Inmigración

El sueño europeo de Youssef se frena en Canarias

A las costas canarias han llegado casi 20.000 inmigrantes este año, tras dejar atrás una de las rutas marítimas más peligrosas

Youssef Saad, en la imagen, llegó a Canarias hace mes y medio por una de las rutas más peligrosas
Youssef Saad, en la imagen, llegó a Canarias hace mes y medio por una de las rutas más peligrosasLaura de PabloLa Razón

Youssef Saad está tomando algo de café y un sandwich cuando nos acercamos a él. En los bajos del paseo marítimo observa cómo se acercan unas nubes oscuras a la playa de Las Alcaravaneras. «En el mar ya está lloviendo», dice. Este joven de 21 años, de la ciudad marroquí de Kelaa des Sraghna, se embarcó en una de las travesías más peligrosas para la inmigración: la ruta atlántica. Estuvo 15 días en el mar, donde la mayoría de ellos estuvo sin agua y sin comida y donde vio morir a varios de los que iban con él en la patera.

No habla español, pero uno de ellos se defiende con el idioma y nos ayuda con la traducción. Youssef nos cuenta que llegó a Canarias hace poco más de mes y medio. Fue uno de los 2.600 inmigrantes que estuvieron hacinados durante semanas en el muelle de Arguineguín, el ya conocido como «muelle de la vergüenza», exactamente 23 días, cuando se supone que no debía de haber estado allí más de 72 horas, tiempo máximo legal para practicarles el triaje sanitario y la filiación, antes de ser trasladados a un dispositivo de acogida. En esos días no pudo hablar con su familia porque no les dejaban cargar los móviles. Asegura que no recibió asistencia jurídica y que muy pocas veces les daban tres comidas al día. «A las 12 y a las seis de la tarde, un bocadillo y ya está». Después de ese tiempo, lo subieron a un autobús y lo dejaron en una plaza, junto a 200 personas más que fueron abandonadas a su suerte en Las Palmas de Gran Canaria. Una decisión de la que todavía hoy nadie se ha responsabilizado.

Ajeno a las intenciones políticas o mediáticas de aquella actuación, Yousseff no esperó más y deambuló por las calles de la capital sin saber bien dónde estaba. Así llegó a esta playa, una pequeña bahía dese la que observa el ir y venir de barcos de carga, pasajeros y hasta de cruceristas y sueña con seguir su viaje.

La crisis de la Covid-19, el reforzamiento de la vigilancia en el norte de África y el mayor control en otras rutas están convirtiendo a la vía atlántica en una de las más riesgosas de la frontera sur de Europa. El portavoz de CEAR Las Palmas, Txema Santana, lleva varios días explicando a los medios que la vía canaria tiene la singularidad de que en ella confluyen migrantes de hasta cuatro países distintos. En estos meses, incluso de seis: Marruecos, Sahara occidental, Mauritania, Senegal, Gambia y Guinea. La mayor parte de las embarcaciones salen del Sahara occidental y, en los últimos meses, se ha visto una mayor afluencia de ciudadanos marroquíes. «Marruecos ha blindado el norte, donde parece que la colaboración está siendo eficaz. Esto está desplazando a las personas hacia el sur, hacia la ruta canaria», añade.

Era la primera vez que Youssef viajaba en patera. Tras la muerte de su padre dejó sus estudios y se puso a trabajar cortando el pelo en una peluquería de su ciudad. Pero con la pandemia todos los negocios empezaron a cerrar. Fue entonces que decidió venir a Europa. «Con el virus no hay nada en Marruecos y tengo que trabajar por mi madre y mi hermano pequeño». Nos cuenta que su madre pidió dinero a otras personas para que él pudiera viajar en cayuco, un viaje que ronda los 1.500 euros.

Desde la costa de Dajla lo intentó dos veces, pero la barquilla no aguantó el peso de todos y se hundió nada más salir. Finalmente, lo logró. «Estuvimos 15 días perdidos, la mayoría sin agua ni comida». En ella iban 27 personas, pero tras varios días en el mar y bajo esas condiciones murieron 17 de ellos. Agacha la cabeza varias veces al recordar el viaje. «A los tres días olían mucho, los lavamos y los tuvimos que tirar al mar». Una imagen que no se le va de la cabeza. «Otro que iba con nosotros perdió la cabeza, preguntaba por su padre y su negocio, y se tiró al agua. Yo creía que íbamos a morir todos».

Tras varios días en medio del mar sin saber dónde estaban se quedaron sin gasolina. Las corrientes del atlántico decidieron su suerte hasta que un barco de pescadores de Mauritania los encontró y llamó a la policía. La patrulla los trajo finalmente hasta las costas canarias.

¿Te arrepientes de haber subido a esa patera?, le preguntamos. «Pero si es que en Marruecos no hay nada», nos responde.

Los días en el mar solo pensaba en su madre y en su hermano de nueve años, y en la vida que quería darles. «Había un chico que leía el Corán, ese no se murió. Los que rezábamos y leíamos el Corán no morimos», nos cuenta mientras señala y mira al cielo: «Dios nos ayudó».

Los días pasan lento y él se desespera. Se atormenta porque él está comiendo y su familia no. Su compañero Ammar le recuerda: «El Corán dice que hay que saber esperar, un día te pasan cosas malas, y al otro día te vendrán las buenas».

El mismo día en que LA RAZÓN charla con ellos, unas mil personas se manifestaban frente a la Delegación del Gobierno en contra de la permanencia de los inmigrantes en hoteles y pidiendo su repatriación. Sin embargo, ellos aseguran que no han sentido actitudes racistas. «La gente que nos ve aquí se acerca a darnos comida o dinero. Ven que no hacemos nada malo, tenemos todo limpio. Hasta la policía ha venido y nos ha dicho que mientras no hagamos nada malo, nos dejarán estar aquí».

Youssef y sus compañeros solo piensan en ir allá donde haya trabajo. España, Italia o Francia. «Yo no quiero hotel, yo quiero trabajar», nos dice. «¿Pensabas que venir a Europa era esto?», le preguntamos al ver en las condiciones en las que viven, hacinados en un baño de la playa y durmiendo en el suelo con unas mantas. «No, no lo imaginé así. Pensaba que Europa trataba bien a los inmigrantes».

–Aun así, ¿es mejor esta vida que la que tenías allí?

Uno de los jóvenes que durante toda el tiempo escuchaba atento, pero en silencio, responde enseguida: «Europa c’est magnifique», «Freedom, freedom», sigue diciendo. Youssef le sigue afirmando con la cabeza. «Aquí la gente tiene derechos; en Marruecos no».