Pablo Iglesias
El reto de los pactos: El "harakiri"de Cs o de la mano del separatismo
El líder del PSOE necesita que Cs vaya de la mano de Podemos y PNV para ser investido en primera vuelta sin depender del soberanismo o una abstención táctica del PP en segunda ronda.
El líder del PSOE necesita que Cs vaya de la mano de Podemos y PNV para ser investido en primera vuelta sin depender del soberanismo o una abstención táctica del PP en segunda ronda.
Pedro Sánchez ha vuelto a ganar las elecciones, pero no tiene demasiados motivos para el optimismo. El reto del desbloqueo político es ahora aún más mayúsculo que tras el 28-A.
El líder del PSOE convocó elecciones generales el 10-N, las segundas en apenas seis meses, con la esperanza de dejar de nuevo con la miel en los labios a Pablo Iglesias y apoyarse preferentemente en un Gobierno moderado con Ciudadanos. Y, al mismo tiempo, lo hizo enarbolando un firme discurso de alerta sobre el auge de la extrema derecha (la misma que, paradójicamente, necesitaba para mermar los resultados electorales del PP).
Dicho y hecho. El desplome de la formación naranja convierte su aspiración pactista con el partido de Rivera casi en una quimera y, por otra parte, Vox ha duplicado sus resultados sin evitar que los populares hayan sumado más de una veintena de escaños más que el 28-A.
Sobre la mesa, Sánchez podría sumar los ansiados 176 apoyos necesarios en la primera votación, pero para ello, además de los respaldos de Unidas Podemos, Más País y el PRC de Miguel Ángel Revilla, necesita hacer compañeros de viaje al PNV y a Ciudadanos, que además cruzaría el Rubicón de votar de la mano de la formación morada para darle a Sánchez una nueva oportunidad en la Moncloa.
Esa combinación le permitiría evitar enfrentarse a su peor escenario posible: apoyarse en Unidas Podemos y en los votos rehenes del independentismo –con el que se ha esforzado en marcar distancias, sobre todo tras la tibia condena del soberanismo a la semana de violencia en Cataluña en protesta por la sentencia del «procés»– o apostar por una gran coalición buscando una abstención técnica del PP en segunda votación (cuando únicamente se requieren mas síes que noes para la investidura). Todo para evitar la hipótesis –que visto lo visto nadie se atreve a descartar– que dispararía el hartazgo de la ciudadanía: la convocatoria de unas nuevas elecciones generales, las terceras en un año, que se celebrarían como pronto en abril de 2020. Y que serían, además, un oficioso certificado de incompetencia para la clase política.
De la mano del soberanismo catalán, a Pedro Sánchez sí le saldrían los números en primera votación en varias combinaciones. Sumando, por ejemplo, a los 120 del PSOE los 35 de Podemos y otros tres de Más País los trece de ERC y siete más de los nacionalistas vascos (178 en total). O, por los pelos (176) recurriendo a JxCAT, PNV, BNG, los regionalistas cántabros y a la sorpresa de Teruel Existe (cuyo candidato proviene de Chunta Aragonesista), más los votos de Podemos y la formación de Íñigo Errejón.
Otra solución que le sirve a Sánchez, siempre pasando por los votos independentistas, es la que añadiría a los apoyos de Podemos y Más País los de ERC y PNV. En total, 178 suficientes para evitar la segunda votación.
Abstención táctica del PP
Al bloque de la derecha, sin embargo, no le salen las cuentas, principalmente porque PP y, sobre todo Vox, engordan 50 diputados a costa de Ciudadanos, que se deja prácticamente los mismo, 47. La consecuencia es clara: el intercambio de cromos no varía el panorama del 28-A para estas tres formaciones, que siguen sin aunar una mayoría suficiente para gobernar aunque partidos afines como Navarra Suma y CC arrimasen el hombro con sus cuatro escaños, pues no pasarían de 154, a más de una veintena de la mayoría absoluta.
En segunda vuelta, donde el candidato únicamente precisa de más votos favorables que desfavorables, el líder del PSOE necesitaría de una abstención táctica de los populares, pero incluso podría bastarle con la de Ciudadanos, siempre y cuando también se abstuviese al menos un diputado de Navarra Suma.
Si ese gesto llegase a producirse por parte de los populares –Pablo Casado ha insistido hasta el mismísimo descuento de la campaña electoral en que el PP no está dispuesto a facilitar «en ningún caso» una investidura del candidato socialista–, podría tener un precio: que Sánchez tuviese que decidir entre perpetuar el bloqueo o dejar paso a otro candidato de consenso que se hiciese acreedor de la abstención.
Paradójicamente, pese al escenario de tierra quemada que deja el 10-N para Ciudadanos, a la formación naranja aún le queda una baza (incluso con sus pírricos diez diputados) para jugar el ansiado papel que Rivera soñaba para su partido como llave del desbloqueo. Una abstención naranja haría que a Sánchez le bastasen, como máximo, 170 síes para seguir en Moncloa (169 si al menos un diputado de Navarra Suma se abstuviese). Aunque PP y Vox votasen en contra e hiciesen lo mismo ERC y JxCAT (21), EH Bildu (5) y la CUP (2), aglutinarían 168 noes. Para contrarrestarlos, el líder del PSOE debería contar no solo con los apoyos de Podemos y Más País, sino también con los síes del PNV, BNG, los regionalistas cántabros, Teruel Existe y los dos más complicados, los de CC.
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