Elecciones
Elecciones que cambiaron España
Desde los comicios progresistas de 1837 a las aciagas de 1936, la historia democrática española está salpicada de giros imprevistos en las urnas.
Acausa de la interrupción que suponen la Guerra Civil y la dictadura de Franco, parece que nuestro país tiene una tradición democrática más corta que la de otras naciones europeas. Así es en parte, pero no del todo. En realidad, nuestra historia democrática es bastante más larga que la de casi todos los demás. Empieza, de hecho, en 1810, cuando se convocan las elecciones para la formación de unas Cortes constituyentes. A diferencia de los británicos, que nunca aceptaron que los colonos norteamericanos tuvieran representación parlamentaria en Londres, los españoles, convencidos de que formaban una sola nación, pensaban que era necesaria la representación general. Así que se realizó un gigantesco experimento democrático, quizá uno de los mayores que han tenido lugar nunca, en el que fue particularmente intensa la participación de los españoles de los territorios americanos. Con la guerra contra el francés en la península, las condiciones eran precarias. Aun así, aquel experimento histórico, que muchos españoles desconocen, respaldó mediante una fórmula democrática, en la medida en que la circunstancia lo permitía, la Constitución del año 12, es decir, la creación de la nación política y constitucional española que sigue siendo la nuestra.
Hasta mucho después no volverían a tener lugar nuevas elecciones democráticas y el sufragio censitario, o sea, restringido, se impuso, como era natural, al universal. Aun así, hubo algunas elecciones particularmente importantes, como la de 22 de septiembre de 1837, convocada por un gobierno progresista, que amplió el censo considerablemente y fue ganada por un nuevo centro derecha moderado. Pondría las bases de una actitud templada y dialogante que debía haber sido (y fue en parte) el fundamento del régimen liberal español.
Desgaste de la Monarquía
Los problemas derivados de la falta de consenso entre los progresistas y los moderados llevaron al desgaste de la Monarquía, al exilio de la reina Isabel II y a un intento revolucionario. En una fecha tan temprana como 1869, el gobierno provisional del general Serrano convocó elecciones a Cortes Constituyentes por sufragio universal (masculino). El 15 de enero de aquel año votó el 70 por ciento del censo y la Constitución de ese mismo año consagró la Monarquía democrática y el mecanismo electoral previo. De nuevo, la incapacidad de los partidos políticos para mantener los grandes consensos acabó causando el desplome del pionero y vanguardista régimen democrático. Cuando Cánovas reinstauró la dinastía borbónica en 1876, organizó unas nuevas elecciones para Cortes Constituyentes. Podía haber vuelto al sufragio censitario, pero decidió respetar el sufragio universal. Las elecciones democráticas del 20 de enero de 1876 respaldaron por tanto un parlamento del que surgiría un régimen constitucional, estrictamente liberal, con un nuevo sufragio restringido. Estabilizaría la vida política española casi cinco décadas.
La presión de los liberales de Sagasta y el recuerdo de la Monarquía democrática del 69 llevaron a una nueva promulgación del sufragio universal en 1890. Fue prematuro, porque la representación democrática es un mecanismo delicado y complejo. Como la promesa de participación no se cumplía, el liberalismo acabaría desacreditado, pero hubo alguna elección crucial, como la celebrada el 30 de abril de 1903, con un gobierno de Antonio Maura, que fue de las más limpias de toda la historia de la Monarquía constitucional y vino a dar un impulso al proceso democratizador con el que soñaba Maura. Por desgracia, otra vez la incapacidad de los dos grandes partidos para estabilizar y profundizar los consensos alcanzados previamente bloqueó el proceso. Antes, el 19 de mayo de 1901, se habían celebrado otras elecciones importantes, que abrieron la puerta del Parlamento a la Lliga Regionalista y dieron representación nacional a los nacionalistas catalanes, nacidos en pleno auge del nacionalismo en toda Europa. (Los socialistas, incapaces de aceptar la lógica democrática, no llegarían al Parlamento hasta 1910, y con un solo diputado: Pablo Iglesias.)
Las sucesivas elecciones celebradas a partir de entonces no consiguieron desbloquear la definitiva democratización del régimen constitucional. La inestabilidad impidió que las Cortes surgidas de las elecciones del 24 de abril de 1923 hicieran el trabajo de renovación que venían dispuestas a hacer. La democratización quedó bloqueada por el golpe de Estado de Primo de Rivera hasta las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. Las ganaron los monárquicos, en número de votos, pero el triunfo republicano en las grandes ciudades y el descrédito de la Monarquía tras su respaldo a la solución regeneradora de Primo de Rivera abrieron el camino a la Segunda República.
Bajo la Segunda República se celebraron tres elecciones legislativas, las tres cruciales para el régimen y la historia de España. Las del 28 de junio de 1931, en plena desbandada de la derecha, dieron un triunfo amplio a la coalición republicano-socialista, que entendió su éxito como una invitación a un cambio muy profundo, en algún caso de índole revolucionario, de la sociedad española. El error de interpretación quedó de manifiesto en las elecciones del 19 de noviembre de 1933, que dieron el triunfo a las fuerzas de centro y de derecha, con tiempo para reorganizarse y movilizar al electorado desconcertado en las anteriores.
Ni los socialistas ni los republicanos de izquierda aceptaron el resultado. La República tenía que estar reservada para ellos, y no admitían lo que consideraban una vuelta atrás. La entrada en el poder de la CEDA, en 1934, provocó la intentona revolucionaria socialista y la rebelión de la Generalidad catalana. Los puentes habían quedado rotos y a partir de ahí la izquierda diseñó una estrategia electoral según la cual una victoria propia en las elecciones siguientes traería aparejada la consolidación definitiva de una República para los republicanos (de izquierdas, se entiende). Desde entonces este motivo, el de acabar mediante votación con la alternancia democrática, se convirtió en una fantasía recurrente de la izquierda española.
Las elecciones del 16 de febrero de 1936 cumplieron las expectativas y, con algunos focos de irregularidades muy serias a causa de la presión de los partidos del Frente Popular, dieron el triunfo a quienes habían repetido una y otra vez que se disponían a terminar con lo que hoy llamamos pluralismo. Los hechos ocurridos después no desmintieron la promesa, o el eslogan, más bien al revés. El golpe de Estado del 18 de julio y la Guerra Civil acabaron con aquel breve período democrático, sin duda, pero poco liberal. Resulta curioso que quienes estaban empeñados en acabar con la alternancia democrática reprocharan al resto del país que no hubiera sabido organizar un régimen en el que se respetara lo que ellos querían hacer. Algunas de las elecciones más cruciales de la historia de España son precisamente aquellas que llevaron al poder a quienes aspiraban a dar por terminada la democracia liberal.
✕
Accede a tu cuenta para comentar