Terrorismo
ETA guarda como un «trofeo» la pistola con la que mató a Miguel Ángel Blanco
22 años después de su asesinato: Según el resultado de la autopsia, «Txapote» se valió de una Beretta del calibre 22 para acabar con la vida del concejal del PP en Ermua. A día de hoy, ni el arma ni los dos casquillos han sido aún recuperados
Según el resultado de la autopsia, «Txapote» se valió de una Beretta del 22 para acabar con la vida del concejal del PP en Ermua. Ni arma ni casquillos se han recuperado
350 metros por segundo para matar a unos milímetros. Es la velocidad aproximada que alcanza una bala impulsada por un proyectil del calibre 22, aunque, en este caso, fueron milésimas (las que separan la vida de la muerte, la piedad de la infamia) las que tardaron en topar con su objetivo. Los dos disparos fueron realizados prácticamente a cañón tocante, sobre la cabeza del concejal del PP en Ermua (Vizcaya), Miguel Ángel Blanco, el 10 de julio de 1997. El que apretó el gatillo fue, con toda seguridad, Francisco Javier García Gaztelu, ya que ejercía de «komandoburu» (jefe de «comando»), una figura que prácticamente ya no existía en la banda, pero que, en este caso, dada la demostrada criminalidad del personaje, la ejercía por la autoridad que imponía sobre los otros etarras.
La pistola, según los expertos, debió ser una Beretta del calibre 22. Ni el arma ni los dos casquillos expulsados tras los disparos han sido recuperados. A los terroristas, que tanta «paz» y «buena voluntad» quisieron demostrar ahora hace más de un año al anunciar el fin de «actividades» y la entrega de las armas, se les «olvidó» incluir en el lote la pequeña pistola con la que fue asesinado el concejal de Ermua. Lo habrían podido hacer, ya que los autores del crimen están juzgados y condenados gracias a declaraciones de «laguntzailes» (colaboradores) y otras evidencias que les señalaron como los culpables. Pero para los cabecillas de ETA, esa pistola no es una más, es casi un «trofeo», el recuerdo de hasta qué punto podían llevar su falta de humanidad dentro de la estrategia de imponer sus condiciones y aterrorizar a la población.
Como la banda se ha quedado con la pistola, los datos que se poseen proceden de la autopsia que se le realizó a Miguel Ángel Blanco. Se le extrajeron dos proyectiles del calibre 22 Long Rifle, disparados casi con toda seguridad por una pistola Beretta modelo 71. Esta misma arma fue utilizada en el atentado contra el funcionario de prisiones Juan José Baeza, hecho ocurrido el 16 de abril de 1997 en Rentería.
No es difícil imaginar la escena de «Txapote» y los otros dos miembros del «comando», Iranchu Gallastegui, «Amaya», y José Luis Geresta, «Oker», «engrasando las armas», entre ellas la Beretta, para evitar fallos de funcionamiento. Este escenario lo relató Ibon Muñoa, un concejal de Herri Batasuna (hoy Bildu, Sortu), que los tuvo escondidos en su casa hasta el día del secuestro y posterior asesinato de Blanco. No querían que fallara la «herramienta», aunque la iban a utilizar prácticamente a bocajarro, ante un hombre maniatado, indefenso, cuya única «culpabilidad» era pertenecer al Partido Popular. Pero lo cierto es que engrasaban la pistola, como regodeándose en lo que harían unas jornadas después.
Muñoa, tal y como publicó LA RAZÓN en su día, fue el que dio todos los datos que se conocen sobre el crimen, ya que dos de los autores se negaron a declarar y otro se suicidó. El edil tenía un piso en la calle Arrugaeta número 2 de Eibar y allí fue donde se realizaron los preparativos del crimen. ETA-Herri Batasuna, ahora Bildu Sortu, estrechamente unidos, para acabar con la vida de un miembro del Partido Popular. Y ahora, sacando pecho de demócratas y, como ha cambiado la situación táctica, «perdonando la vida» a los demás. Y la pistola, sin aparecer.
