Toni Bolaño

El presidente busca aire en Europa

En Europa siete países están dirigidos por partidos socialdemócratas, entre ellos, nada más y nada menos, Alemania y España, y los nada despreciables Dinamarca, Suecia y Finlandia. Hacía décadas que la izquierda no gozaba de este estado de salud lo que provoca que gobiernos que no están en está órbita de la izquierda acaricien acuerdos con el nuevo líder de Alemania como es el caso de Emmanuel Macron en Francia, dónde la izquierda tiene pocas posibilidades de subirse a la presidencia de la República, o Mario Draghi que ha consolidado un Gobierno de concentración nacional. Con ambos ha hablado Olaf Scholz y el presidente del Gobierno no le ha ido a la zaga.

Por su parte, la derecha europea está desnortada porque carece de un claro liderazgo y no existe un partido que marque una misma línea en los diferentes países, porque ni Macron ni Draghi están por la labor y menos con los países del antiguo telón de acero. Scholz sabe que España es un aliado porque los retos europeos no son menores –véase que el canciller ha hablado de forma repetida de la cumbre de la OTAN y de la situación -grave- en Ucrania emplazando a Rusia a una desescalada porque una amenaza militar tendría graves consecuencias políticas y económicas– y Sánchez sabe que debe aprovechar esta palestra y ha conseguido su anhelada foto acompañada del anuncio de una cumbre bilateral.

Ambos líderes han marcado posición levantando la bandera de la socialdemocracia que el presidente ha calificado como la representación de la revolución pendiente en Europa del «respeto y la dignidad» para los ciudadanos europeos. El presidente del Gobierno ha puesto en valor su agenda internacional para intentar compensar los sinsabores de la agenda interna que en los últimos días ha levantado sarpullidos por la polémica con el ministro Garzón, en la que ahora el PSOE dice ahora donde dije digo, digo diego, y que han dejado al PSOE a uña de caballo ante las elecciones de Castilla y León, con la reforma laboral que está en el aire a veinte días de su ratificación en el Congreso, y con la ley de vivienda que parece un campo de minas a tenor del dictamen previsto por el Consejo General del Poder Judicial, sin olvidar la polémica sobre los fondos europeos.

En Europa ha vuelto la socialdemocracia y a Sánchez le va bien. En España, nos dijeron que volvió el PSOE y desde entonces todo es un galimatías. El enredo es tal que las encuestas reflejan casi un oxímoron. Las medidas del Gobierno son vistas en positivo, pero el Gobierno tiene mala imagen, es negativo. Tanto que Sánchez ha tenido que retocar su equipo en Moncloa, lo que demuestra la improvisación del 10 de julio. Antonio Hernando se ha hecho con la unidad de Estrategia que dependía de Óscar López, su jefe de gabinete, y se ha reforzado la coordinación informativa en el Ejecutivo. Lo curioso es que la dirección de la estrategia se cambie en apenas seis meses, lo que implica o que López no ha sido capaz de dirigirla o que está muy empecinado en salvar los muebles de Castilla y León y no tiene tiempo para nada, porque si se pierde –que se perderá– puede ser señalado como el culpable del desaguisado. Y más curioso si cabe que se cree una unidad de coordinación del Ejecutivo que ya existía en tiempos de Iván Redondo con su homólogo Juanma del Olmo. ¿En serio que desde julio esta coordinación no existía? Estos cambios ponen en evidencia que en el 10 de julio todo se hizo con prisas y que la marcha de Redondo no estaba en los planes de Sánchez y aunque han tratado de vestir a la mona de seda, cualquier observador puede ver que tras la seda sigue la mona, y el caos organizativo porque no hay nadie que se encargue de la coherencia del relato. No hay ni «storytelling» y menos «storydoing». No hay ni relato ni se comunica lo que se hace para que la socialdemocracia, también en España, vuelva, comunique y sea la revolución pendiente también de los ciudadanos españoles.