Opinión
Hay que hacer algo con Juan Carlos I
El antiguo Rey quiere tener su propia voz. El vídeo de esta semana confirma que la cosa va en serio
Abu Dabi ya no da más de sí. Lo que hace casi seis años pudo suponer una solución expeditiva para un problema acuciante se traduce hoy en un elemento que lo aumenta y lo hace cada vez más presente.
A 7.500 kilómetros de Madrid, sin nada con lo que ocupar su tiempo y completamente solo, a Juan Carlos de Borbón no le pasa una sola idea buena por la cabeza. Tampoco tiene a nadie cerca que se las pueda quitar de la mente. De su comportamiento se deduciría más bien lo contrario: que se relaciona únicamente con un entorno que jalea sus deseos de reivindicarse. De ahí que validen cualquier iniciativa que se lleve a cabo para tal fin.
Los últimos acontecimientos dejan claro cuál es el estado actual del asunto. El antiguo Rey se ha cansado de comunicarse mediante filtraciones y quiere tener su propia voz. El fútbol es un terreno fértil para la metáfora. No, ciertamente, con las jefaturas del estado. Aquí no pasa uno del terreno de juego a la categoría de comentarista en cuanto cuelga las botas.
El vídeo que puso en circulación a principios de esta semana confirma que la cosa va en serio. Ha desaparecido cualquier pudor relacionado con la idea de «un rey no hace estas cosas». Se presenta, además, bajo el envoltorio formal de una práctica de un curso de Iniciación a YouTube impartido en cualquier centro de día de nuestro país.
Esto no significa que no estemos deseando hacernos con el libro de memorias. Seguro que es una lectura tan amena como interesante. Aportará bastante munición a la conversación pública y, seguramente, resulte de utilidad para los historiadores del futuro. ¡Ya que está escrito! Pero su mera redacción está lejos de suponer un empeño positivo. En la mayor parte de los temas es mejor no saber qué piensa un Rey que debe encarnar una figura integradora y arbitral. Su abdicación no retira ese velo con efecto retroactivo. Es un poco la frase de John Godfrey Saxe que suele atribuirse a Bismarck y que comparaba las leyes con las salchichas. «Se las respeta menos cuanto más se sabe cómo se hacen».
Con todo, lo más preocupante es el daño que hace a su hijo. Sobre todo por esas otras revelaciones, de índole más bien personal, que tampoco deberían ser del dominio público. No hace falta ser Real para que una familia interiorice aquello de dónde se lavan los trapos sucios. Justo ahora que tanto subraya la necesidad de preservar la institución es cuando más claramente está dejando traslucir un cierto narcisismo.
Cuando abandonó España en el verano de 2020, afirmó hacerlo para ayudar a que Felipe VI pudiera desempeñar sus funciones «desde la tranquilidad y el sosiego». La sociedad española estaba demasiado traumatizada por la pandemia como para sumar un problema por las irregularidades fiscales de su anterior jefe del Estado, en decadencia aguda desde el episodio de Botsuana de ocho años antes.
Hace ya tiempo que la tirita no sirve para tapar la herida. El supuesto propósito inicial no se cumple. La porquería desborda la alfombra bajo la que se intentó esconder. No se puede seguir mirando para otro lado. Hay que consensuar de una vez qué se hace con Juan Carlos I. Llegar a algo parecido a una solución que sí resulte definitiva.
Un domicilio lo suficientemente cerca como para que pueda restablecer un contacto cotidiano con un entorno más benéfico que aparte los pájaros que revolotean por esa testa coronada. En algún momento, además, habrá que terminar de enfocar su legado. Cómo se ponderan sus méritos de los primeros años con la conducta posterior que puso en peligro serio todo lo logrado. Hay un relato lindando con el oficialismo presto a aprovechar la indefinición para terminar de echar por tierra cualquier noción positiva de la Transición.
Se ha producido una paradoja. Aquel juancarlismo muy decepcionado tras la caída de la venda ve hoy con ojos todavía mejores al Rey actual. Los desplantes del padre se han traducido en una simpatía que alcanza hasta a republicanos convencidos. El trabajo que se realiza desde Zarzuela con la Princesa Leonor es meritorio y ya presenta resultados a día de hoy. Cabe hablar de una institución con futuro. No es poca cosa si se tiene en cuenta cómo han sido los últimos quince años.
Entre los argumentos que maneja Juan Carlos de Borbón para hacer lo que hace figura el de acercar su figura maltrecha al sector más joven de la población.
La otra noche, los contertulios de La Brújula (Onda Cero) bromeaban con la posibilidad de que, si tal es su propósito, se abriera una cuenta en TikTok en la que colgar vídeos cortos de afán más o menos moderno. Si por él fuera, mañana mismo.