Religion
Confinamiento penitencial
La epidemia que vivimos ha coincidido en su fase crítica, con un tiempo litúrgico fuerte para los cristianos: la Cuaresma. Gracias al confinamiento –del que hoy se cumplen exactamente dos meses–, los creyentes hemos podido practicar las penitencias propias de ese tiempo, con más «facilidad» que nunca. Teniendo presente que, para que la penitencia sea válida, debe ser libre y, si no lo es, vivirla como si fuera una renuncia voluntaria. Como nuestra reclusión domiciliaria es forzosa, los creyentes tenemos este sacrificio ganado –gracias a Sánchez– si lo vivimos con esta correcta disposición en cualquier tiempo. Hablando de sacrificios, uno de los más extendidos es el ayuno o dieta, que hoy se practica con profusión aunque no precisamente con fines espirituales, sino por razones de salud, estética, o ambas a la vez. Si bien, nuestra reclusión nos permite teletrabajar y realizar actividades que el vértigo de la actual sociedad nos dificulta desarrollar con «normalidad», ahora, ante la imposibilidad de asistir a Misa y recibir los sacramentos «presencialmente», la Iglesia nos invita a practicar el «ayuno eucarístico».
Así llevamos el confinamiento con «espíritu cuaresmal», incluido el deber de oír las homilías de Sánchez y de Don Simón. En otras épocas de la historia, estos «sacrificios» eran causados por las persecuciones, mediante la quema de iglesias y el martirio de sacerdotes y fieles: la novedad es que ahora los provoca un virus, y sin persecución exterior conocida, en apariencia. Algo hemos avanzado.
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