Carmen Morodo
Los partidos se enrocan en el bloqueo
Las direcciones de campaña de todas las formaciones coinciden en esconder sus cartas para el día después de las elecciones
El bloqueo es lo que ha llevado a estas nuevas elecciones que mantienen paralizado al país, pero los partidos siguen jugando al bloqueo.
El bloqueo es lo que ha llevado a estas nuevas elecciones que mantienen paralizado al país, pero los partidos siguen jugando al bloqueo. Convencidos de que mantenerse en la trinchera les da votos, o eso esperan, y por eso hay un discurso en el mitin y otro, el que hacen de puertas adentro cuando se les pregunta por lo que piensan que puede suceder después de la noche electoral. La culpa de que sigan escondiendo sus cartas se la echan a los votantes, porque aseguran que no entenderían que su voto fuese a ser utilizado para que gobernara el «enemigo». Pero estas estrategias lo que dejan es un escenario electoral absurdo y lleno de contradicciones, mucho más exageradas en algunos partidos que en otros.
Así, la primera jornada de campaña quedó en un juego de suma cero. Con los principales candidatos sobreactuando desde sus respectivas atalayas. El mensaje del candidato socialista, Pedro Sánchez, incidió en negar el gobierno de coalición con el PP ante la insistencia de Pablo Iglesias en airear esa «bicha» para conseguir que el votante de izquierdas le entregue su confianza en vez de optar por reforzar las siglas del PSOE. Pero el discurso del líder del PSOE hace aguas si se contrapone con sus hechos de los cinco meses en los que tuvo abierta la negociación con Podemos para formar un gobierno después de las elecciones de abril.
En esta nueva campaña el PSOE reniega del PP y reniega de Ciudadanos, pero tampoco quiso ni quiere quedar en manos de Podemos y de los partidos independentistas. En la situación actual, esa dependencia del arco nacionalista e independentista sería una condena que, sin cámaras delante, los dirigentes socialistas rechazan categóricamente. Pero si con Iglesias no dan las cifras, y con Casado y Rivera no se quiere bailar, entonces cabe concluir que Sánchez lo que está pidiendo es el voto para unas nuevas elecciones. Después de que haya dejado más que claro que la posibilidad de entenderse con su electorado natural le quita hasta el sueño. La realidad es que en el PSOE y hasta en Moncloa firmarían hoy un escenario que dejara a Sánchez en el Gobierno con los votos del PP y Ciudadanos. Como dice el refrán, «ande yo caliente...». A ninguna de las partes se le pasa por la cabeza la idea de una coalición, y todas coinciden además en que lo negociable es la abstención, no el reparto del gobierno en sí. Hasta para Albert Rivera, que ahora coquetea con la idea de presentarse como la solución al bloqueo, pasar del «no es no» a formar gobierno con Sánchez es una pirueta imposible de administrar. Esta «pantalla» no tiene nada que ver con la que dejó las elecciones de 2015.
Iglesias ha convertido en mantra, y en las últimas horas no deja de insistir machaconamente en él, la idea del acuerdo del PSOE con el PP y con Ciudadanos para asustar al electorado más de izquierdas. Otro empujón al bloqueo cuando sabe tan bien como las demás partes que sólo la negociación de una abstención entre el PSOE, PP y Ciudadanos es una tarea hercúlea, en la que apostar al triunfo es la salida más arriesgada.
En esta última semana la izquierda seguirá escondiendo las cartas reales con las que cree que puede romperse el bloqueo. Igual que la derecha. El único excluido de cualquier ecuación es el líder de Vox, Santiago Abascal, y esto es lo que en parte condiciona bastante la posición de Pablo Casado y también de Albert Rivera. En abril fue determinante, sobre todo para que Rivera se colocara al cuello la soga del «no es no» a Sánchez. Ahora la posición oficial del candidato del PP, Pablo Casado, es la de ejercer de alternativa y las expectativas avalan además esta opción estratégica. Pero en la dirección popular ocurre igual que en la socialista, que cuando se rasca un poco y se piden soluciones de futuro, las salidas que se intuyen no se ajustan tampoco al «no es no» categórico de Casado a Sánchez.
El PP no puede pedir el voto para investir presidente a Sánchez y todos están ahora a llenar el saco con el mayor número de papeletas posibles. Pero los análisis sobre lo que puede pasar después del 10-N incluyen muchos más matices y son más flexibles que las posturas que han fijado en el teatro electoral. La mínima lógica política dice que el PP debe ser el líder de la oposición y que esto le excluye de pactos con el Gobierno. Y más cuando abandonar esa condición de líder de la oposición dejaría la misma, si fuera se queda también Rivera, de minorías que no pueden ser el contrapeso del Ejecutivo. Pero no es una invención que dentro de la dirección popular y entre quienes son de la cuerda del líder, no los «barones» de Rajoy, se hacen cálculos sobre el precio que tendría que poner Casado a la abstención del PP a un Gobierno socialista. Eso de la abstención técnica que siguen aireando desde Moncloa es hoy todavía más quimera que tras las elecciones de abril. Un PP reforzado, con Vox apretando, no podría en ningún caso regalar esa abstención.
Y, por último, Ciudadanos, que también esconde sus cartas para disfrazar que la estrategia ha dado un giro de 180 grados porque del «no» a Sánchez ahora en la formación naranja celebrarían como un triunfo conseguir los escaños necesarios para facilitar un Gobierno socialista. La gran coalición a tres que propone Rivera es un titular de campaña en el que no creen ninguna de las partes afectadas.
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