Relevo en el PP
García-Margallo: «No temo que haya juego sucio ni irregularidades»
El ex ministro apura sus opciones aunque lamenta la baja cifra de afiliados que participarán
El ex ministro apura sus opciones aunque lamenta la baja cifra de afiliados que participarán.
A pesar de que se considere un «outsider» y de que no cuente con el respaldo público de primeros espadas del PP, José Manuel García-Margallo está determinado a seguir hasta el día 5 de julio –cuando se celebra la primera vuelta de las primarias– con las esperanzas intactas. «Los Margallo nos hemos caracterizado siempre por dar la batalla hasta el final», asegura en conversación con LA RAZÓN tras su visita a Cataluña. Un espíritu que ilustra con el cumpleaños de su padre, que esta semana se ha convertido en centenario. Ante este escenario, la principal baza del ex ministro de Exteriores radica en una alta participación de los afiliados, algo que no va a ser posible después de que se haya obligado a que se hayan tenido que inscribir para poder votar. «Era innecesario elaborar ese censo porque bastaba con saber quién está al corriente de pago», explica. Si bien, aunque lamente este escenario, rechaza que el proceso de primarias pueda albergar «juego sucio o irregularidades».
Esto no diezma a Margallo, que es quien más está apostando por el cuerpo a cuerpo con sus rivales. Así, no escatima adjetivos para describirlos –ve a sus tres principales adversarios como «las dos viudas de Rajoy y el hijo adoptivo», en alusión a Soraya Sáenz de Santamaría, María Dolores de Cospedal y Pablo Casado–, y clama por un debate para que los militantes puedan disponer de más recursos para escoger. Más allá de ello, el ex ministro pone énfasis en resaltar que su candidatura es la única que dispone de un «proyecto de regeneración para el partido y para España». Algo que, a su juicio, los demás candidatos no tienen.
A falta de menos de una semana para la votación, Margallo asegura convencido de que ninguno de los dos ex presidentes del PP harán acto de presencia o interferirán. Ni José María Aznar ni Mariano Rajoy intervendrán. Da fe de ello tras asegurar que habla todos los días con Rajoy, con el que, según aclara, no abordan «cuestiones de política ni de las primarias», sino «personales».
En su programa pone claramente el acento en Cataluña, una autonomía con la que tiene un idilio particular y suspira por encontrarle un encaje en España con una propuesta «sugestiva». No solo por los amigos que asegura tener allí y que frecuentemente viene a visitar, sino porque justo en la antesala de la fase final del «procés» participó en un debate televisado con el líder de ERC, Oriol Junqueras, que le ha granjeado una profunda simpatía y aprecio por parte de ciudadanos de a pie de cualquier sensibilidad. Esto se puede pulsar con su presencia en la calle. A primera hora de la mañana lo hace a las puertas de la sede del PP y más tarde en Terrassa (Barcelona), ciudad incuestionablemente independentista, donde solo despierta interés y atención y no recibe ningún improperio, algo poco habitual para un dirigente popular.
En este sentido, asegura tener una buena amistad con Junqueras, y aunque afirma que no ha mantenido ningún contacto con él tras su encarcelamiento, sí que precisa que estaría dispuesto a escribirle una carta para enviarle un saludo «como amigo, porque más allá de eso, no coincidimos en nada». Y es que las propuestas de Margallo pasan por una Ley oficial de Lenguas y mejorar el sistema de financiación, porque el actual es «aberrante y genera injusticias». Con iniciativas de esta calibre, Margallo reconoce que no será suficiente para convencer a los independentistas, pero si permitiría recuperar a aquellos que migraron del autonomismo al separatismo. «Esto iría dulcificando el conflicto», concreta. «Para resolverlo hay que reconocer dos realidades innegables, la realidad catalana y la realidad hispánica», agrega y zanja que la solución no pasa por la «asimilación» de Cataluña, porque tiene «identidad propia».
Más allá de Cataluña, también intenta proyectarse insisitentemente como el candidato «reformista» que permita revertir la «desafección» que aqueja a las bases y segura que si es presidente, durante los dos años de legislatura que quedan promoverá grandes pactos de Estado.
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