Bronca

Sánchez-Casado: incompatibilidad de Estado

Desde PSOE y PP se afeó ayer la bronca entre sus líderes ante la crisis

Los discursos y la estrategia de Pedro Sánchez y Pablo Casado no consiguen la aprobación de sus respectivos partidos. Con una crisis de Estado abierta en la frontera con Marruecos, la imagen que ayer se vio en el Congreso fue de nuevo de molesto choque de trenes, exagerado y excesivamente sonoro, en una jornada en la que hasta en sus partidos se esperaba un gesto de unidad, aunque fuera solo una puesta en escena ante los ojos de Rabat. Sánchez no estuvo a la altura de las circunstancias para el PSOE de «pata negra», el que trascenderá al «sanchismo». Y tampoco lo estuvo Casado para el partido que ha estado batiéndose con el coronavirus a pie de calle, y que sigue dando la cara en el día a día de la gestión de la pandemia desde los gobiernos autonómicos y municipales que el PP dirige.

Sánchez dedicó no más de 15 minutos el martes a explicarle al jefe de la oposición lo que estaba ocurriendo en Rabat. En esa conversación privada, con más espíritu protocolario que de verdadera búsqueda de la unidad de acción, Sánchez incluso se comprometió con Casado a mantenerle informado de la evolución de la crisis y de los pasos a seguir. Y el líder de la oposición le ofreció su apoyo y avaló la defensa de la soberanía nacional con todos los medios al alcance del Estado.

Pero ayer llegaron al Congreso y se pusieron el traje de faena, en una estrategia en la que todo queda sometido al interés doméstico de cada parte. Ayer sobreactuó más Sánchez, pero al final si hurgabas en la bancada popular o en el PP territorial, tampoco Casado convenció con su discurso a los suyos. Y era un día de Estado, incluso aunque las dos partes den por perdido lo que quede de Legislatura para llegar a ningún tipo de gran acuerdo, ni Judicial ni económico ni social. La reflexión que ayer dejaron en sus organizaciones políticas los dos principales líderes de este país fue que “no saben tomar altura”. El PSOE afea a Sánchez que no busque el acuerdo con el principal partido de la oposición ni siquiera en una cuestión tan delicada como la defensa de los intereses de España ante Marruecos. Sus socios no son compañía ante un desafío que, quienes conocen bien a Rabat, saben que no termina por el hecho de que se vuelva a cerrar la frontera. «El problema trasciende al Frente Polisario porque de fondo lo que hay es una ofensiva para condicionar la política exterior española en un momento en el que Rabat eleva también el pulso a Europa en sus reivindicaciones sobre el Sahara Occidental. Y también están en una estrategia de desestabilización de Ceuta y Melilla, quieren que nos sean incómodas y que la opinión pública española piense que son un problema», explica un ex ministro de Asuntos Exteriores.

De hecho, son barones socialistas los que ayer daban la voz de alerta sobre la inconsistencia de la política de Moncloa y el coste para las siglas del partido. Pero si el dedo se metía en la llaga del PP, también había reproches para el líder popular. «Ha estado mejor Arrimadas», sentenciaban en la bancada del PP. Si ya no por el interés de Estado, incluso por el interés de partido, en las filas populares señalan que ante un problema como el de Ceuta, el presidente del Gobierno «es el que tiene todas las de ganar». «El problema de Casado es que vive completamente al día, al minuto. Cree que su éxito es salir a diario dando caña, y el resultado no es demasiado brillante», valoraban también en el Grupo Popular.

Sobre Casado y la dirección del PP pesan los exabruptos y la radicalidad de Vox, y, por ello, como partido de gobierno, al menos en el tema de Marruecos la primera respuesta fue marcar una línea clara de separación con respecto al ejemplo de Santiago Abascal. Pero luego vino el miedo a que Vox ocupe un espacio en un voto que el PP necesita que sea suyo y que está condicionado por el discurso de los verdes sobre la inmigración o la seguridad, y también la presión provocada por la estrategia de Vox de colocar el foco sobre la posición del PP para descalificarla y presentarla como una rendición al «buenismo» de la izquierda.

Y la decisión ante esta disyuntiva ayer no convenció a los populares . Casado dejó en su partido la sensación de que había perdido una ocasión fácil de aparecer como un hombre de Estado, y que se equivocó por poner voz a los reproches que podría hacer cualquiera de sus “escoltas” en Génova, desde el secretario general para abajo.

El Presidente del Gobierno y el jefe de la oposición están absorbidos por esa burbuja de sus entornos de confianza, donde se cuece la estrategia bronca, de discusión y enmienda en todo, a pesar incluso de que, en el fondo, en sus líneas básicas, sus partidos puedan estar más de acuerdo que con nacionalistas y Podemos, en el caso del PSOE, y con Vox, en el caso del PP.

La conversación del martes entre Sánchez y Casado no tendrá recorrido. No hay luz al final del túnel. Sánchez está hipotecado a las alianzas de investidura, por más que desde su partido apelen a la moderación después del batacazo de Madrid. Y Casado no encuentra un sitio desde el que fortalecer su liderazgo sin que esté en el No a todo lo que hace y dice el Gobierno. La relación es tan crítica que ni siquiera bajo cuerda mantienen abiertos cauces de diálogo, como ocurría en otras Legislaturas en los momentos de mayor tensión.