Casa Real
Un heredero que nunca tuvo prisa
Como ocurrió entre Carlos I y Felipe II, el actual Rey emérito influyó decisivamente en el carácter y la educación de su hijo. Hasta su coronación, su principal tarea fue ayudar a su padre
El aprendizaje de padres a hijos se da no sólo entre los humanos, sino también en otras especies evolucionadas, manifestándose en estas últimas muestras de afecto y de enseñanza más que evidentes.
El aprendizaje de padres a hijos se da no sólo entre los humanos, sino también en otras especies evolucionadas, manifestándose en estas últimas muestras de afecto y de enseñanza más que evidentes. Y entre las personas, esa relación de ascendentes sobre descendientes es una de las facetas principales de la vida, que tiene mucho de instinto, pero también de evolución a niveles cada vez más altos.
Si tuviéramos que buscar en la historia de la realeza española casos de conexión especial entre padres e hijos, yo me fijaría, sobre todo, en la de Carlos I y el ulterior Felipe II, de carácter especialmente intenso. Como se aprecia en las biografías de Henry Kammen y de Geoffrey Parker, con una minuciosidad asombrosa, de preocupación de Carlos por la educación de su hijo Felipe; en paralelo a una relación personal que sin duda tuvo mucho de admirativo al tiempo que de controversia.
En ese sentido, y por encima de posibles excelencias de Zúñiga y otros educadores principescos, fue el Emperador quien llevó de la mano a Felipe en un recorrido por todos los territorios políticos de la España de entonces, para presentarlo como heredero, jurando las Constituciones de Cataluña, y los privilegios de los Reinos de Aragón y de Valencia; así como de los de Navarra y del País Vasco.
Visitas que culminaron con las «Instrucciones» que el César escribió de su puño y letra en Palamós: una larga lista de recomendaciones a su hijo,
sobre cómo debería comportarse en el gobierno de sus diferentes reinos, que data de 1543, y que se ha tomado como modelo de consejos áulicos de un padre rey a un hijo que va a serlo.
Luego se produjo el «felicísimo viaje» del príncipe heredero en 1548, cuando se embarcó para Italia recorriendo algunas de sus ciudades, para pasar luego a Alemania, acompañado del Duque de Alba y de los Tercios, hasta llegar a Flandes. Donde se encontró con su progenitor, para amplios recorridos ulteriores por los Países Bajos. Todo un periplo que duró tres años, y del cual, como dice Pedro García Loances, el príncipe volvió a los tres años a España «maduro, viajado y cosmopolita».
En el caso que nos ocupa, diríamos que Don Juan de Borbón pudo influir en quien luego sería Juan Carlos I, pero sinceramente creo que más influencia tuvo Francisco Franco, como verdadero instructor durante años de juventud, hasta 1975.
Y, posteriormente, la relación entre Juan Carlos y Felipe ha sido también determinante para preparar el nuevo reinado, que podría ser el de consolidación de una monarquía parlamentaria, instaurada en la Constitución, en 1978, todavía sin igualdad de géneros a la hora de la sucesión.
En otras palabras, en el Título de la Corona, y cómo se presenta la descendencia del Rey, no según la Ley Sálica, como algunos dicen, sino con el trasunto de la pragmática sanción del siglo XVIII, luego secretamente activada por Fernando VII. Según la cual se permite el reinado de la mujer, pero siempre que no haya descendientes masculinos directos, como le sucedió al indebidamente llamado «El Deseado», con su hija, que sería Isabel II, en vez del varón más próximo al rey fallecido, Carlos María Isidro de Borbón, que como réplica iniciaría la triste y trágica senda de tres guerras civiles en pro de los llamados intereses carlistas. Precisamente, esa Pragmática Sanción quedó inscrita en el artículo 57.1 de la Constitución de 1978, uno de los preceptos que todo el mundo está de acuerdo habrá de ser enmendado en la primera ocasión en que se revise la Constitución.
Claro es que por encima de todo, y más allá de la educación, está el trato entre las personas, en este caso de Juan Carlos con Felipe, que pudo tener sus momentos de mayor tensión en lo concerniente al enlace matrimonial del Príncipe de Asturias, en el que pudo haber otras candidaturas anteriores a la definitiva. Que fue aceptada, según parece, al ponerse firme el principal interesado en el tema, obviamente, el heredero de la Corona.
Por lo demás, la educación del príncipe Felipe, dirigida por su padre el Rey Juan Carlos, no puede haber sido más exhaustiva, valga la expresión. Con sus iniciales preceptores bien conocidos, entre ellos, Torcuato Fernández Miranda. El más importante, por lo mucho que significó en la Transición, al redactar la Ley de Reforma Política, que fue uno de los grandes orígenes de las elecciones democráticas del 15-J de 1977.
Además, la influencia del Rey, hoy calificado con cierta tristeza con el título de «emérito», fue decisiva en la enseñanza de idiomas –por cierto, bien aprendidos—, en la carrera militar, en los aprendizajes civiles en la Universidad Autónoma –donde tuve ocasión de ser su profesor en Estructura Económica—, y en otras actividades más diversas, culturales y deportivas del Príncipe Felipe.
No cabe duda de que entre los 18 de mayoría de edad y los 46 con que llegó a Rey de España, ha habido 28 años de indudable trabajo por parte de Felipe. Con crecientes ocupaciones hasta el momento de la abdicación de su padre. Un tema en el que no es perceptible entrar ahora, pero con la impresión generalizada de que Felipe nunca «metió prisas a nadie para heredar la Corona», sino que tuvo, ante todo, la idea de ayudar al Rey en lo que fuera posible. Si bien es cierto que en los últimos tiempos del reinado de Juan Carlos ya debió sentir una seria inquietud por cómo iban desarrollándose los acontecimientos, hasta llegar al 19 de junio de 2014, el día de su proclamación, curiosamente con una votación previa en las Cortes, que muchos han olvidado, con más del 80 por 100 de votos positivos.
La etapa ulterior de relaciones Juan Carlos-Felipe ha tenido sus luces y sombras. De estas últimas las más densas con ocasión de celebrarse los 40 años de la constitución de las Cortes Generales democráticas, en junio de 1977. Cuando se nos llamó al hemiciclo a los parlamentarios que estuvimos en ese comienzo de nuestra andadura democrática, y vimos cómo al escenario no llegaba Juan Carlos, como muchos deseábamos y la mayoría esperaba. Aunque en las apreciaciones sobre ese momento y sus circunstancias hay razones y sinrazones que ahora tampoco vamos a tratar de resolver.
Últimamente todo parece estar evolucionando a mejor: no tenemos en España dos Papas, como los hay en el Vaticano. Pero sí que tenemos dos reyes que cabalmente se merecen ese título: los dos merecen un respeto, y en el caso de Juan Carlos, cabe decir que cumplió con su deber existencial de ser un Rey que contribuyó, él mismo, a una Monarquía parlamentaria dentro de una democracia avanzada.
✕
Accede a tu cuenta para comentar