La amenaza yihadista
Abdessadek, el líder yihadista que estudiaba mecánica en los Salesianos
Los tres arrestados por entrar a formar parte del Daesh hacían vida normal en la Cañada Real y Vallecas. Sus conversaciones telefónicas precipitaron su arresto por su radicalidad: «Sí, sí, que haya sangre como en la guerra de Siria»
Cada vez que llueve, la mayor parte de los 16 kilómetros de Cañada Real que atraviesan la Comunidad de Madrid de noreste a suroeste se convierten en un barrizal. Exceptuando las carreteras que la atraviesan y dividen en seis sectores, la vía pecuaria no está asfaltada y hay tramos, como a la altura del número 76 del Sector V (en el término municipal de Rivas-Vaciamadrid), que se convierten en un gran charco por donde pasar con un coche normal se convierte en una misión para intrépidos. La madrugada del martes pasado, sin embargo, no tuvieron problema en acceder al lugar media docena de vehículos policiales con varios agentes de la Brigada Central de Información. Irrumpieron en la infravivienda de tres plantas y engrilletaron a todos los adultos de la familia de origen marroquí que había. Hasta dos horas pasaron así mientras algún agente, aseguraron más tarde los inquilinos, se mofaba de que les habían fastidiado el rezo del alba. Un matrimonio musulmán mayor con sus cinco hijas, algunos yernos y una buena pandilla de nietos viven allí desde hace unos 15 años sin relacionarse demasiado con el resto del barrio, mayoritariamente marroquí.
Hasna tiene 20 años y es la cuarta de cinco hermanas. Se casó y separó al año, y la pasada primavera volvió a encontrar el amor en un «hombre bueno». La joven, con hiyab y babuchas desafiando la tierra mojada, barría el pasado jueves esa misma puerta forzada por los agentes, retirando los restos de barro de la entrada. Lo hacía con la tranquilidad del desconocedor absoluto de lo que hace su pareja y del que piensa que todo se trata de un malentendido que pronto quedará aclarado. Ese «hombre bueno», de nombre Abdessadek, en realidad forma parte de una red yihadista que operaba en Madrid bajo los hilos de la organización terrorista Daesh. El individuo, arrestado junto a otros dos «compañeros» en una operación instruida por el titular del Juzgado Central de Instrucción número 4 de la Audiencia Nacional, Fernando Andreu, vivía allí desde el pasado verano, cuando comenzó a salir con Hasna, pero mantenía una vida paralela. A los ojos de su mujer y su familia política sólo acudía a estudiar un curso de FP de Mecánica en Los Salesianos de Atocha (a pesar de ser, en teoría, un «buen musulmán» iba a un centro cristiano) y cuando salía se pasaba por una mezquita de Lavapiés. La zona, según la investigación desarrollada por los agentes de Información, sí la frecuentaba, pero donde realmente pasaba muchas horas Abdessadek Essalhi era en un cuarto piso de la calle Embajadores. Allí la Policía considera que tenían una especie de piso franco donde se organizaban importantes reuniones para seguir con la captación y formación de yihadistas en la capital. Uno de estos jóvenes sin aspiraciones ni arraigo –una de los claves para ser captados– era Walid, un joven marroquí de 26 años procedente de la zona de Casablanca que había convertido a Abdessadek en su «gurú espiritual» y ejemplo a seguir. El juez cree que Walid mostraba «una dependencia psicológica» de Abdessadek de tal magnitud que éste ya ejercía un control total sobre Walid no sólo en materia religiosa, sino que había llegado a «condicionar su forma de concebir el entorno y alguno de los valores vitales más básicos», según se desprende del auto de prisión provisional dictado el pasado jueves por Andreu para los tres presuntos yihadistas. Tanto es así que, según le consta a la Policía, hace unas semanas Walid hasta le pedía permiso para trabajar en un bar, pero Abdessadek no se lo permitió porque vender alcohol es pecado. El joven marroquí daba el perfil de presa fácil para Abdessadek. Hacía un tiempo que había perdido su trabajo, se había separado de su pareja, no tenía un duro y parecía no encontrarle sentido a la vida. En una de sus conversaciones con su «líder» (a quien confiesa que desde que está en Europa nunca se había topado a una persona con tanta bondad como él) le asegura que no le importa morir. «Llegué hasta un punto, amigo, que ya me da igual el mundo, te lo juro. Odio la vida, hubiera preferido estar muerto. Te lo juro, tengo la idea de hacer un atraco o una jugada peor, te lo juro por el Dios más grande», le confesaba el pasado mes de junio. Walid ya se había mudado entonces de la calle Mantuano a Vallecas, donde pasaba largas horas mirando por el balcón (que da a la avenida Peña Prieta) y le daba «asco» ver a chicas «desnudas» por lo que prefiere dedicarse «enteramente a Dios». En su primer domicilio vivía encima de un local donde se juntaban musulmanes de la corriente sufista, a quien ellos les calificaban de «criminales». De hecho, Walid aseguró llevar una semana vigilándoles y siguiéndoles. Llega a mencionar que le gustaría liberar ese local con un bazoka. Su «gurú», Abdessadek, lanzaba una plegaria para que Alá les «facilitara las cosas» y responde: «Mejor con la espada para que haya sangre». Entusiasmado, Walid recoge el guante añadiendo: «Sí, sí, que haya sangre como en la guerra civil», haciendo alusión a Siria. Walid se ve obligado a abandonar el piso de Mantuano y, sin embargo, su admirado líder le deja tirado. Un conocido (quizás por intermediación de Abdessadek) le deja gratis total la habitación de un piso de la Avenida Peña Prieta de Vallecas. Mohamed, compañero de piso, recordaba el pasado jueves el momento en el que entraron los agentes de Información. Forzaron la puerta y al grito de «¡Alto! ¡Policía!» engrilletaron durante otro par de horas a los tres inquilinos marroquíes. Mohamed dice que no tenía trato con Walid, a quien le saca casi 20 años y que vino por su otro compañero. «No salía mucho de su habitación, ni rezaba mucho. Sólo tenía un móvil y usaba el ordenador de mi compañero. Aquí sólo tenía una bolsa con poca ropa y ya. No tenía nada, estaba realmente mal económicamente», aseguraba mientras esperaba la llegada del cerrajero que le arreglase la puerta de la casa. La Policía, quien también se llevó su móvil y su ordenador que aún no ha recuperado, la reventó la madrugada de las detenciones.
