La opinión
La desconvivencia
Cs apareció desde Cataluña como una revuelta de sensatez
Para los interesados en una visión política aguda sobre el futuro, lo ilustrativo que ofrece la actual situación de Ciudadanos no es tanto los padecimientos de la marca como el destino de todos esos votantes que la han alimentado en los últimos años. Nuestro país genera, cada equis tiempo, un corpus de votantes moderados, reformistas, prudentes, que se manifiestan súbitamente independientes de las corrientes principales de raigambre ideológica habituales. En el último medio siglo pasó con la UCD, con el CDS y volvió a pasar ahora con Ciudadanos.
De una manera superficial y bastante inocua se habló, a raíz de la juventud de Albert Rivera y Pablo Iglesias, de la aparición de una «nueva política», como si todo lo joven fuera necesariamente nuevo. Pero no hay nada más viejo en la historia que el recurrente comportamiento de los jóvenes. El recurso a la coleta eran nuevos afeites para la vieja izquierda radical que –desde que Julio Anguita ya desfilaba por la política – pasó siempre por ella con más pena que gloria.
En el caso de Cs, la historia resulta más compleja porque apareció desde Cataluña como una revuelta de sensatez impulsada por cómicos e intelectuales contra el delirio de los nacionalismos secesionistas. Luego, al extenderse por el resto de España, fue ocupando nichos de reformismo liberal que dejaban vacíos coyunturalmente los dos trasatlánticos principales del bipartidismo. De una manera resumida se ha explicado como una tradición de centro liberal que revive cíclicamente en nuestro país. Y aunque todo lo que se describe de una manera corta y ceñida en el fondo no deja de estar dicho rápido y mal, lo cierto es que no es un mal resumen. Esquemático, de acuerdo, pero no incierto.
El problema es que, a la hora de la verdad, el centro es un mero término locativo y no existe como tal. Existen votantes moderados y sensatos que un día se levantan con el pie izquierdo o el pie derecho y, por su propia mentalidad sensata e independiente, deciden cambiar su voto para adaptarlo a la situación. Eso coloca a los partidos moderados en una terrible situación, porque la moderación es lo que más rápido se pierde cuando las cosas se ponen destempladas. Ahora bien, eso también nos homologa por fin felizmente con el resto de Europa, porque son innumerables los países de nuestro entorno continental dónde ese llamado «centro liberal reformista» se ha visto muchas veces fuera de los hemiciclos, condenado a pasar cíclicamente la travesía del desierto.
Digamos lo que digamos los sabelotodos, lo único cierto es que el futuro de Cs no lo sabe verdaderamente nadie. Porque, en contra de lo que afirmaba Fukuyama, la Historia no tiene fin. La Historia la escriben los humanos con sus actos y decisiones, y mientras existan fiebres terrenales ella permanecerá ahí, evolucionando, siempre cambiante. En Cataluña, la aparición de Cs fue determinante para visualizar y normalizar el abierto rechazo de muchos catalanes a conceptos que estaban en el ambiente pero que era tabú denunciar; como el supremacismo autóctono o el caciquismo de excusa patriótica.
Todo el edificio del socialismo catalanista no fue capaz en cuatro décadas de poner esos temas sobre el tapete y es por ello que, en el origen catalán de Cs, se encontraban muchos socialdemócratas que decidieron romper los complejos de sentarse a hablar con los conservadores. Eso supuso un acicate y una propuesta para el resto de moderados coincidentes del resto del país. Igual que aprendieron a convivir, ahora han de aprender a desconvivir en paz. Pero observemos que, en Cataluña, el socialismo vuelve a las andadas, con su antigua indulgencia de mirar para otro lado. Eso colocará al fondo de pensamiento de un proyecto reformista de nuevo inevitablemente de actualidad.
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