Elecciones Generales 2016
Cuando sólo pueden quedar... dos
Rajoy llega al 26-J reforzado, con las encuestas a favor y la mente en esos 130 escaños para intentar la investidura. Sánchez afronta una amarga campaña debilitado tras sus ofrecimientos a la izquierda radical tras el 20-D. Iglesias, crecido y confiado en devorar a los socialistas, quiere ser la tuerca necesaria para formar un Ejecutivo de izquierdas. Rivera, cuestionado, busca conservar sus 40 diputados para ser la pata con la que articular un Gobierno de centroderecha
Un experto sociólogo que trabajó para los dos grandes partidos nacionales define el arranque de esta campaña: «Hemos pasado del “Todos contra Rajoy” el 20-D al “Todos contra todos”» el 26-J. Ello refleja la lucha feroz entre el bloque de centro-derecha frente al de izquierdas, el difícil juego de equilibrios entre las distintas fuerzas y la imperiosa necesidad de pactos. Cuatro aspirantes muy alejados de la mayoría absoluta compiten en los comicios más broncos que se recuerdan con el claro horizonte de un acuerdo que habrá de muñir el ganador. En esta pista de salida, a tres semanas del desenlace, Mariano Rajoy sale reforzado, Pedro Sánchez debilitado, Pablo Iglesias soberbiamente altivo y Albert Rivera cuestionado. Cuatro candidatos en liza con el objetivo de movilizar a un ciudadano desmotivado y bastante harto del espectáculo político de los últimos meses.
Todas las encuestas pronostican que el PP será el más votado, el PSOE y Podemos Unidos mantienen un empate técnico y Ciudadanos es el partido que menos fidelidad de voto conserva. Según dirigentes populares, su intención de voto está ya por encima del 30%, por lo que confían en alcanzar ese tramo de 130 escaños necesarios para intentar la investidura. La gran esperanza del PP es recuperar cerca de un millón de electores que les dieron la espalda el 20-D, bien por quedarse en casa o por trasvase hacia Ciudadanos. El PSOE se desangra en un pugilato sin tregua contra Podemos entre votos y escaños, y la formación naranja intenta preservar los 40 que les haga decisivos para apoyar al vencedor. Nadie se plantea unas terceras elecciones, pero la negativa de Sánchez a cualquier pacto con Rajoy hace impredecible el escenario.
De los cuatro aspirantes, sólo Rajoy puede vender experiencia de gobierno, estabilidad y capacidad de gestión. De acuerdo con su jefe de campaña, Jorge Moragas, afronta estas tres semanas con una constante presencia en la calle, medidas de choque como la bajada de impuestos y un gran esfuerzo en el mundo rural. El objetivo es recuperar a su votante tradicional, ganar siete escaños y rondar los 170 que una suma con Ciudadanos les permitiría formar gobierno. «Satisfecho por el trabajo de servir a España y muy feliz con mi familia». Así define su actual estado de ánimo Mariano Rajoy Brey, candidato de nuevo a presidente del Gobierno, con 34 años de vida política ininterrumpida y 19 con su perfecta compañera, Elvira. Según los estrategas del PP, «Rajoy en cuerpo y alma» es el lema de una campaña muy personal, centrada en el líder gallego. Alejado de los grandes mítines, aunque alguno habrá, dará prioridad a pequeños encuentros con distintos sectores sociales.
En Moncloa y el PP opinan que ahora «valen más cinco minutos en la plaza o bar de un pueblo que un gran mitin». La gente está cansada de parafernalias, actos masivos y prefieren el boca a boca con el líder. Aseguran que en el terreno corto, Mariano se mueve «como pez en el agua. De Mariano Rajoy Brey se han escrito miles de tópicos: tranquilo, apacible, impasible. Pero si hay algo claro en su personalidad es el eterno servicio al Estado como político y su paz interior como hombre. «Soy un tipo serio, normal y fiable», dice el presidente de sí mismo. Esta cualidad, la de ofrecer confianza, y una cierta campechanía cercana, es la base de su campaña en estas elecciones tan abiertas y agitadas. Muy pocos pueden presentar una trayectoria tan dilatada: ha sido concejal, diputado, varias veces ministro, vicepresidente del Gobierno y su máximo represente durante la crisis más dura que ha golpeado a este país, salvado de un rescate gracias a su gestión. «Conviene no olvidarlo», dice, sin presumir, orgulloso de los resultados.
