Montañismo

Dos españolas frente al Ogro de los Alpes

Nieves Gil y Lucía Guichot son la primera cordada femenina de nuestro país en subir al Eiger por su emblemática cara norte

Las alpinistas españolas Nieves Gil (izda.) y Lucía Guichot, en la cara norte del Eiger (Suiza)
Las alpinistas españolas Nieves Gil (izda.) y Lucía Guichot, en la cara norte del Eiger (Suiza)Nieves Gil

En algún momento de la madrugada del 15 al 16 de agosto de 1963, a Alberto Rabadá y Ernesto Navarro se les escapó el último aliento en la tenebrosa cara norte del Eiger (Ogro en alemán), una de las míticas paredes de los Alpes. Apenas les separaban 300 metros de la cima, pero no pudieron más. Extenuados y paralizados por el frío tras cinco días de esfuerzos al límite, la tormenta había vencido. Casi dos mil metros más abajo, los turistas de Kleine Scheidegg habían seguido con angustia el trágico desenlace, uno más destinado a engrosar la estadística aterradora del Eiger, que por aquel entonces se cobraba un altísimo peaje: uno de cada tres alpinistas que lo intentaban se dejaban la vida en el empeño.

Esa mañana del 16 de agosto, el inconfundible ruido de las aspas de un helicóptero de socorro rompió el gélido silencio de la pared para constatar que, una vez más, los caprichosos y repentinos cambios de tiempo –una de las principales amenazas en el Eiger– habían vuelto a hacer de las suyas. Nada. Los dos bultos, rojo uno (Rabadá), azul el otro (Navarro) seguían sin moverse. Era el final de una de las cordadas pioneras de nuestro alpinismo.

Casi 60 años después, el pasado 30 de marzo, otra cordada española acometía los primeros largos del Ogro de los Alpes. La aragonesa Nieves Gil, de 30 años, y la madrileña Lucía Guichot, 31, habían improvisado la ascensión soñada ante la previsión de dos semanas con climatología favorable. Era su oportunidad. Al día siguiente, a las nueve de la noche, estaban en la cima. Nada de particular si no fuera porque, hasta donde se tiene noticia, se trata de la primera cordada femenina española en conseguirlo. Casualidad o no, en esas mismas fechas la austriaca Laura Tiefenthaler lograba la tercera ascensión de la historia del alpinismo femenino al Eiger por esa misma cara norte, treinta años después de sus antecesoras.

“De ahí es imposible salir”

Esa fría madrugada del 30 de marzo, Lucía y Nieves se enfrentaron a su primer largo a los pies de la cara norte del Eiger. 1.800 metros de desnivel les separaban de la cima, situada a 3.970 metros. «En lo único que piensas es en disfrutar y en que todo salga bien y no haya ningún percance, porque de ahí es imposible salir por arriba», explica a LA RAZÓN Nieves Gil, agente forestal en Canfranc (Huesca), una comarca, la de la Jacetania, donde su madre, Olga Rived, primera forestal de Aragón, también fue pionera.

«Piensas en que hay que continuar para arriba y no perder tiempo –afirma su compañera Lucía, guía de montaña en el Pirineo y en los Alpes–. Tienes ilusión y ganas, pero no miedo».

Para ambas, la dificultad de una ascensión aureolada a lo largo de los años por la épica y la tragedia suponía el principal desafío más allá de romper ninguna barrera. «El reto era la pared. La verdad es que no nos lo habíamos planteado», señala Nieves. «Era un reto personal. Es una de las grandes caras norte de los Alpes. No teníamos ni idea», corrobora Lucía sobre la posibilidad que tenían de rubricar la primera ascensión de una cordada femenina española.

“La mayor dificultad es mental”

La alpinista aragonesa asegura que durante la ascensión pensó «en esos pioneros que hicieron historia», en referencia a Rabadá y Navarro, una trágica historia que su compañera admite que desconocía. «Me enteré a pie de vía porque nos lo contaron unos amigos».

La pared, en todo caso, reclamaba toda su capacidad de concentración. «Aunque la escalada es muy larga y hay que estar preparada físicamente, la mayor dificultad es mental, porque hay tramos muy expuestos en los que no te puedes caer ni proteger, pues la roca no es del todo compacta, en los que tienes que seguir concentrada a pesar del cansancio», explica Nieves Gil. «La resistencia es lo más duro –corrobora Lucía–. Hay que ir rápido durante todo el día sin parar y casi sin comer ni beber. Requiere a partes iguales resistencia física y mental».

No en vano, escalaron durante 14 horas el primer día y casi 17 el segundo, dos jornadas en las que tuvieron que vivaquear con el termómetro a 15 grados bajo cero. «Cuando nos echamos a dormir estaba temblando», recuerda la altoaragonesa. La cornisa, de apenas medio metro de ancho, tampoco invitaba demasiado a la comodidad. «Hay que anclarse y duermes con el arnés y la cuerda puesta por si acaso», aclara Lucía. Pese a todo, admite, lo más duro es despertarte a las doce de la noche y salir del saco para empezar la jornada de escalada de madrugada.

«Una ascensión como ésta no debería ser noticia en 2022 –argumenta Lucía–; debería ser normal que hubiese cordadas femeninas haciendo este tipo de vías de dificultad». Para Nieves, su escalada a la cara norte del Eiger lleva implícito un mensaje, «que las cordadas femeninas no tengan miedo, porque pueden hacer lo que se propongan».