Opinión

Sánchez no puede con Feijóo

El líder del PP no es un niñato que empiece ahora en la política

Las sesiones de control parlamentario de los miércoles se han convertido en algo tan intrascendente como irritante. Al menos para los que pensamos que el Congreso de los Diputados debería brillar con debates bien armados en fondo y forma. Pero no, Gamarra pregunta una cosa y Sánchez contesta lo que le parece, nunca con serenidad, sino atacando, cuando no provocando, a los rivales. De esa manera es imposible poner mesura en unas sesiones que, por desgracia, han desprestigiado sus señorías con sus inapropiados manotazos. Siendo mayor la culpa del Gobierno, pues es quien debería mantener el tono institucional, no entrando a la bronca corriente o generándola, como habitualmente sucede. Ayer, el presidente hizo más de lo mismo con relación al PP, es decir, proseguir en esa campaña ridícula que pretende destruir aFeijóo, ahora acusándole de que no tiene perfil dialogante y es lo mismo que Casado o Ayuso. Planteamiento que se cae por su peso, que es ninguno. Feijóo no es un niñato que empiece ahora en la política. Lleva cuatro mayorías absolutas a sus espaldas y una dilatada trayectoria como persona que escucha, dialoga, negocia y pacta siempre las cuestiones de Estado. En pocas ocasiones ha utilizado el rodillo, pese a tenerlo en Galicia año tras año. Fe de ello dan los sindicalistas, los comunistas y hasta los nacionalistas gallegos.

Feijóo no hubiera tenido el más mínimo problema en acordar la renovación del CGPJ, pese a contar con cierto desgaste por su derecha, de no ser por la arrogancia y deslealtad de quienes han hecho todo lo posible por evitar que el acto se cerrara. Si sabes que rebajar la sedición es una línea roja e insistes en pisarla una y otra vez en negociaciones paralelas con el independentismo, el resultado no puede ser más que el que Sánchez quería que fuese. O sea, que Feijóo suspendiera las conversaciones para así tumbar la bien ganada fama del expresidente de la Xunta como persona de talante y de consenso. Más de lo mismo que el jefe del Gobierno viene haciendo desde que el gallego se le escapara en las encuestas. Hay tal nerviosismo en la Moncloa que vale cualquier cosa por disparatada que parezca. Sánchez no puede con Feijóo, por mucho que lo intente hablando cuatro veces más que él en los debates del Senado. Por más medios públicos a su servicio de que disponga. Por más pesebres que reparta entre la chavalería y la ciudadanía.

Ahora veremos hasta donde está dispuesto a llegar el presidente en su huida hacia adelante. Si sigue siendo incapaz de pactar nada, ni tan siquiera con los vocales del CGPJ que deben designar dos nombres para el Constitucional, tendrá que decidir si pone él los suyos a su antojo, exponiéndose a que el pleno le tumbe la propuesta. Aunque también puede tirarse a la piscina vacía de Podemos haciendo una ley que le permita colocar y quitar magistrados en el TC y el CGPJ, como Bolaños ha hecho sin inmutarse en la televisión pública. Eso tiene bastante peligro, pues en Europa colocarían a nuestro timonel a la altura de Orban, y la UE tiene que seguir mandando fondos (siempre y cuando sepamos justificar en qué se gastan) si no quiere arruinar más la economía. Difícil tesitura, parece obvio. Engañar todo el tiempo a todo el mundo tiene tales riesgos. Llega un día uno y te pega con la puerta en las narices. O llega Puigdemont con su flequillo y su descaro y te deja aún más en evidencia. Preguntó ayer Cuca Gamarra en el Congreso: «¿Quién del Gobierno se reunió con Puigdemont?», «¿quién ofreció una reforma del Código Penal a la medida de los golpistas?», «¿quién ha permitido que las leyes de España se redacten en la sede de ERC?». Buenas preguntas que no van a tener respuesta, salvo que alguien las encuentre. Sánchez miró para otro lado y dijo lo que le pareció, como acostumbra. O sea.