaba. Demasiado poco.

Su carta de honestidad personal, su proclamada sensibilidad social y su insistencia a favor de lo público, que repite con la energía automática de un muñeco de feria, no pasan de eslóganes de campaña. Su estilo insultante, bravucón y acosador en el mano a mano con Mariano Rajoy le descalificó, por más que algunos le jalearan, para estar en condiciones de ser presidente del Gobierno. Veremos si después de los resultados del 20-D consigue sostenerse mucho tiempo como líder del histórico Partido Socialista. Es el que ha salido peor parado de la contienda. Un deportista como él sabrá reponerse. En el fondo es un buen chico, de buena presencia, que se ha visto obligado a jugar sucio en un partido que tenía perdido y ha quedado descalificado. Normal. A mí Pedro Sánchez me cae bien sobre todo porque es del Estudiantes y del Atlético. ¿Quién le habrá mandado meterse en este lío?