Estado de alarma
Casado elige la vía dura y quema todas las naves
El pulso con Sánchez termina en las urnas. El «no» a la alarma no tiene retorno
El sábado 14 de marzo Pablo Casado compareció solemnemente en la sede de su partido para confirmar su apoyo a las medidas contra el coronavirus anunciadas por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para activar el estado de alarma. El líder de la oposición le ofreció su apoyo responsable, aunque enmendara su tardanza y su improvisación. Entonces, la impresión fue que la tragedia que se cernía sobre España podía alterar los ritmos de la política, al menos mientras durase la crisis sanitaria, favoreciendo los consensos y la unidad de acción. En dos meses han quedado dinamitadas todas esas expectativas de que se levantaran puentes entre Gobierno y principal partido de la oposición, ni los hubo realmente al inicio de la crisis ni hay posibilidades de que los haya al final. Sánchez lleva la iniciativa y su estrategia no ha tenido nunca como fin conseguir la acción conjunta con el PP. Y en la dirección popular tampoco la han querido. Aunque si Sánchez hubiera gestionado con otras maneras la crisis, Casado habría tenido mucho más difícil colocarse frontalmente en la oposición al Gobierno.
En el PP hay dos partidos con muy poco en común, aunque la disciplina interna mande y silencie las diferencias. Está el PP de Casado y de su órbita de confianza, en Génova y en el Congreso; y el otro PP territorial, sin incluir Madrid, donde los posicionamientos de la cúpula y sus discursos chirrían, sin que pueda simplificarse en un choque entre el «marianismo» y el «aznarismo». El poder lo tiene de nuevo el «aznarismo», y las diferencias son estratégicas, no personales.
Casado ha tomado un camino de no retorno mientras siga este mandato de Sánchez porque toda la Legislatura, dure lo que dure, estará sometida a la gestión de las secuelas del coronavirus. Y el «no» de Casado a prorrogar el estado de alarma es el punto de inflexión sobre el que tendrá que construir ya todo su discurso político, sin apenas margen para el acuerdo, ni siquiera en las cuestiones económicas.
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