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El penúltimo selfie con Franco
Ante la previsión de la exhumación del dictador, peregrinos hacen la ruta del Valle en busca de «paz»
Ante la previsión de la exhumación del dictador, peregrinos hacen la ruta del Valle en busca de «paz».
Según una creencia atávica, las oquedades de la montaña son el lugar propicio para que el alma del difunto realice su viaje hacia el otro lado. Digamos que las paredes de las cuevas serían como la puerta de acceso. A lo largo y ancho del planeta tenemos vestigios suficientes para pensar que esto ha sido así. ¿Sería esta la motivación que llevó a horadar el risco de Cuelgamuros donde se edificó la basílica del Valle de los Caídos? Y de ser así, ¿dónde estaría ya el alma de Francisco Franco? Son elucubraciones que uno se permite cuando tiene el privilegio de acercarse a este lugar en autobús de turistas, en deportivas y sin discurso político ni sesgo cognitivo de ningún tipo. Conjeturas para animar el viaje hasta el Valle de los Caídos en sus días más polémicos y sin más espiritualidad que la de un ser humano corriente.
La calma chicha que reina a primera hora de la mañana en la explanada se rompe enseguida con la llegada de una hilera de coches y autobuses. El Gobierno ha iniciado la cuenta atrás para activar el proceso de exhumación de los restos de Franco y la curiosidad va en aumento. En julio recibió 38.269 visitas, según Patrimonio Nacional, el organismo público que controla el recinto, casi un 50% más que el mismo mes en 2017. ¿Es tan necesario sacar «cuanto antes», como ha dicho el Gobierno, a Franco de aquí? ¿Los españoles lo toman también como un asunto urgente? ¿Hace falta esta exhumación en una democracia consolidada? «No toquemos a los muertos», responde casi al unísono una familia que espera en esta planicie bendecida por la luz de agosto y la sombra una cruz de granito y hormigón de 150 metros de alto. Decrépito ángel vigía incapaz de custodiar el mausoleo desde que se ha convertido en pasto de titulares y espectáculo.
Algún simpatizante del dictador protesta por la intención de trasladar el cadáver. Pero no todos son incondicionales de Franco. Como ellos, miles de personas se han apresurado estos días a visitar el Valle de los Caídos antes de la exhumación de los restos. «Nos guste o no, se está escribiendo una página más en la Historia de España y qué mejor que acercarse hasta aquí y vivirla en primera persona», indica Jorge, el padre de una familia valenciana que ha elegido esta misma ruta (El Escorial-Valle de los Caídos). Cristina y Solana son dos argentinas –madre e hija– con raíces españolas y su único deseo es deleitarse con el arte y la historia de estos dos conjuntos. De paso, echan cuentas: «El general fue enterrado el 23 de noviembre de 1975. ¿43 años y tantas heridas por restañar? ¿Qué falta hace echar la vista atrás?» Reflexiones como estas se repiten a lo largo del día y suman otra queja: «La agenda del presidente debería estar repleta de debates y asuntos nacionales de bastante más envergadura», comenta un turista madrileño que se ha apuntado al tour más por el monasterio de El Escorial que por el sepulcro del dictador. Es verdad que, en los últimos meses, de exhumaciones vamos bien servidos en nuestro país, pero nunca unos restos dieron tanto que hablar. Ni siquiera el desenterramiento de Salvador Dalí, convertido en un episodio tan surrealista como su propia obra. Se nos había olvidado cuánto debe España al esperpento. En la explanada no resulta raro contemplar estados de ánimo exaltados, enjuiciadores espontáneos de uno y otro signo que se arrogan el derecho de decidir cómo deben acabar los restos, dando buen ejemplo del engreimiento humano. Los turistas extranjeros miran con expectación. Alguna enigmática fuerza provoca que nos seduzcan las disputas humanas. Lo que el país está viviendo es una de esas situaciones que activan pasiones muy primarias que están en nuestra naturaleza. Ni siquiera la canícula de agosto consigue relajar nuestra necesidad de sentir emociones, de regodearnos por cuanto todo esto tiene de abyecto, ruinoso o ventajoso. ¿Bajeza? Quizás sean vivencias demasiado potentes como para conseguir esquivar su influjo. Maite Larrañaga, la guía turística, invita a disfrutar de la