Política

Cataluña

Coger el secesionismo por los cuernos

La Razón
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El presidente Rajoy subió a la tribuna del Congreso consciente de que estaba ante una ocasión histórica. En representación de la antigua, gran y en ocasiones contradictoria nación española. Subió consciente de que representaba a esa nación. Lo representaba institucional, democrática y mayoritariamente, con todo el peso político que ello conlleva.

El primer ministro lleva muchas horas consumidas rumiando un desafío que sólo entienden los que buscan la suicida huida hacia adelante. El Rajoy que en la tarde de ayer hizo uso de la palabra para destrozar jurídica, histórica, institucional, europea y progresistamente a los tres y variopintos emisarios del señor Mas (¡qué error, ¡qué inmenso error!) no dejó resquicio alguno al vuelo gallináceo que representa el separatismo antimoderno y antieuropeo. El presidente sacó del baúl de las esencias parlamentarias una contundencia sin posibilidad de retorno y plasmó ante el conjunto de la soberanía nacional –a los que se dirigía, fundamentalmente a los catalanes españoles y españoles catalanes– una pieza oratoria tajante, sin dobleces, sin recovecos y sin hueco alguno para las interpretaciones.

No se puede confundir valor y precio. Y en ocasiones con el presidente del Gobierno se le toma el número cambiado. «No concibo una España sin Cataluña, ni una Cataluña fuera de España y de Europa...» Punto. Y aparte. Se acabó la broma. De una vez por todas, ¡oiga! Pero para que el señor Mas y sus cuates no vengan con más monsergas les hizo su particular desafío: «Hay una puerta abierta de par en par para aquellos que no están conformes con el actual estado de las cosas: iniciar los trámites para una reforma de la Constitución...». Ahí sí que el misil presidencial iba directo a la línea de flotación de los talibanes rupturistas. Una reforma de la Constitución para conseguir privilegios de unos ciudadanos sobre otros en la España europea y democrática no se hará nunca. El jefe del Ejecutivo quiso aprovechar esta ocasión «solemne» y a la vez atrabiliaria (en el contexto mundial preocupado por otras cosas de comer) para mandar un mensaje a los catalanes: «España y su Constitución no son una mordaza, sino una garantía. El 90,4% de los catalanes que votaron la Carta Magna nunca pensaron que fuera un grillete, sino una salvaguardia...».

El jefe de la bancada mayoritaria (once millones de votos) se presentó también –como no puede ser de otro modo– como el garante de los derechos catalanes para lanzar su estocada hasta la bola: «Yo creo en Cataluña más que ustedes...». Ha sido el presidente de las grandes ocasiones. Sin duda, imbuido y preparado por los numerosos libros de historia que consume en sus noches de insomnio y en sus tardes galaicas, cuando intenta contemplar el panorama desde la atalaya del pasado. Diferenciar las voces de los ecos. Rajoy ha subido también a la tribuna que lo fue de Cánovas, Sagasta, Prieto, Azaña, Ortega, Unamuno, Besteiro y del sinfín de patriotas que trataron de hacer mejor el viejo solar hispano dentro de la «voluntad de vivir juntos», que no otra cosa es la nación. Para los que tenían alguna duda respecto al presunto titubeo de Rajoy, el presidente les dio cabal respuesta. Sin regateo posible ante una deriva infernal que de conseguirse llevará al averno a ocho millones de ciudadanos españoles que pueblan la vieja tierra catalana.

Rajoy, en la seguridad de que cuenta con el 95% de la ciudadanía sosteniendo su pulso contra las pretensiones anti–históricas, quiso dar confianza a esa inmensidad del pueblo que espera de él determinación y para borrar de un tajo sí, pero sin aspavientos hueros, los sueños equinocciales de tan mal recuerdo por estos lares. Diálogo, sí. Pero para las cosas, ¡oiga!, que interesan realmente a los catalanes. Lo demás son gaitas sordas y «castellets» en el aire. Su bancada sacó el apoyo incontestable en estas circunstancias especiales para aupar a su comandante en jefe. Ayer, más presidente que nunca.