Política

El desafío independentista

El clan Pujol se jacta: «Un poco más y le piden perdón»

La convocatoria ahoga la comparecencia del expresident. En Convergència hay alivio porque no tiró de la manta y resignación, ya que el cerco judicial y político continuará

La Razón
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Poco antes de entrar al comedor donde almorzaría con la presidenta del Parlament, Jordi Pujol avisó de que padecía acidez de estómago. Frente a un menú frugal, a base de pasta, pescado y fruta, el ex presidente consumió varios antiácidos con abundante agua. Algo similar a lo que hicieron los tres dirigentes de Convergència Democràtica, presentes en la declaración enfurecida del fundador, Josep Rull, Josep Lluis Corominas y Jordi Turull, a quien le tocó el marrón de actuar como portavoz y lo ejerció más hacia la oposición que al interviniente. «No les llegaba la camisa al cuello», comentan parlamentarios de otros grupos presentes en el acto. No cabe duda de que la colérica y exaltada intervención de Pujol les provocó dolor de estómago y que, lejos de cerrar una herida, deja muchas otras abiertas.

Artur Mas ya ha lanzado su desafío al Estado, pero sabe que no va a ninguna parte. A pesar de la intensa propaganda oficial, la gran foto de la unidad tampoco se ha producido. El líder de Unió Democràtica, Josep Antoni Durán Lleida, no arropó a Mas en la imagen de la firma de la ley consultiva. Hace días que el Comité de Gobierno de Unió decidió que el partido como tal no acudiría al acto, delegando su presencia en los dos dirigentes socialcristianos que se sientan en el Gobierno de la Generalitat: el conseller de Interior, Ramón Espadaler, y el de Agricultura, Josep María Pelegrí. Unió ha estado a favor de la consulta, pero no limitada a una pregunta sobre la independencia. Sabido es que su modelo es otro, una tercera vía confederal. Y que aún criticando el inmovilismo de Mariano Rajoy, no secundan el mensaje separatista y el pacto con Esquerra Republicana.

En Unió ven con mejores ojos un acuerdo con el PSC, si bien no quieren escenificar fracturas. «Nosotros, fieles hasta el 9-N», aseguran en la cúpula del partido democristiano a la espera de ver cómo actúa Artur Mas una vez suspendido el referéndum. De momento, ayer sábado Duran asistió en Barcelona a la boda de un familiar cercano y hoy domingo viaja a Colombia, invitado por autoridades de ese país como presidente de la comisión de exteriores del Congreso. El grupo parlamentario de CiU se volcará la próxima semana en los Presupuestos Generales del Estado, que presentará en la Cámara el martes el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, y cuyo debate centra toda la actividad legislativa hasta final de año.

Dentro del bloque soberanista, Mas tampoco pudo convencer para la foto al líder de Iniciativa, Joan Herrera, muy cuestionado por algunas bases del partido que prefieren un discurso tradicional de izquierdas ecosocialista, que el actual a favor de la independencia. Alegando su oposición a «gestos de galería», Herrera declinó la foto. De manera que Artur Mas quedó únicamente pertrechado por los suyos de Convergència, Esquerra Republicana, los antisistema de la CUP, y las dos organizaciones del separatismo radical, la Asamblea Nacional de Cataluña y Ómnium Cultural. Sin olvidar a la presidenta del Parlament, Núria de Gispert, los miembros del Pacto por el Derecho a Decidir y el llamado Consejo de Transición Nacional, claramente independentistas.

Los efluvios de la comparecencia de Jordi Pujol aún permanecen. En el seno de Convergència subyace un sentimiento mezcla de alivio y resignación. Es decir, un cierto respiro porque el ex president no haya tirado de la manta, como él mismo esbozó en tono amenazante, y un calvario por admitir que el cerco judicial y político no se detendrá. Pujol demostró que sigue dominando una escena autoritaria, altanera y soberbia. Y que envuelto en la bandera de la patria catalana está dispuesto a todo. La imagen de su salida del Parlament, escoltado por dirigentes de Convergència, e incluso por el republicano Sergi Sabriá, presidente de la Comisión de Asuntos Institucionales, demuestra que la independencia está por encima de la corrupción.

En el entorno familiar de Pujol están satisfechos por la comparecencia. «Un poco más y le piden perdón», dice alguien cercano sobre el guante blanco de los partidos soberanistas. Tan solo Alicia Sánchez-Camacho y Albert Rivera se emplearon a fondo y lograron sacarle de sus casillas. En cuanto a su equipo de abogados, que no eran partidarios de su presencia en el Parlament, se limitan a mantener su estrategia jurídica basada en la autoinculpación, regulación fiscal, ilicitud de las pruebas y prescripción de posibles delitos. Otra cosa es la esfera política, que se avecina muy cargada hasta el 9 de noviembre. Nadie duda que los partidos soberanistas, y sobre todo la Asamblea Nacional de Cataluña, cuya turbia gestión financiera está cada vez más en el punto de mira de Hacienda, intentarán movilizar la calle y agitar sentimientos. Es la frase que dijo y cumplió Pujol: mover la fibra y airear que todo es un ataque a Cataluña, una afrenta de España.

El resto está cantado. Mariano Rajoy convocará el Consejo de Ministros el lunes como muestra de normalidad. En La Moncloa no desean dar la sensación de algo extraordinario. Una vez impugnada la ley y suspendida por el Tribunal Constitucional, a Artur Mas le queda el victimismo y aguantar cuanto pueda. Abortado el referéndum, es posible que Esquerra le retire su apoyo, lo que le forzaría a un acuerdo con el PSC, que ya le ha ofrecido Miquel Iceta y es visto con buenos ojos en Unió, o convocar unas elecciones plebiscitarias. Si la independencia va en el programa, sería la ruptura de la Federación nacionalista. Ésta es la encrucijada de un hombre obstinado en un callejón sin salida. Lástima que olvide el proverbio chino de Rajoy: es mejor volver atrás que perderse en el camino.