«No tenía ni redes sociales»
Para la familia de Abdessadek, nada de esto puede ser cierto. Sabían de la «sana» amistad entre Walid y Abdessadek, pero niegan que el tema religioso o la yihad fuera interesante para ellos. Es más, aseguran que Abdessadek «no tenía ni redes sociales, no consultaba nada de esas páginas que dicen, él sólo practicaba el Islam pero ni siquiera de forma estricta», justificaba su cuñada, que pretende evidenciar la falsedad de todas esas acusaciones asegurando que hasta ella conocía a sus «amigos» detenidos: Walid y Yassin, quien era realmente el líder de la célula y vivía a apenas cinco minutos andando un poco más abajo por la vía pecuaria madrileña, en la parcela 57. Un enorme portón de chapa verde tras la que sólo había silencio estos días era la entrada al «búnker» de quien, según el auto del juez, «ejercía una función de difusor de las consignas del DAESH a través de las redes sociales y a través de encuentros con una de las personas que sitúa bajo su influencia, Abdessadek». Los vecinos, una familia rumana a un lado y marroquíes «recién llegados al barrio» al otro, creen que el resto de la familia se marchó el mismo día de la detención de Yassin. A través de su perfil de Facebook la Policía le relacionó con importantes miembros de esta organización terrorista como el autor del atentado del pasado mes de agosto en un tren que iba de Ámsterdam a París. A pesar de la negación de Hasna y sus hermanas, la «matriarca» de la familia sí podía olerse algo de las creencias radicales de su yerno, según se desprende de las escuchas telefónicas. Abdessadek le confiesa a su suegra el pasado mes de junio que una persona que «conoce desde niño» le está «aconsejando» sobre la «forma de actuar», pero no quería hablar más de ello por teléfono. La madre de Hasna le pregunta si se refiere a una pelea o a religión y éste le responde que a lo segundo. También llegó a decir a esta mujer mientras iba en el metro y vio a un grupo de jóvenes españoles con las caras pintadas: «Maldita su raza, qué asco. Ya no les trago, les odio». Abdessadek también intentó radicalizar a un cuarto individuo: Mostafa Dahouti. Él es el propietario del piso de Embajadores donde se reunían pero no pudo ser arrestado por la Policía ni ese piso fue registrado.
Aunque existen interceptaciones telefónicas entre Abdessadek y Walid desde mayo, los días previos a su arresto el tono subió de forma exponencial; de hecho, se aprecia una radicalización de su mensaje (hablaban con naturalidad de lo placentero que sería matar chiíes) a medida que confiesa sentirse mejor desde que se había «aferrado a la religión». Los días previos a sus arrestos las conversaciones habían tomado un cariz tan preocupante que precipitaron la fase final de la operación policial. Walid hablaba de que se acercaba «la hora» porque se había secado una laguna en Israel, lo que suponía que el profeta había cruzado esa «línea roja» al lanzar esa señal determinante por primera vez en la historia. Abdessadek lo celebraba con un «Alá es el más grande! ¡Alabado sea Dios!». Ambos piden a Dios que les de permiso para entrar en el paraíso.
España es el país de Europa occidental que más operaciones ha desarrollado contra el Estado Islámico. Con las del pasado martes ya son 60 las personas detenidas en España en lo que va de año en relación con el terrorismo islamista. A éstas hay que sumar otras 27 en otros países relacionadas con reclutamiento de terroristas para el Estado Islámico en España (sobre todo en Marruecos), según el Ministerio del Interior. En esta legislatura son ya 171 los detenidos por yihadismo, mientras el Gobierno mantiene la alerta antiterrorista en el nivel cuatro (sólo un escalón por debajo del máximo), que activó tras el atentado en el semanario satírico francés «Charlie Hebdó» en enero de este año.
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