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«Dotación, muchísimas gracias»
LA RAZÓN acompaña al portaaviones «Príncipe de Asturias» en su última travesía desde Rota hasta Ferrol
LA RAZÓN acompaña al portaaviones «Príncipe de Asturias» en su última travesía desde Rota hasta Ferrol
«¡Pon la música carallo!», se escucha en el puente de mando del «Príncipe de Asturias». Y, acto seguido, las gaitas inundan todos los rincones del portaaviones. Son las 11:00 del viernes 8 de febrero y el buque insignia de la Armada se acerca a Ferrol, su último destino. Su tripulación sabe que está ante un momento muy especial, pero también duro, porque supone un adiós. Y, a pesar de todo, quieren que sea inolvidable. Atrás quedan ya las últimas 700 millas y 48 horas de esta travesía final, que comenzó el miércoles en la bahía de Cádiz, donde Su Alteza Real el Príncipe de Asturias realizó el último despegue desde su cubierta. Durante estos dos días, LA RAZÓN ha podido compartir con su dotación los momentos finales de este enorme aeropuerto flotante con casi 25 años de intachable servicio y al que la crisis impide modernizarse. Sus habitantes, sin embargo, creen que otro futuro era posible y ven con tristeza cómo en breve tendrán que abandonar la que durante años ha sido su casa.
El «Príncipe de Asturias» es un portaaviones con historia. Se palpa en todos sus rincones, algunos casi inaccesibles. Es como un laberinto de estrechos e interminables pasillos, de escaleras imposibles, sin ventanas ni contacto con el exterior y que, además, si apenas va cargado, como es el caso, se mueve. Un sobre en la puerta de la enfermería repleto de pastillas para el mareo da fe de ello. Pero su dotación se lo conoce como la palma de su mano, algo que se palpa aún más en la sala de máquinas, un mundo aparte formado por kilómetros de cables y tuberías, con olor a gasolina y cientos de válvulas que asoman del suelo como setas. Parece imposible hacerlo funcionar, pero sus encargados lo manejan como si apenas tuviese dos botones. Y reconocen, con orgullo, que, pese a haber estado tanto tiempo parado, en este último viaje «no ha fallado nada».
Al comandante le tiembla la voz
Es miércoles, 6 de febrero, y por megafonía suena la voz del comandante del buque, capitán de navío Alfredo Rodríguez Fariñas, un ferrolano de marcado acento y gran sentido del humor al que, ahora, le tiembla la voz cuando se dirige a los suyos. Asegura que «la decisión es la que es, pero España no puede mantenerlo» y, con la voz cada vez más entrecortada culmina con un «dotación, muchísimas gracias». Y es esa dotación, la que podría recorrerlo y ponerlo en marcha con los ojos cerrados, la que más siente el adiós a este símbolo. Se refleja en sus rostros y, más aún, cuando hablas con ellos. «Da un poco de pena», dice con tono de tristeza en el puente de mando el marinero Juárez, encargado de la crónica de la navegación. Asegura que, tras tres años a bordo, «me llevo muchos amigos» y, sobre todo, sentencia que «hay pocos destinos como éste». Una opinión que comparten los 220 efectivos que aún viven y trabajan en él, desde el de menor cargo hasta el comandante Rodríguez Fariñas, quien afirma con orgullo que «ha servido muy bien a España y a la Armada», sin olvidar que «la tristeza está ahí».
