Pablo Casado

«Outsider» Casado

Perseguidor de la renovación y de la regeneración, el presidente del PP apuesta por afrontar la crisis por el caso «Kitchen» de cara

Pablo Casado
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Si he de elegir un momento de la carrera política de Pablo Casado que marque su determinación de cambiar el PP, sería una reunión que mantuvo con Soraya Sáenz de Santamaría. Su rival en la lucha interna le citó para ofrecerle un cómodo futuro bajo su manto. Eso sí, debía retirar su candidatura. «Gracias, salgo a ganar. Quiero renovar el partido, y si pierdo, me voy. Hay vida fuera de la política», respondió quien entonces era simplemente «el outsider». Días después, los compromisarios le auparon a la Presidencia.

Si Casado venció hace poco más de dos años a la todopoderosa ex vicepresidenta en el Congreso del PP, ojito derecho de Mariano Rajoy, fue justo porque apostó por la renovación y la regeneración, y porque defendía con orgullo insolente los principios del centro derecha allí donde se le pedía. Era lo que reclamaban las bases, hartas de ver en incendiarias portadas las corrupciones de sus líderes, sin que los protagonistas dieran más respuesta que unos balbuceos culpables.

«Las crisis deben afrontarse de cara. Obviarlas sólo puede traer mayores infortunios», mantiene un ilustre miembro del equipo del presidente popular. Son otros tiempos. En Génova siempre los ha habido tentados de ponerse el chubasquero y esperar hasta que amaine. No es así su líder. No me parece que haya llegado a la primera línea meramente con el propósito de permanecer. Casado ha tomado pronto conciencia de lo que ha de hacer para escapar al grosero intento de linchamiento desplegado por Pedro Sánchez, que retuerce a su antojo el Estado de Derecho para sus fines partidistas.

Naturalmente, el oficio de gestionar riesgos y apagar incendios, más aún desde la oposición, ha forzado a Casado a jugar a la defensiva. Las réplicas del «caso Kitchen» le dejan pocas opciones. El ruido provocado por el registro, por parte de PSOE y UP, de una comisión de investigación en el Congreso ha sumido al PP en una mezcla de hartazgo y desesperanza. «Ningún partido es tratado con tanta inquina como el nuestro». Los cargos populares están que trinan. Fuera de micrófonos, suben los decibelios de sus desahogos con descalificaciones hacia su propia historia. «Kitchen» ha vuelto a recordar a los «jóvenes coroneles» genoveses (ajenos, como su general en jefe, a las pesadas mochilas del aznarismo y el rajoyismo) que siguen recorriendo un camino tortuoso.

Seguramente, cuando Pablo Casado tomó las riendas del PP no se imaginaba lo que se le venía encima. O sí. No ha tenido respiro. Casi no le han dejado margen para convencer a los españoles de la envergadura de su proyecto. Pero es un líder sólido. Con capacidad de amargarle la vida a Sánchez. Y consciente de que debe subirse al ring. Está en su mente hacerlo de inmediato. Sin mirar para otro lado. No es persona que se amilane. Los envites nacionales son tan fuertes que el jefe del principal partido de la oposición debe ser percibido cuanto antes como la alternativa de Gobierno. Esa es su prioridad.

Casado, como ningún otro líder del centro derecha antes, navega en aguas muy peligrosas. Con el iceberg de Cs a su izquierda contemplando la carrera de Inés Arrimadas por «normalizar» el sanchismo; con las «trampas» diarias de Vox, a su derecha. Intentando asentar el mensaje de que su formación no cambia de color según a quién corteje o por efecto de las modas, ni es una formación doctrinaria dispuesta a recuperar discursos de la derecha rancia que nunca estuvieron en el ADN popular. El PP es una alternativa moderada al populismo de izquierda «atrapatodo» de Sánchez e Iglesias.

En esta batalla entre el «fuego amigo» de Ciudadanos y Vox, Casado ha demostrado que su apuesta por la renovación pasa por el equipo. El proyecto está por delante de los intereses de los dirigentes. Escarmentado del sorayismo, auténtico contrapoder, a la nueva dirección no le ha temblado el pulso para cambiar a Cayetana Álvarez de Toledo cuando comprobó su deriva hacia ser portavoz de sí misma y embajadora de un discurso liberal radical, tan legítimo como minoritario en el PP y ajeno a un proyecto que desea ensanchar las dos orillas del partido para que quepan el mayor número de votantes.

Por si fueran pocos e incómodos los «compañeros de viaje» de Casado, ha tenido que lidiar con la «mayoría Frankenstein» que maneja el país. Nunca un líder del PP tuvo que hacer frente a una conjunción de intereses tan inquietante: un PSOE sin proyecto ni rumbo salvo ocupar el poder, rehén del populismo, de los nacionalismos y del independentismo catalán y proetarra. Una auténtica bomba de relojería. Los mandatarios socialistas del pasado siempre mostraron un sentido de Estado gracias al cual PSOE y PP apuntalaron el modelo constitucional y afrontaron los retos suprapartidistas que se encontraron por el camino.

Por otro lado, el líder popular ya ha demostrado que no le tiembla el pulso para borrar a quien esté manchado o se haya aprovechado de las siglas. Tiene interiorizado que su mejor carta es el futuro, sin volver demasiado la vista atrás. Es duro, porque ha de abrirse paso entre campañas incendiarias que rescatan los fantasmas antiguos para desacreditar el presente del PP. «Pablo Casado y los suyos deben evitar ser enterrados por la polvareda que levanta La Moncloa», me comenta una respetada figura de la formación. Al fin y al cabo, este Partido Popular, el nuevo, el de Pablo Casado, ha sido descrito por propios y extraños como el de la ilusión.