Una vez cometido el crimen, Muñoa se atrevió (había que echarle valor dado el carácter del personaje) a preguntar a «Txapote» por el sentido de lo que habían hecho. La contestación fue lacónica: «Estas cosas sólo tienen explicación cuando ha pasado un año». Pues ha pasado bastante más tiempo y es el lector el que debe considerar para qué sirvió aquel crimen y si el entorno de los que lo cometieron han salido perjudicados o beneficiados.
La colaboración «batasuna» en el crimen no se limitó a dar alojamiento. Ibon Muñoa tenía en Eibar un taller, en la calle Bidebarrieta, en el que, entre otras cosas, fabricaba placas de matrícula y vendía accesorios del automóvil. Con anterioridad, a petición de uno de los cabecillas de Jarrai, Mikel Zubimendi, que después pasó a ETA, tuvo escondidos en su casa a varios miembros de la banda, entre ellos a Gallastegui, pero la secuencia que conduce al secuestro y asesinato de Blanco se inició en marzo de 1996. La citada etarra se presentó en su tienda y «tras hacerme un gesto, ya que se había cambiado el peinado, quedó conmigo en un bar de Eibar, desde el que nos dirigimos a mi domicilio. Me propuso si estaba dispuesto a facilitar la casa para poder ocultarse ella y su compañero del “comando Donosti”. Estaban sufriendo un gran acoso policial como consecuencia de las acciones terroristas realizadas y de los dispositivos para su localización. Consideraban que la zona de Eibar era más tranquila que otras próximas a San Sebastián; en concreto, tras el atentado contra Fernando Múgica».
La narración pertenece a la declaración que Ibon Muñoa hizo a agentes del Cuerpo Nacional de Policía, una vez detenido en octubre de 2000. El concejal batasuno, cómo no, accedió a la petición. Gallastegui durmió en su casa, le entregó un juego de llaves del domicilio y no supo de ella hasta finales de junio. «Una noche, cuando regresé a casa, vi que en el interior estaba Amaya acompañada de un hombre al que debía llamar Jon». Le reconoció sin ningún género de dudas como Francisco Javier García Gaztelu. «Me dijeron que iban a permanecer en el piso hasta mediados de agosto. Yo les suministraba la comida y ellos colaboraban en los gastos domésticos. Les acompañé en excursiones periódicas por los montes cercanos a Eibar». «Les vi cómo engrasaban las armas», subrayó. «Me encargaron la confección de placas de matrículas de coches ya troqueladas y les facilité unos diez juegos de placas vírgenes». Le comunicaron que habían realizado una información sobre un concejal del Partido Popular y que deseaban ver el piso (que los padres de Muñoa tenían en Zarauz) ya que pensaban secuestrarlo y ocultarlo. «Yo les facilité las llaves y lo fuimos a visitar, así como el trastero que también teníamos allí».
Días antes, los etarras indicaron al concejal de HB que cogiera su vehículo y lo aparcara en el barrio de Ardanza, en un lugar próximo a la estación del tren, «con el fin de guardar un espacio, ya que ellos iban a colocar otro coche. Lo hice y les di una copia de las llaves de mi automóvil (...) El objetivo de la acción era realizar el secuestro de un concejal del PP que trabajaba en Emán Consulting». Se iba a utilizar el coche de los miembros del comando y, si por alguna circunstancia fallaba, abandonarían el vehículo y tomarían el mío que previamente había aparcado en la calle Barrena».
El secuestro lo intentaron el día 9 pero no lo pudieron realizar porque Blanco no apareció. «Al día siguiente, en mi trabajo, escuché a través de la radio que ETA había llevado a cabo el secuestro». En septiembre de ese año «regresaron Amaya y Jon y me confirmaron que eran los autores. Discutimos el resultado y lo que había supuesto para el nacionalismo vasco. Jon nos dijo que esas acciones hay que valorarlas a un año vista. También me anunciaron que se iban a Francia para ocupar otras responsabilidades». De hecho, ambos llegaron a dirigir las células terroristas de ETA.
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