Casa Real

Más difícil que el 23-F

Felipe VI ha tenido que hacer frente a retos insólitos en estos seis años. Cuenta con el aprecio popular, pero hay tarea por delante: atraer hacia la Monarquía a las nuevas generaciones

Una familia ve por televisión el mensaje del Rey por la crisis sanitaria al inicio de la pandemia
Una familia ve por televisión el mensaje del Rey por la crisis sanitaria al inicio de la pandemiaJosé Manuel VidalEFE

Los seis primeros años del reinado de Felipe VI han sido tormentosos. Nadie puede atribuir esto a la impericia o imprudencia del joven Monarca, pero la inestabilidad política que caracteriza a esta etapa de la Historia de España ha puesto a prueba su capacidad para arbitrar con efectividad y moderar el funcionamiento regular de las instituciones que le atribuye la Constitución. Ha sido un período especialmente agitado y estamos lejos, entre unas cosas y otras, de alcanzar la normalidad.

Desde que accedió al trono el 19 de junio de 2014 tras la abdicación de su padre, don Juan Carlos de Borbón, el Rey ha procurado evitar cualquier sospecha de falta de neutralidad política hasta el punto de que, bajo su reinado, los comunistas y los antimonárquicos más virulentos han entrado por primera vez a formar parte del Gobierno de la nación, y los partidos abiertamente republicanos de la periferia separatista son los principales apoyos externos del mismo. Es un hecho ostensible y llamativo que los socios del Gobierno del socialista Pedro Sánchez son enemigos declarados de la Monarquía y del orden constitucional vigente, que legitima a la institución.

Esto ha de producir necesariamente incomodidad, pero Felipe VI tiene que hacer de tripas corazón y acoger a sus representantes con buena cara en los actos oficiales o audiencias obligadas. Es lo que se llama profesionalidad. Desde el principio de su Reinado procuró congraciarse con los sectores progresistas con gestos llamativos e inequívocos. La primera recepción oficial tras acceder al trono fue al colectivo LGBT (Lesbianas, Gais, Bisexuales y Transexuales). Procuró suprimir en las manifestaciones oficiales determinados símbolos religiosos y no acudió ni mandó a ningún representante suyo al centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles, que hizo su bisabuelo el Rey Alfonso XIII. Eran concesiones llamativas e inequívocas a la España laica y demostración de neutralidad.

También podía interpretarse como un guiño a los más antimonárquicos el hecho de someter, nada más acceder al trono, a una auditoría externa las cuentas de la Casa Real, y pocos meses después, bajarse un 20 por ciento el sueldo. El afán de limpieza y transparencia fue también exhibido cuando retiró a su hermana Cristina el título de Duquesa de Palma tras el procesamiento de Iñaki Urdangarín. Pero quizás una de las decisiones más llamativas y chocantes haya sido el anuncio de la renuncia a la herencia de su padre y la retirada a su progenitor de la asignación que le correspondía a raíz de unas posibles irregularidades económicas. Esto ha provocado la jubilación del Rey Juan Carlos cuando seguramente más falta hacían su experiencia, su cercanía y su consejo. Él vivió otra etapa complicada, no menos que ésta, y contribuyó decisivamente a salir adelante, protagonizando uno de los reinados más fecundos y descollantes de la Historia de España. Por culpa de los desencuentros y las desavenencias domésticas, la Casa Real durante este sexenio –también en esto, tormentoso– ha quedado prácticamente reducida a los reyes y sus dos hijas, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía. El mayor alivio quizás ha venido de la feliz presentación en público de la Princesa de Asturias, heredera de la Corona.

Con el final del bipartidismo y la irrupción de partidos extremistas en el tablero, ha aumentado en este período la inestabilidad política. Gobiernos poco consistentes han obligado a la repetición sucesiva de elecciones generales y a frustradas investiduras, con las consiguientes consultas rutinarias en palacio. Eso desembocó en la traumática moción de censura del viernes 1 de junio de 2018 contra Mariano Rajoy, mediante la que el socialista Pedro Sánchez, con la ayuda de las fuerzas más disgregadoras, se hizo con el poder. Duró poco. En abril de 2019 hubo que acudir de nuevo a las urnas, pero el candidato socialista no consiguió la investidura. Las elecciones se repiten en noviembre y, desde entonces, gobiernan los socialistas en alianza con los comunistas, sin mayoría parlamentaria y con apoyos externos. No se sabe cuánto puede durar esta alianza del PSOE con UP de Pablo Iglesias. La profunda crisis económica derivada de la pandemia del coronavirus necesita del respaldo económico de la Unión Europea para superar la preocupante situación. Y Europa y los inversores ponen condiciones.

Aparte de la inestabilidad política y de las graves consecuencias económicas y sociales de la crisis sanitaria, el Reinado de Felipe VI ha venido marcado por la crisis catalana y por la mortífera pandemia. En los dos casos el Rey se ha visto obligado a intervenir públicamente con sendos discursos a la nación, los más resonantes de su reinado. En el caso de Cataluña, su vigoroso mensaje del 3 de octubre de 2017 en defensa del orden constitucional, quebrantado en aquella comunidad autónoma, contribuyó a encauzar la situación, con la aplicación por primera vez del artículo 155 de la Constitución y el procesamiento y condena de los políticos insurgentes, pero atizó la animosidad contra la Corona entre las fuerzas políticas secesionistas y sus seguidores. Su oportuno mensaje del 18 de marzo de este año para demostrar su cercanía y animar a los ciudadanos, abrumados por la pandemia, ocurrió mientras sonaba en las ventanas el ruido de las cacerolas. En resumidas cuentas, no ha sido hasta aquí un camino de rosas el Reinado de Felipe VI, que ha demostrado templanza y capacidad para enfrentarse a las dificultades. Cuenta con el aprecio popular, pero no le falta tarea por delante. Entre otras cosas, atraer hacia la Monarquía a las nuevas generaciones. Sin ellas no hay futuro.