En cuanto a los contenidos, destacan la economía, las buenas cifras de empleo y el amenazante peligro de una izquierda radical que anule los esfuerzos de estos años. Sin olvidar la lucha contra la corrupción que tanto daño ha hecho y una decidida oferta a dialogar con los nacionalistas. «Si todos cedemos, de todo se puede hablar», insiste Rajoy en un claro mensaje a Cataluña. Las críticas de José María Aznar a ciertos aspectos de la campaña no hacen mella en el PP ni modificarán su estrategia. «Mis relaciones con el señor Aznar son estupendas», zanjó Rajoy la pasada semana. Los populares siguen con su hoja de ruta de trabajo bien hecho, estabilidad frente a incertidumbre y riesgo si gobiernan los radicales extremistas. «Nuestra campaña es explicación frente a improvisación», aseguran en el PP con la confianza de que al resto de candidatos, Rajoy les saca ventaja con creces. En su equipo explican que improvisa mucho con la gente, estudia los papeles pero «mete pluma» de su cosecha. «Le cabe el Estado en la cabeza», aseguran.
La posible pata para articular un Gobierno de centroderecha la puede ofrecer Ciudadanos, si bien su líder, Albert Rivera, arranca la campaña con cierta pérdida de votos y cuestionado por una parte de su partido crítica con su pacto con el PSOE y la exagerada agresividad contra Rajoy. El joven catalán que arrancó su lanzamiento político con un desnudo de su anatomía física bajo un lema: «Ha nacido tu partido. Nos importa España», se entregó muy rápido al pacto con Pedro Sánchez y puede pasarle factura. Los expertos coinciden en que la formación naranja es la que menos voto fiel conserva, dado que el 20-D se nutrió de descontentos del PP y el PSOE. Obsesionado con la figura de Adolfo Suárez, algunos le definen como un líder de «castillos en el aire». Es decir, con buena imagen pero nula experiencia de gestión y medidas inconcretas. «Hay que mojarse y no vender humo», dicen sus adversarios.
Albert Rivera es un hombre tímido y se le nota en la manera de orquestar sus manos, en un gesto muy suyo. En las pasadas elecciones logró ser un político de moda por su discurso valeroso en Cataluña contra la independencia, que le ha dado sus mejores réditos. Pero sus bandazos en el resto de España, sus apoyos al PP en Madrid, y al PSOE en Andalucía, revelan todavía un político sin estrategia definida y un partido con ideología variopinta. Aunque la mayoría de sus votantes proceden del centroderecha desencantado, Rivera insiste en ser transversal hasta el final y arrancar votos de un lado y otro como sea. Esto, según expertos sociólogos, no dura eternamente. La defensa de la unidad de España es su mayor virtud. La indefinición, ambigüedad de su discurso y la nebulosa de los pactos postelectorales tras el 20-D, su peor defecto. Su campaña está muy focalizada en medios de comunicación, mucho más que en el trato directo, bajo la losa del acuerdo con Sánchez que a un sector de C’s le pareció «una venta a cambio de nada».
En el flanco del la izquierda, Pedro Sánchez aparece debilitado, bajo las encuestas de un zarpazo en toda regla por parte de Podemos. La frase que un empresario le espetó en el Círculo de Economía: «Ha dado usted la mano a quien ahora se la come», amenaza claramente su cabeza. El temido «sorpasso» por la coalición de Unidos Podemos, la imputación de Manuel Chaves, José Antonio Griñán y la cúpula del socialismo andaluz por los ERE, sus continuas indefiniciones y la mirada crítica de sus «barones» con la lideresa Susana Díaz al frente, amargan su campaña. En Ferraz sacan pecho e insisten en que ninguna encuesta es todavía fiable. Los socialistas opinan que una buena parte de votantes decidirá en la última semana de campaña y confían en que, finalmente, mucho voto de izquierdas retorne al PSOE. «Joven, formado y sin pasado contaminado». Así definen en el equipo de campaña a Pedro Sánchez Pérez-Castejón, el diamante en bruto, una especie de esperanza blanca que llegó a Secretario General después de José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba.
Pero el tiempo ha revelado a un líder inconsistente, enrocado en un «cordón sanitario» contra Rajoy y entregado a Pablo Iglesias, a quien ofreció un enorme poder autonómico y municipal. Ello se le ha vuelto en contra, rebelado a muchos dirigentes territoriales de su partido y le coloca en una situación inédita. Por vez primera en su historia, el PSOE puede no ser la primera fuerza política de la izquierda en favor de los podemitas. Los expertos coinciden en que con Sánchez ha perdido su centralidad, su tradicional moderación, su esencia como partido de gobierno. «Sánchez es lo que el viento se llevó», dice un veterano socialista muy crítico con el secretario general. Sus datos han sido los peores de la etapa socialista y los sondeos no son favorables. Sin embargo, en Ferraz hacen oídos sordos y han diseñado una campaña infatigable por toda la geografía nacional. Reiteran su rechazo a las encuestas, pero son conscientes de que si el resultado es menor que el 20-D la figura de Sánchez quedará en entredicho.