belleza del Valle de los Caídos, ubicado en una finca de 1.377 hectáreas. «Este sería motivo suficiente para apuntarlo como destino imprescindible. Su valor medioambiental y paisajístico es incalculable». Además, visitar tumbas es una costumbre que en España viene de muy antiguo. También depositar sobre ellas unas flores. «Y estas, inexorablemente, forman parte de nuestra historia más actual», añade la guía. Ella mejor que nadie es testigo de cómo la controversia por estos huesos ha resucitado el fantasma de las dos Españas machadianas, de este país implacable «con un hacha en la mano vengadora». Los visitantes van pasando. Nueve euros por persona, aunque hay tarifas reducidas. El silencio en la galería es turbador. Las dos únicas tumbas a la vista son la de José Antonio Primo de Rivera y la de Franco. Unos ramos de flores blancas y rojas cubren discretamente sus lápidas. En la del fundador de la Falange apenas se detiene gente a su alrededor. En la del dictador, sí. Un nostálgico del franquismo hace un saludo fascista. «La gran mayoría prefiere no juzgar ni entrar en consideraciones políticas. Vienen en busca de una historia que aún está latente. Les gusta escuchar anécdotas con nombres propios. Y observar», explica Larrañaga. Una señora mayor mira inquieta con el rabillo del ojo a uno y otro lado. «Me gustaría poder ver a Luis Alfonso de Borbón», confiesa con cierto sonrojo. En general, se palpa un silencio tácito en torno a la dictadura. Nadie desea ya remover aquella guerra incivil, como decía Miguel de Unamuno, que devastó España. Pero si alguien pretendía terminar con los homenajes, realmente el resultado es el contrario. La afluencia de público y su interés han convertido el Valle de los Caídos en centro de peregrinaje. Qué irónica se vuelve aquí la idea de que la muerte trae tranquilidad, placidez o sosiego. Qué va. En este cementerio los muertos se han acostumbrado a los mandobles y los acontecimientos se revuelven contra aquellas palabras de Mariano José de Larra acerca de los difuntos: «Ellos viven porque tienen paz. Ellos tienen libertad, la única posible sobre la tierra, la que da la muerte».
«Hay demasiados sentimientos heridos y quizás lo más sensato sería empezar ya a mirar hacia el futuro», aconseja una familia boliviana que sigue los acontecimientos con la prudencia que permite la distancia. El sentimiento generalizado de quienes llegan es que la historia debería seguir su curso a través del tiempo reparándose, avanzando, y olvidando. Hay inquietud. ¿Qué va a pasar? Es probable que los restos del general recalen en la cripta privada del cementerio de Mingorrubio, en El Pardo, donde se dio sepultura a Carmen Polo, Luis Carrero Blanco y Carlos Arias Navarro. En cuanto al conjunto monumental, es evidente que sufre un estado de deterioro imparable.
Reparar todo el conjunto supondría un coste aproximado de 13 millones de euros, según el informe de la Comisión de Expertos del Valle. Se habla de darle una nueva identidad. Y de un único deseo: paz. Hay propuestas para reconvertirlo, mantenerlo inamovible o dejarlo listo para desguace. Contra esta última carga un profesor retirado: «Sería una auténtica aberración para quienes este conjunto significa un monumento irrepetible al cristianismo».
De momento, lo único cierto es que el Gobierno dice haber dado con la fórmula jurídica para que los restos mortales de Franco salgan de este templo. Podría ser en breve, pero es posible que el proceso se demore si las partes implicadas, sobre todo la familia, presentan alegaciones. La ruta turística anuncia que es hora de retirarse. Una nube sombría ha envuelto el recinto. Pocos se resisten al penúltimo selfie. Puede que finalmente se imponga la ley de la naturaleza, tiránica como ninguna otra, y que bajo este sepulcro no haya más que un cuerpo descompuesto en células que forman ya parte del frondoso Cuelgamuros. Lo de menos es la materia, pero ¿y el alma? ¿estará ya de vuelta al Universo, como ha descubierto algún científico? Son de nuevo reflexiones a vuelapluma al volver en el mismo autobús para turistas. Igual que a la ida, sin ambages y recordando la responsabilidad que propugnó Carl Sagan de tratarnos los unos a los otros de forma más amable y compasiva.
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