Campaña electoral
Iglesias o cómo asaltar el techo de Podemos
Si no se adelanta al PSOE, la división interna rebrotará con fuerza
Salvo dos tropezones sin mayores consecuencias en las autonómicas andaluzas y catalanas, la historia de Podemos es una sucesión de éxitos electorales: el crecimiento de la formación de Iglesias ha sido continuo desde las europeas de mayo de 2014 a las generales de 2015. Iglesias se juega durante esta campaña mantener la ilusión de perpetuo crecimiento de su proyecto político en el momento más delicado: cuando las encuestas –ayer mismo el CIS– dan por sentado que en la siguiente legislatura Podemos será la principal fuerza de la oposición. No sólo la vitalidad del fenómeno morado está en juego, también el liderazgo de un candidato que para muchos aún no tiene mucho de presidenciable, por mucha corbata que sus asesores de imagen le recomienden llevar. Votar a Iglesias era votar a una esperanza lejana de cambio el 20 de diciembre. El próximo 26 de junio, Podemos ya no será un sueño lejano sino una alternativa cercana y precisamente eso es lo que puede echar para atrás a muchos electores que siguen detectando en el discurso de Iglesias un radicalismo oculto tras numerosas capas de cosmético marketing político.
De los cuatro partidos principales, Podemos es el que basa su mensaje más en los sentimientos y menos en la razón. Son incontables las alusiones de los portavoces del partido morado al «brillo en los ojos», la «máquina de amor», la «sonrisa», la «remontada» y otras figuras retóricas que, a fuerza de repetirse, tienen una peligrosa tendencia a hacerse reales, como saben muy bien Errejón e Iglesias. Esta señal de identidad de Podemos –su emotividad– hasta ahora su mayor ventaja, se puede convertir en su principal punto débil si el partido no cumple las expectativas y los votantes el 26-J les niegan el ansiado «sorpasso» al PSOE.
Aunque el frenesí de actividad de la campaña está centrando la atención mediática en la carrera electoral, conviene no perder de vista que Podemos ha vivido esta efímera legislatura una etapa de clara inestabilidad interna: a la constelción de crisis territoriales con dimisiones que se contaban por decenas en varias comunidades autónomas (Madrid y País Vasco, entre ellas) hay que sumar la crisis desatada por el propio Iglesias al cesar fulminantemente al secretario de Organización Sergio Pascual. Este último episodio de inestabilidad interna provocó el mayor desencuentro que, hasta la fecha, ha habido entre los dos hemisferios del cerebro del partido. Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Hasta ahora Podemos ha ahogado todas estas contradicciones en una contínua huída hacia adelante, una carrera sin paradas hasta el «asalto de los cielos». Pero si las encuestas se equivocan y el miedo a la extrema izquierda mantiene a flote al PSOE el 26-J, Iglesias tendrá que hacer frente a todos estos problemas con la rémora, además, de su liderazgo herido. Y, por si fuera poco, a todo ello hay que añadir la alianza de conveniencia con IU que, en un abrir y cerrar de ojos, se puede convertir en una nueva causa de inestabilidad.
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