Ni «vieja guardia», ni «zapaterista». Un político valiente, honrado y de nuevo cuño, el único que puede traer el cambio y expulsar a la derecha. Es el mensaje lanzado desde Ferraz, donde se han visto obligados a bajar los ataques contra la corrupción del PP tras el escándalo de los ERE en Andalucía. Su entrega a los radicales de Podemos pese a las humillaciones de Pablo Iglesias, su palanca absoluta a los comunistas de extrema izquierda, su cesión a los gobiernos regionales que nunca habrían tocado poder, ha sido, y puede ser, según todas las encuestas, su tumba definitiva. Por ello, Sánchez ha empezado de nuevo un discurso de mano tendida al sector moderado de Podemos, hurgando en la brecha entre Íñigo Errejón y Pablo Iglesias, algo que levanta las iras en sectores del partido. «¿Alguien piensa que Iglesias le permitirá presidir un Gobierno de izquierdas?», se preguntan los críticos. Si no lo permitió el 20-D, mucho menos lo hará ahora con las encuestas a su favor. El liderazgo de la izquierda es, sin duda, la gran clave de estas elecciones.
Y aquí emerge el cuarto candidato, un Pablo Iglesias soberbio, altivo y crecido, como un ave rapaz contra la presa socialista. Ni en sus mejores tiempos como Delegado de Curso en la Facultad de Ciencias Políticas de Madrid, allá por el 2001, podría haber soñado Pablo Iglesias Turrión llegar tan lejos. Todo un fenómeno mediático que atemoriza y despierta expectación a la vez, incansable estrella mediática y televisiva. Convencido de que puede devorar al PSOE, una vez hecho lo propio con Izquierda Unida, el revolucionario de la coleta está convencido en que será el líder de la nueva izquierda. «Si no le conocieras, pensarías que es un buen chico», ironizan veteranos socialistas cuando le ven ante una cámara. Miente con descaro, se disfraza de cordero bajo una piel de lobo, vende «corazón y sonrisas», olvida con desfachatez Venezuela y está a punto de llevar al PSOE a la ruina.
Profesores, compañeros y amigos de la etapa universitaria de Pablo Iglesias coinciden en su personalidad: frío como el hielo, controlador al más puro estilo marxista y calculador como un profesor de álgebra. «Es como un ave de rapiña hasta lograr su presa». La frase corresponde a un antiguo compañero de Facultad y desvela a un líder político implacable, depredador, con garras y picos afilados. Es la imagen de un hombre forjado en las tertulias televisivas, a quien nadie podía imaginar su ascenso, fiero espadachín dialéctico, pero listo como el hambre. Con unas dotes de demagogia y mercadotecnia que muchos quisieran. «Con poca chicha pero mucho chicharro», afirma un experto sociólogo para explicar el fenómeno Iglesias. O sea, nula gestión y experiencia, pero emociones a tope. Con su coleta al aire, ahora algo más cuidada, unos dientes afilados que no desea cuidarse, el sudor a tope bajo la pertinaz camisa descuidada con esmero, y una lengua viperina contra todos, ha logrado algo importante: capitalizar el descontento.
Le importan un bledo las acusaciones de su relación con Venezuela, Irán y otros regímenes tiránicos. Parece tener bula, sobre todo frente a un PSOE enflaquecido, un Pedro Sánchez faltón contra el PP y una izquierda desnortada. Iglesias no oculta su ambición y hace unos años así lo dijo: «Quiero ser el Lenin español». Aunque ahora, cuando ve a Pedro Sánchez en la picota, modera su lenguaje y se reviste de socialdemócrata. Y aquí está con su partido morado, sus mareas rojas y sus arengas idealistas. Hace tan sólo dos años era un imberbe de las teles. Ahora, aspira a la llave de los futuros pactos en el gobierno de España. Saltó de «la Tuerka» a ser el torniquete necesario. Su discurso de extrema izquierda es anacrónico, pero engancha. Fustigador, cáustico y vengativo, en la sede socialista de Ferraz le llaman «El escorpión». Puede. Pero qué incauto ha sido Pedro Sánchez. ¿Acaso pensó no sufrir el aguijón una vez le había dado todo el poder? Pablo Iglesias se lo puede merendar como un bocadillo de fresco vegetal.
La pasada semana, Felipe González cenaba en Madrid con un grupo de amigos y diplomáticos extranjeros, atónitos ante el escenario político español. Dicen que el ex presidente ve como probable un gobierno del PP con el apoyo de Ciudadanos y la abstención del PSOE. Pero también admite que con Pedro Sánchez todo es impredecible. Lo cierto es que el 26-J se juega la estabilidad frente al extremismo. Y también, el futuro de los candidatos, en especial el de Pedro Sánchez.
Como bien ha dicho Mariano Rajoy, es de esperar que nadie sea tan irresponsable como para provocar unas terceras elecciones. Eso sí sería una ruina.
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