Cerco a la corrupción
El discípulo que dirigió Sol
Pupilo de Aguirre, estuvo doce años en lo más alto de la política madrileña. Fue presidente en las horas bajas del «aguirrismo». Las guerras internas que le ascendieron acabaron también con su carrera política.
Fiel escudero de Esperanza Aguirre, durante doce años los asuntos más importantes de la Comunidad de Madrid pasaron por las manos de Ignacio González (Madrid, 1960). La ex líder del PP le fichó en 2003, nada más hacerse con el Gobierno autonómico. Él, que entonces era secretario de Estado para la Inmigración, aterrizaba en el Ejecutivo madrileño con la confianza de Aznar –al que siempre se ha referido como «el mejor presidente que ha tenido España»– como aval. Fueron años de mayorías absolutas para los populares, presuntos casos de espionaje entre compañeros de filas que quedaron archivados y encarnizadas disputas entre González y el que fuera el otro hombre fuerte de la presidenta, Francisco Granados. A Nacho le dio las carteras más importantes del Gobierno, la vicepresidencia de la Comunidad y la presidencia del Canal de Isabel II; a Paco, el control del partido. Una guerra a la que sólo la sombra de la corrupción puso punto final.
Los albores de lo que luego se llamaría «operación Púnica» obrarían el gran deseo de González. Con Francisco Granados fuera de juego, lograba llevar a cabo su gran aspiración: hacerse con la dirección de la Comunidad de Madrid. Antes también le había conseguido arrebatar la secretaría general del PP madrileño. El trío Granados-Aguirre-González había pasado a convertirse en un «tándem» irrompible. Sólo ella, que decidió dar un paso atrás en política durante un breve periodo de tiempo (hasta regresar para ocupar la candidatura al Ayuntamiento de Madrid), logró fracturar la unión. En su despedida dijo que dejaba la Comunidad en las mejores manos, las de González. Él, entre sollozos, aceptaba el relevo en el Ejecutivo regional el 26 de septiembre de 2012.
La alegría, sin embargo, no le duraría mucho. El delfín de Aguirre –al que hasta ese momento habían descrito como un fontanero meticuloso, trabajador incansable, exigente y, sí, también como un hombre con cierta chulería–, tuvo que gobernar mientras a su alrededor surgían rumores que no iban a más y en la Prensa se sucedían los titulares sobre el ático que posee en Estepona. Antes llegaría lo del Canal y el supuesto espionaje al que fue sometido González, entre otros directivos de la compañía pública de aguas, durante un viaje a Cartagena de Indias. Años en los que el Canal de Isabel II no paró de hacer negocio y expandirse en Iberoamérica.
Acérrimo seguidor del Real Madrid y aficionado a los toros, Rajoy le asestó la estocada final en la primavera de 2015, cuando nombró a la entonces delegada del Gobierno –con la que mantuvo, entre otros, un tenso enfrentamiento a cuenta de la instalación de unas pantallas para ver la final de la Champions sobre la fachada de la Real Casa de Correos– candidata a la Comunidad de Madrid. Después, ya fuera de la política, tampoco mejoraron sus relaciones con Cristina Cifuentes. Ella, «sin querer», no sólo logró acabar de un plumazo con todas las aspiraciones de González de renovar como presidente autonómico, sino que, a día de hoy, a punto de que se cumplan dos años de todo esto, el nuevo Ejecutivo madrileño aún no ha encargado el cuadro de González para colgarlo en la galería de ex presidentes. Tampoco le ha propuesto para la Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid que tradicionalmente reciben, caiga quien caiga, todos los presidentes autonómicos salientes. Ella también se ha encargado –sin acritud– de llevar ante la Justicia lo que consideró que habían sido unas operaciones irregulares en la gestión del Canal de Isabel II. Una gestión por la que ayer González acabó en un coche de la UCO como en su día estuviera su archienemigo Granados. Los agentes de la Guardia Civil le dieron el alto a escasos metros de su vivienda en el lujoso barrio de Aravaca, cuando González iba en ropa deportiva. Quizá el mejor «look» para demostrar otra de las cualidades que siempre destacaron de él los colaboradores del hombre que luce un mechón blanco justo en la nuca: «Nacho gana en las distancias cortas».
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