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El reflejo de la generación del cambio
30/01/1968- Cuando nació Don Felipe, la entrada de un piso en España costaba 50.000 pesetas y la sociedad debatía la moralidad de los trasplantes
Hace 45 años que quien estaba destinado a ser Rey veía la luz en una España muy distinta a la que conocemos, pero en la que la actualidad de aquel martes 30 de enero de 1968 estaba marcada por acontecimientos similares a los que apuntan los titulares actuales: política, conflictos sociales, enfrentamientos bélicos, rivalidades deportivas, estrenos de cine, anuncios publicitarios... Con la lógica evidente de que las décadas transcurridas han hecho posible avances que han revolucionado la vida cotidiana.
Entonces, cuando podía comprarse un piso en el madrileño barrio del Pilar con una entrada de 50.000 pesetas, y el resto «con grandes facilidades», los españoles se desayunaban con los ecos de «una furiosa ofensiva de los guerrilleros del Vietcong y de los soldados de Hanoi contra múltiples objetivos de Vietnam del Sur». No faltaban noticias curiosas como aquella sobre «un muchacho ruso que había muerto congelado hacía dos semanas» y al que habían «devuelto a la vida», tras abrirle el pecho», «con masajes directos al corazón».Órgano precisamente de actualidad cuando el doctor Christiaan Barnard, autor del primer trasplante, debatía en la televisión sobre «la moralidad en la extracción y el trasplante de órganos».
En el apartado económico, un informe del ministro de Industria anunciaba que el crecimiento de la producción industrial se había elevado a 521.942 millones de pesetas, «el más bajo de los registrados a partir de 1960».
Entre las noticias que llegaban del exterior destacaba la preocupación de Scotland Yard por «las inmensas posibilidades delictivas» de los trescientos millones de pesetas «aún no recuperados» del asalto al tren de Glasgow.
En la crónica de sucesos, un niño de dos años moría en Barcelona al caerse por el balcón de su casa y un tren arrollaba y mataba a dos hombres en la estación de Tarrasa. En Barcelona, el ministro de Trabajo, Jesús Romeo Gorria, inauguraba dos ambulatorios y un centro de formación profesional del Ejército.
En Madrid, el Ayuntamiento se reunía para estudiar «el plan de alineaciones y zonificación del antiguo casco de la villa de Fuencarral» y se aprobaba el proyecto del edificio principal del Palacio de Exposiciones y Congresos, «en el solar formado por las calles avenida del Generalísimo, General Perón y capitán Haya».
En el inefable apartado de ecos de sociedad, la prensa del día daba cuenta de peticiones de mano, enlaces matrimoniales, natalicios –compartidos con el recién nacido que luego sería Príncipe de Asturias– o la recepción que «la señora de Méndez Domínguez (don Luis) ofreció en su residencia en honor de la señora de don Alfonso de la Serna, que en breve saldrá para Túnez, donde su esposo ha sido nombrado embajador de España». La nota recogía el nombre de las «distinguidas damas» que no quisieron perderse un evento de tal magnitud.
En cuanto al deporte, esa noche invernal el Valencia recibía en Mestalla, en partido de la Recopa, a un Bayern de Múnich que contaba en sus filas con Beckenbauer.
El ránking mundial de la World Boxing Association incluía en su listado de los diez primeros púgiles de cada categoría a José Legrá, y no mencionaba al entonces campeón de Europa de los pesos ligeros, Pedro Carrasco.
En los cines había estrenos estadounidenses como «Retorno al pasado», protagonizado por Sarah Miles y Cyril Cusak o «Jack de diamantes», con «un George Hamilton inexpresivo, pero con gancho para las espectadoras», como escribía un crítico en la prensa.
Entre la oferta teatral podía optarse por una versión de «La Celestina» a cargo de Alejandro Casona, «El tragaluz», de Buero Vallejo o la más prosaica «Cómo está el servicio», con Florinda Chico sobre el escenario. José Sazatornil, «Saza», prometía «el mayor éxito de humor» con «Si te mueres, nos casamos» y en el Teatro Lara llevaban 543 representaciones Alberto Closas y Julia Gutiérrez Caba con la comedia «Flor de cactus».
La vida cotidiana estaba marcada por productos de ciertas marcas todavía vigentes –chorizo Revilla, cervezas El Águila (hoy con distinto nombre comercial)– u otras ya desaparecidas –insecticida Shelltox, el para la época flamante Renault 4, el «auténtico vermouth al gusto italiano» Kalty, el brandy Duff Gordon– o ya desfasadas, como la máquina de afeitar Braun Sixtant, que se podía adquirir «en estuche con espejo» por 1.750 pesetas.
También era época de rebajas en los comercios, sólo que entonces acababan con el mes de enero, y unos grandes almacenes –que contaban con dos únicos centros comerciales y hoy salpican toda la geografía española– prometían para el último día «insospechadas oportunidades». Por su parte, las entonces pujantes y ya desaparecidas Galerías Preciados ofertaban los «últimos días de nuestra magna venta posbalance». Así, «para muchachos», podían adquirirse trajes «de pantalón largo, en estambre de lana y cheviot, modelos y colores plena novedad» por 995 pesetas. O pantalones «en terlenka, cheviot y poliéster de lana, con bolsillos horizontales y sin pliegues» por 395 pesetas.
Para escribir entonces una noticia como ésta, nada como las máquinas Olympia, «portables y de oficina, manuales y eléctricas, también de escritura automática». Para leerla hoy basta citar como ejemplo del salto tecnológico que nos separa de aquella época las tabletas de última generación que salpican nuestro tiempo. Un artilugio de ciencia ficción 45 años atrás.
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