PSOE
El cisma del socialismo
Durante muchos años, un sector del PSOE ha cuestionado las relaciones con el PSC. En los años de la Transición se optó por enmascarar las siglas del PSOE en Cataluña y sus dirigentes se sometieron al liderazgo formal, que no real, del sector nacionalista que encabezaban figuras como Pasqual Maragall, Narcis Serra, Quim Nadal o Joan Reventós. Eran miembros de la alta burguesía catalana que realmente eran más nacionalistas que socialistas y contemplaban con displicencia a los dirigentes y militantes surgidos del movimiento obrero o las asociaciones vecinales. Unos eran los universitarios de los barrios ricos de las capitales catalanas y los otros, los «hijos» de la inmigración como José Montilla o Carme Chacón. Es cierto que estos últimos eran los que traían los votos en generales y municipales mientras el socialismo catalán sacaba un pobre resultado en las autonómicas. El modelo funcionó durante muchos años porque el PSOE tenía en Cataluña uno de sus graneros de votos que en las generales le aportaba más de un millón de votos. En 2003 consiguieron la presidencia de la Generalitat con Maragall al frente de un Gobierno tripartito y en las siguientes con Montilla, pero el germen de la división con el PSOE se había instalado profundamente en el socialismo catalán.
El cisma se ha producido en un momento en que tanto el PSOE como el PSC tienen unos líderes débiles que han fracasado en las urnas. Es un escenario que favorece tanto al PP en España como al independentismo en Cataluña. Un desastre porque las consecuencias pueden ser muy negativas. Desde hace un tiempo se ha instalado en el socialismo una dinámica por la que ningún dirigente asume responsabilidades políticas cuando fracasa en las urnas. No hay ni ética ni coherencia. «Dimisión» es un vocablo que ha desaparecido del diccionario socialista. Por ello, ni Rubalcaba ni Navarro consiguen controlar la situación. El primero sufre un cuestionamiento permanente y el segundo es un político apocado que no se atreve a plantar cara ni a los soberanistas del PSC ni al independentismo de CiU y ERC. Los dirigentes del socialismo catalán no quieren ser tildados de españolistas. Por ello, han optado por lavarse las manos y defender el derecho a decidir, aunque rechazan la independencia. Es decir, se han convertido en los «tontos» útiles del independentismo catalán. Es la guinda que les faltaba a CiU y ERC en su agenda hacia la ruptura con España.
La situación es grave porque el cisma entre el PSC y el PSOE no es otro de los habituales desencuentros sino que se ha llegado a un punto sin retorno. Rubalcaba no tiene la fuerza de González o Zapatero cuando estaban en el Gobierno. La ruptura del PSC sólo tendría sentido si fuera encabezada por una figura de peso como Chacón. Hace años sucedió en el comunismo catalán y fue un fracaso. Lo mismo se puede decir del PP y de UPN, donde los populares tienen una escasa presencia en Navarra. El socialismo español paga ahora las consecuencias de una decisión que le fue rentable en el pasado pero que ahora resulta letal tanto en Cataluña como en el resto de España. El dilema es difícil de resolver porque la ruptura le puede conducir a la marginalidad en una de sus plazas fuertes, aunque mantendría su credibilidad como partido español. En caso contrario, fortalecería el proceso soberanista y deterioraría gravemente su imagen en España. Su voto catalán menos nacionalista se sentiría huérfano, ya que el derecho a decidir no es más que un subterfugio en un camino hacia la ruptura de España. Lo razonable sería que Rubalcaba fuera coherente.
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