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El periscopio

El efecto de la mandrágora

Frío, ególatra, con un sentido patrimonial del Estado y obsesionado hasta el paroxismo por el poder, el perfil de Sánchez es el de un narcisista sin medida

Comparecencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Alberto R. RoldánLa Razón

"Yo sí sé de lo que es capaz para seguir en el poder». Nadie como Tomás Gómez para definir con esta lapidaria frase a Pedro Sánchez. El que fuera líder de los socialistas madrileños y el alcalde más votado en la localidad de Parla, sufrió en sus carnes la puñalada del líder del PSOE, quien le destituyó con nocturnidad y alevosía.

Tomás nunca olvidará el día en que, al llegar a su despacho del PSM, se encontró que habían cambiado la cerradura. Una puerta clausurada que le impedía entrar sin previo aviso, muestra evidente de los métodos implacables del gran jefe en estado puro. Frío, ególatra, con un sentido patrimonial del Estado y obsesionado hasta el paroxismo por el poder, el perfil de Pedro Sánchez Pérez-Castejón es claramente el de un narcisista sin medida, un caudillo indiscutible al que idolatran los suyos, algunos de los cuales le defenestraron como secretario general del PSOE pero luego, cuando resucitó de las cenizas, engrosaron el club de los serviles a costa del erario público.

Llegó como un abanderado socialdemócrata que abandonó por el radical populismo. Se vendió a los comunistas, a quienes otorgó asientos en su Gobierno, y mantuvo una rendición sin precedentes ante los independentistas y filoetarras sin importarle trocear España. «He visto a Sánchez coger una urna y meterla en un biombo para cambiar una votación». Contundentes palabras de Tomás Gómez, purgado como pocos, hoy con la libertad de vivir en el mundo docente alejado de la política.

¿Qué más tiene qué pasar en este país?, se preguntan ahora muchos socialistas honrados ante el espectáculo de cloaca y corrupción que invade al presidente del gobierno, a su entorno y al PSOE. Un veterano dirigente lo define como «el efecto de la mandrágora», la exótica planta entre la leyenda y la ciencia que contiene alcaloides muy tóxicos. Así, Sánchez ha logrado un partido domesticado, una buena base de ciudadanos adoctrinados, unos socios anestesiados por las prebendas que sacan y una izquierda política y mediática narcotizada.

Con toda su fuerza, la mandrágora hace su efecto bajo el látigo del líder que ataca a jueces y fuerzas de seguridad, desprecia a periodistas críticos, coloniza las Instituciones, destroza los pilares de la economía con una salvaje fiscalidad, exhibe las mayores cifras de paro en toda Europa y se alinea en política exterior con dictaduras latinoamericanas y teocráticas islamistas. En resumen, un izquierdista en estado puro, un presidente agarrado a la silla para mantener el poder a toda costa. Un profesional del orden y mando sin atisbo de crítica o discusión.

Curiosamente, cuando llegó al liderazgo del PSOE se le definía como un joven formado, moderado y sin pasado contaminado. Eran las mejores credenciales de un diputado, Pedro Sánchez, desconocido para la mayoría, aunque ya bien conectado en la sombra con las Federaciones del PSOE. «Se las sabe todas y se está pateando el partido», aseguraban entonces parlamentarios socialistas, intelectuales y economistas, muy críticos con Alfredo Pérez Rubalcaba, que ya había tocado techo en todas las encuestas. Pedro era el diamante en bruto, una especie de esperanza blanca después de José Luis Rodríguez Zapatero.

Muy poca gente lo sabe, pero el nombre de Pedro empezó a ser importante en una cena discreta de Felipe González con un grupo de destacados empresarios del Ibex. «Esta vez espero no equivocarme», le dijo Felipe a un elitista grupo empresarial. A la vista está el resultado, porque la presidencia de Sánchez ha sido nefasta y sus legislaturas, las más broncas y frágiles de la democracia. Pero su ego desmedido, su osadía sin límites, le han llevado a ejercer el poder con aquel lema de Luis XIV, el Rey Sol: «El Estado soy yo».

Tras la moción de censura que expulsó a Mariano Rajoy, la transformación de Pedro fue vertiginosa. Se entregó a los radicales de Podemos y a los separatistas y bilduetarras para mantener el poder como fuera, ejerció un control férreo del PSOE, al que ya solo le queda la S de Sánchez, y ejecutó un cordón sanitario contra el PP con el único discurso de frenar a la derecha y la ultraderecha. Erigido en atacar a la «fachosfera», palabra acuñada por él, mantiene un lenguaje guerracivilista y una obsesión patológica por seguir en La Moncloa. Su mujer, Begoña Gómez, confidente y compañera, es ahora por ironías del destino el pilar de sus males.

Pedro Sánchez, un día la esperanza blanca, ha convertido al Gobierno y al PSOE en una organización dictatorial, bananera y devota hacia su persona. En el polo opuesto, Alberto Núñez Feijóo ha lanzado un órdago inteligente con la convocatoria del 8-J en las calles de Madrid. Hace semanas que el líder del PP mantiene contactos discretos, pero muy intensos, con empresarios y sectores de la sociedad civil con el objetivo de recoger propuestas y canalizar el descontento. «Si Sánchez hurta al Parlamento, salgamos a la calle», dicen en Génova 13.

Además, ha mantenido un diálogo profundo con sus barones regionales ante la conferencia de Presidentes autonómicos que se celebrará en Barcelona, donde Pedro Sánchez pretende un golpe de imagen. Algo que en el PP no parecen dispuestos a secundar si no se acepta el documento sobre la reforma de la financiación, que el Gobierno se niega a cerrar. La presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, blanco obsesivo de las iras de La Moncloa, amenaza con un plantón si no se cumplen ciertas condiciones.

En los últimos meses, Feijóo y algunos de sus dirigentes territoriales, como Juan Manuel Moreno Bonilla, fueron objeto de extraños espionajes y el ambiente está muy caldeado. Atención, porque los tentáculos de la mandrágora son largos y lesivos. En medio de la cobardía cómplice de los socios de la coalición, cobran fuerza las palabras de Núñez Feijóo: «Estamos ante la mayor degradación de nuestra democracia».