La vida a bordo de este enorme portaaviones es, cuanto menos curiosa. Todos se mueven y trabajan perfectamente acompasados, sin estorbarse, haciendo que todo funcione a la perfección. Sobre las 7:00 horas es el toque de diana a través de la megafonía, señal de que la jornada arranca. Comienza un ir y venir de gente por los pasillos. El comedor de marinería es un hervidero en el que los marinos se apresuran a desayunar. Los tiempos están perfectamente marcados y, tras un café y algo de comer, cada uno se retira a su puesto para que esta máquina no pare ni un segundo. En todo momento hay gente activa, también de guardia, y para ellos hay dos momentos clave: las llamadas al bocadillo de las 10:30 y la 1:30, cuando se produce el relevo de las guardias. Entonces, las cámaras de oficiales y suboficiales se llenan de efectivos que, de esta forma, inician o acaban sus tareas. Aquí, durante este pequeño tiempo para el asueto, charlan, ven la televisión o comentan el día. La tarde de este primer día de navegación es tranquila y algunos aprovechan para ver el partido de España contra Uruguay antes de la cena. El portaaviones acaba de pasar frente a Faro (Portugal) y a lo lejos pueden distinguirse las luces de la costa.
Todo bajo control
Pero el ajetreo no se detiene y el jueves a primera hora suena el «despertador musical». En el Centro de Información para combate (CIC) no paran. Varias personas controlan desde aquí, prácticamente a oscuras, todo el tránsito gracias a los radares. Uno de ellos es el marinero Moisés Sanz, radarista que lleva 4 años a bordo. Cree que «el buque podría haber aguantado» y asegura que «hubiéramos luchado por haberlo mantenido». Pero, consciente ya de que el final está cerca, acierta a decir que «nos sentimos orgullosos de haber estado aquí». Su compañero, el marinero Manuel Jerez, quien lleva cuatro años y medio embarcado, también recuerda con cierta pena que son como una familia. «Compartes momentos buenos, de risa, y también malos...», asegura.
Tampoco se para en la sala de máquinas ni en la cámara de control central, desde donde se controla todo: propulsión, ventilación... Aquí se mueve sin problema el que ha sido su jefe de máquinas durante los últimos dos años, capitán de corbeta José María Cervera Romero. Al igual que al resto, le da «mucha pena» este momento por todo lo vivido y considera que también podría haberse alargado más su vida. Pero, al igual que sus compañeros, intenta asimilarlo. Justo encima de este lugar se encuentra el hangar, que ahora sólo alberga misiles antiaéreos y otros elementos y vehículos que se desembarcarán.
Vuelve a caer la noche, ahora algunas millas al norte de Lisboa. En el cielo pueden verse con total claridad las estrellas y el comandante Rodríguez Fariñas se afana en ir señalándolas una a una: «Ahí está Orión», «ahí la Osa Mayor»... Se las conoce como la palma de su mano. El termómetro marca 12,5 grados y el puente está completamente a oscuras. Apenas un par de luces rojas permiten que se vea algo, como el cuaderno de bitácora, donde el comandante muestra la reseña sobre la despedida.
Amanece frente a La Coruña
Ya es viernes y amanece frente a las costas de La Coruña. Al fondo, la silueta de la Torre de Hércules. Será el último amanecer a bordo del «Príncipe de Asturias». Sobre las 9:00 la fragata «Blas de Lezo» pasa junto al portaaviones y le rinde honores y apenas una hora y media después se divisa la ría de Ferrol. En el puente no cabe un alfiler. Allí está sin perder detalle el primero de los comandantes del buque, almirante Alfonso León García, quien no quiso faltar a esta travesía. Observa lo que ocurre y a él también le parece «una pena y un error» que se vaya a dar de baja. «Se le coge mucho cariño», comenta, y recuerda cómo «allá donde íbamos llamábamos la atención».
El buque se cruza con varios veleros de la Escuela Naval de La Graña, que también rinden honores a esta mole que navega lenta entre los castillos de San Felipe y La Palma. Ya no queda nada. El comandante comienza a hablar en un lenguaje casi ininteligible pero que comprenden a la perfección quienes trabajan con él. «Toda la caña a estribor», grita. Por radio se escucha «llevamos el barco a la tierra que lo vio nacer». Y así es. Entre caras tristes, fotos y alguna lágrima el portaaviones entra sobre las 11:00 en La Graña. Por megafonía siguen sonando las gaitas. Allí le esperan los futuros marinos que ya no podrán formar parte de la dotación de este buque.
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