Crisis

Podemos seguirá en el Gobierno hasta las generales para no hundirse electoralmente

Las municipales y autonómicas medirán la crisis del partido, que vuelve a la calle. Moncloa sentencia: «Están muertos»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras una declaración institucional en La Moncloa
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras una declaración institucional en La MoncloaEmilio NaranjoEFE

La decisión de Podemos de hacer oposición y seguir en el Gobierno no es coyuntural. Así lo confirman en la parte morada, y no pilla por sorpresa al flanco socialista. Esta tensión no tiene tampoco su origen en circunstancias como la polémica subida del precio de la luz. Por cierto, problema que, «sotto voce», las dos partes reconocen hoy en día que «no tiene arreglo», más allá de esperar a que pase el tiempo y «se olvide, como ocurre con casi todo».

El duro choque de estas semanas de verano, en las que la política entre los dos socios se ha resuelto a golpe de tuits o comparecencias de ministros, que daban réplica no a la oposición sino a lo que habían dicho sus socios de gobierno, es sólo el principio de una estrategia calculada y que no tiene retorno para los morados. Quedan dos años de Legislatura, pero el PSOE sabe que no habrá tregua y que esto afectará a la productividad legislativa del Gobierno y a su estabilidad.

Esta situación se debe a que Podemos tiene que luchar por su supervivencia. Antes unas futuras elecciones, en las que, al menos a día de hoy, las encuestas señalan al PP como favorito, el PSOE es el claro destino del voto útil de la izquierda, y esto les podría dejar sin apenas espacio.

Por eso se intentan abrir un hueco dando codazos, lo que no quiere decir que esta estrategia les vaya a funcionar. La oposición dentro del Gobierno es un ruido que perjudica a Pedro Sánchez, pero en la «fontanería» socialista de Moncloa dan por hecho que la travesía será larga, y con efectos en la gobernabilidad, si bien dicen que los morados «están definitivamente muertos».

Si se salieran ahora del Gobierno «se acabarían de hundir», pero no habrá ruptura hasta que no haya elecciones a la vista. Entre tanto, Podemos seguirá trabajando para dificultar que haya un Gobierno «de Estado», con lo que puede decirse que, sin Gobierno de Estado, es imposible, al mismo tiempo, que pueda haber grandes políticas de Estado, que exigen pactos con la mayoría del arco parlamentario, y, especialmente con la oposición.

Podemos exagerará en los próximos meses su condición de partido anti-sistema, como fuerza que impugna la Monarquía, la Transición «y todo lo que se le ponga por delante», precisan en el lado socialista. Y son Gobierno, aunque sean la minoría, y con capacidad de condicionar temas clave en la acción de gobierno. Por ejemplo, en política exterior, donde estás con Venezuela y Cuba, o con la OTAN y con Estados Unidos.

El punto más débil para Sánchez está en los efectos de esta estrategia en las exigencias a las que está sometido el Gobierno para que sigan llegando los fondos europeos. Para que esas reformas, de Estado, puedan salir adelante, primero Sánchez las tendría que pactar con Podemos, «y todo lo demás son ganas de perder el tiempo», sentencian en la oposición.

Ni en el PSOE ni en Podemos se molestan ya en ocultar su malestar con la otra parte. Los morados lo airean de manera obscena, utilizando para ellos las redes sociales, y dedicando más tiempo a cargar contra sus socios que contra la derecha. Y desde el PSOE no se callan tampoco al denunciar la deslealtad de sus compañeros de Gobierno y su «ventajismo» en crisis como la subida del precio de la luz. Directamente señalan al titular de Consumo, Alberto Garzón, y tachan de «populistas» y «demagógicas» las propuestas de Podemos.

Hasta en la supuesta idílica relación del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, hay una construcción teórica que poco tiene que ver con el día a día, según señalan desde el equipo económico del Gobierno. Por supuesto, el perfil de la ministra no tiene nada que ver con el de Pablo Iglesias, ni en formas ni en contenido, pero en ese equipo económico manda la vicepresidenta, Nadia Calviño, con plenos poderes por parte de Sánchez, incluso para «jugársela» a la parte morada en su estrategia de apuntarse todos los movimientos sociales del Ejecutivo.

Los más veteranos en el PSOE coinciden bastante en el análisis de la crisis interna, que, salvo sorpresa, acompañará a la coalición hasta que se celebren las próximas elecciones. El principal problema de los Gobiernos de coalición está siempre en cómo hacen ver que no son dos cuerpos separados, con intereses encontrados, y sin más unión que la supervivencia de partido de cada una de las partes. Y PSOE y Podemos ya ni siquiera trabajan para intentar disimularlo.

Con la salida de Iglesias del Gobierno, Podemos se ha quedado incluso sin la capacidad de trasladar a la opinión pública la imagen de mediadores decisivos en la crisis catalana. La única vía que tienen para hacerse un hueco es «poniéndonos constantemente la zancadilla», se quejan en Moncloa. El PSOE asume resignado esta situación, con la confianza puesta en que los próximos procesos electorales territoriales den la puntilla a sus socios. Ahí es donde señalan la inflexión que decida el final de una cohabitación en guerra.

El derrumbe territorial de Podemos en las próximas autonómicas y municipales, ya constatado en la crisis de sus satélites regionales, obligará posiblemente al partido a tensar, hasta la ruptura, la relación con el PSOE. La excusa sólo puede venir del ámbito del incumplimiento de los compromisos sociales. O al menos es la razón que mejor les puede funcionar electoralmente.

El salto a la calle ya está en las hipótesis de trabajo de los morados. Hay división de opiniones, y la ministra de Trabajo lidera la corriente crítica con este planteamiento más radical. Desde ese lado más «bolchevique» critican la falta de ambición del Gobierno, al que pertenecen, y apoyan las movilizaciones contra las eléctricas para lograr «un Gobierno más valiente».

De momento, el polvorín de Podemos ya ha llegado a la Generalitat de Valencia. La marca morada de desintegra, y ha acabado por salpicar al Gobierno que preside Ximo Puig. El barón valenciano lleva tiempo advirtiendo contra las consecuencias de la tensión forzada por Podemos. «El ruido nunca ayuda, y menos en este momento».

Pero Valencia es sólo el último ejemplo de cómo las luchas internas y las crisis territoriales han acabado devorando por dentro a Podemos. Galicia, Cantabria, Castilla-La Mancha..., el partido ha ido desvaneciéndose en el conjunto de España. Por razones muy parecidas: luchas internas, gestoras, liderazgos efímeros e injerencias a nivel nacional. Y es por eso que el PSOE quiere creer que Podemos no resistirá el próximo examen autonómico y municipal. Ahora bien, la incógnita es si ese voto será voto útil para la izquierda, o frustrará sus posibilidades por irse a la abstención.