Día de la Hispanidad
El Rey, optimista, confía en que la situación en Cataluña se reconduzca
Lleno absoluto en el Palacio Real con todas las miradas puestas en el Monarca.
Lleno absoluto en el Palacio Real con todas las miradas puestas en el Monarca.
Hace muchos años que la recepción del día de la Fiesta Nacional no registraba un lleno tan absoluto. 1.500 invitados deseosos de saludar al Rey, de estrechar su mano, de compartir con él sus incertidumbres e inquietudes de cara al incierto futuro provocado por la declaración –o no– de independencia del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. Todas las miradas estaban puestas en el Jefe del Estado, pendientes de lo que respondía a las preguntas ávidas de los asistentes a la recepción, especialmente las formuladas por las decenas de periodistas que optaron este año, como es lógico, por retrasar su salida del puente del Pilar para poder estar en el Palacio Real y comprobar en persona las impresiones del Monarca.
Don Felipe escuchó con atención las preguntas de por qué no usó el catalán en algún momento de su intervención del pasado martes, hasta qué punto cree que puede usar las atribuciones que le otorga la Constitución de moderar y arbitrar el funcionamiento de las instituciones del Estado, qué opinión le merecen las reacciones negativas de la prensa extranjera después del referéndum ilegal del 1 de octubre o si mantenía la esperanza de que la situación complicada en la que nos hallamos pueda encauzarse en el futuro. Con aplomo y de forma sencilla el Rey fue contestando a las cuestiones que se le planteaban, alguna de ellas tan comprometida como una que le formularon acerca de si le parecía posible que fuera él mismo el que dialogara con Puigdemont acerca del futuro de Cataluña. Sus respuestas fueron por el mismo camino que su intervención del martes pasado, en mantener su confianza en la grandeza de España y de los ciudadanos que la habitan, en mostrar su compromiso dentro de los límites que le otorga la Constitución, en esperar a que las aguas vuelvan a su cauce y en confiar que la situación vaya amainando.
A su lado, la Reina Letizia permaneció atenta a lo que respondía Don Felipe a los que fueron durante muchos años sus compañeros de trabajo, acercándose al núcleo del corrillo para escuchar bien los comentarios de unos y otros y poniendo cara de sorpresa ante algunas de las preguntas que se formulaban con total libertad a su marido. Eso sí, la Reina se mantuvo en un segundo plano y no tomó parte en la conversación, intensa sin duda, de la que prefirió ser tan sólo espectadora.
No sólo fueron los periodistas los que quisieron saludar y hablar con el Jefe del Estado. Todos los asistentes a la recepción del día de la Fiesta Nacional quisieron estar en el Palacio Real para dejar testimonio de su apoyo al Rey y para agradecerle su mensaje, que ayudó a tranquilizar los ánimos de los que contemplaban asustados el derrotero que iban tomando las cosas en Cataluña. El departamento de Protocolo envió esta vez un treinta por ciento más de invitaciones que otros años quizá porque sabían que el número de personas que deseaban dar las gracias al Rey y felicitarle por su actitud ante la crisis catalana había aumentado.
El Rey Felipe VI sigue teniendo muy claro que ahora es tiempo de que actúen los poderes del Estado, de que sean el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial los que cumplan con su deber para sacar al país de la crisis política y de convivencia más grave desde el retorno de la democracia a España. Él no va ir un paso más allá de lo que marca la Constitución aprobada mayoritariamente en 1978 por los ciudadanos españoles. Una Constitución que él mismo juró dos veces: la primera al cumplir 18 años y alcanzar la mayoría de edad –en 1986– y la segunda, al ser proclamado Rey en junio de 2014. Don Felipe considera de alguna manera que su compromiso con la Carta Magna es, por tanto, doble y su obligación de cumplirla es absoluta. Y de ahí no se va a mover ni un centímetro. Pero lo que sí cabe esperar del actual Jefe del Estado es su entrega al servicio de los españoles desde su posición como primera autoridad del Estado.
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