Podemos

Iglesias rompe Podemos y quiere segunda vuelta

Tras polarizar el debate político en las últimas semanas, el líder morado se prepara para afrontar unos nuevos comicios con la amenaza de la implosión de su partido por el pulso de poder con Errejón

Iglesias rompe Podemos y quiere segunda vuelta
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Tras polarizar el debate político en las últimas semanas, el líder morado se prepara para afrontar unos nuevos comicios con la amenaza de la implosión de su partido por el pulso de poder con Errejón

En los últimos tres meses, Podemos ha experimentado un cambio en su naturaleza. Pablo Iglesias ha pasado de ser el timonel de una maquinaria de comunicación política en platós de televisión y tertulias radiofónicas a dirigir un partido con peso clave las más altas instituciones del Estado y presencia en todo el territorio. Aún es pronto para emitir un juicio definitivo sobre su estrategia (o su desempeño al ponerla en práctica). Para eso aun queda despejar si habrá gobierno o elecciones... y el resultado de las mismas de los nuevos comicios. Pero una cosa ya ha quedado meridianamente clara: como ya pasaba en los platós de televisión y en las tertulias radiofónicas, allí donde está Pablo Iglesias el debate gira en torno a él. Así fue durante el pleno de constitución del Congreso en enero, cuando la irrupción de Podemos se llevó todas las portadas con la presencia del hijo de Carolina Bescansa en el Hemiciclo. Así fue en la ronda de consultas con Felipe VI, aprovechada por Iglesias para anunciar –flanqueado por su equipo en la sala de prensa del Congreso– la oferta de apoyo a Pedro Sánchez, la exigencia de una «superpresidencia» para él mismo, un ministerio de «Plurinacionalidad» para su compañero Domenech y la mitad de las carteras del «gobierno del cambio» capaz de expulsar a Rajoy de La Moncloa. Así sucedió también durante el debate de no-investidura de Pedro Sánchez, el estreno de Iglesias como orador de Iglesias en la tribuna de oradores. Aquel primero de marzo será recordado, si acaso lo es, por la ruda confrontación entre las dos principales fuerzas de la izquierda en la que un nuevo Pablo Iglesias citó al antiguo Pablo Iglesias, fundador del PSOE, y llegó incluso a desenterrar el fantasma del crimen de Estado y de la «cal viva» que mancha el pasado de Felipe González, santo en vida para los socialistas. Y volvió a suceder una vez más durante el segundo debate de no-investidura de Pedro Sánchez. Entonces el líder de Podemos intentó suavizar con humor las crueles andanadas del primer debate. Queda abierta la reflexión sobre si el protagonismo de Iglesias es causa directa de su habilidad política o de la pasividad de sus rivales, incapaces de contenerle los de la izquierda y, los de la derecha, muy cómodos viéndole desestabilizar al PSOE y haciendo ya arreglos para unas generales en junio que cada vez parecen más cercanas.

Los portavoces de Podemos –Iglesias, Errejón, Montero, Bescansa– son sinceros cuando defienden un gobierno a la valenciana con el PSOE: éste es realmente el escenario que más beneficiaría al partido. Durante los seis meses de gobierno autonómico con Puig de presidente y Oltra de vicepresi-denta se produjo un «sorpasso» de libro. Hoy el binomio Compromís-Podemos, que sigue cohesionado pese a la exigencia de Baldoví de integrarse en el Grupo Mixto, es la fuerza hegemónica de la izquierda en Valencia. Éste es el modelo que Iglesias quiere repetir a nivel nacional. Y para ello estará dispuesto a rebajar considerablemente los términos del pacto que ha puesto encima de la mesa: la «supervicepresidencia» para Iglesias bien podría convertirse en el Ministerio de Exteriores, una cartera con mucha proyección pública (y no sólo en temas internacionales) para alguien con el perfil adecuado, como ha demostrado García-Margallo durante la pasada legislatura. La exigencia de un referéndum bien podría convertirse en una declaración lo suficientemente vaga para ser aprobada por ambos. Las posturas en este punto entre Podemos y el PSOE no son tan distintas como parece: Iglesias no falta a la verdad cuando afirma que lo que el defiende en este punto es lo mismo que el PSOE defendía hace dos años. No sería difícil tampoco llegar a un acuerdo en el reparto de ministerios. El único punto en el que Podemos no podrá ceder es, previsiblemente, el veto a que Ciudadanos forme parte del Gobierno de una manera o de otra.

En cualquier caso, si todo falla y se convocan elecciones para junio, Iglesias podrá contar con la maquinaria electoral de su partido, ahora más experimentada. La incógnita es si podrá estar encabezada por Íñigo Errejón. Desde determinado punto de vista, la crisis desatada por Iglesias con su fulminante decisión de cesar a Sergio Pascual es lo más importante que ha pasado en Podemos no ya desde el comienzo de la legislatura sino, probablemente, desde su fundación. LA RAZÓN ha venido informando desde marzo de 2015 sobre la constelación de conflictos regionales que Podemos ha tenido y tiene, pero todos ellos eran puntuales y en ningún momento hicieron tambalear la unidad sin fisuras de la cúpula del partido. Por eso es paradójico que con la maniobra con la que ha querido acabar con las crisis territoriales, Pablo Iglesias ha desatado una crisis mayor y, lo que será más grave a largo plazo, probablemente ha deteriorado para siempre su relación con Errejón, quien, para bien o para mal, ha sido el otro hemisferio cerebral que ha dirigido Podemos, señaladamente durante las campañas. El paralelismo entre estos dos políticos y el tándem Lenin-Trotsky es inevitable y ha sido señalado a menudo. Los hechos de esta última semana hacen de la comparación casi un lugar común.

Al cierre de esta edición, Íñigo Errejón sigue sin dar señales de vida. Su cuenta de Twitter lleva inactiva desde hace cuatro días, salvo un tuit aislado de apoyo a Rita Maestre, algo insólito en alquien que, hasta la defenestración de Pascual, desplegaba una actividad incansable en las redes sociales. La elección de Echenique para sustituir a Pascual no ha debido sentar nada bien a Errejón. Iglesias dijo que no debe haber familias en Podemos, lo que, descrifrando la enrevesada retórica del líder, viene a significar que la única familia que puede existir es la suya.