Navarra

La nieve en Alsasua

Paraje a 10 kilómetros del municipio de Alsasua donde se ve en una caseta una pintada de la bandera de España y la francesa tachadas con un «Esto no es España ni Francia»
Paraje a 10 kilómetros del municipio de Alsasua donde se ve en una caseta una pintada de la bandera de España y la francesa tachadas con un «Esto no es España ni Francia»larazon

Una gran nevada en los primeros días de enero de este año generó importantes problemas en las carreteras navarras. Cerca de la localidad de Alsasua se cerró un puerto de montaña en el que quedaron atrapadas más de 1.000 personas. Tanto el ayuntamiento de la comunidad foral de Navarra como numerosos habitantes de la localidad se movilizaron para acomodar en locales municipales y casas particulares a todas esas personas. Todo un ejemplo de solidaridad.

Solidarios. «La solidaridad es la imagen verdadera de Alsasua» dice su alcalde, Javier Ollo, del partido abertzale Geroa Bai. Alsasua tiene 7.419 habitantes, por lo que generalizando podría afirmarse que todo el pueblo fue solidario, pero parece lógico deducir que habiendo una mayoría de votantes abertzales (60 por ciento) sean ellos los que, en proporción, se comportaran más solidariamente con los atrapados por la nieve.

La nieve. En marzo de hace dos años la Guardia Civil acudió a la llamada de socorro de un grupo de personas atrapadas en dos autobuses cercados por la nieve en una carretera cerca de Lecumberri (Navarra). Los excursionistas que llamaron desesperados por la situación eran un grupo de expresos de la banda terrorista ETA. En el rescate participó uno de los guardias civiles agredidos tiempo después en el bar «Koxka» de Alsasua. Ningún homenaje.

Ahora bien, no se puede generalizar afirmando que este pueblo, que duplicó su población entre 1.950 (3.500 habitantes) y 1.980 (7.250 habitantes) gracias a una industria que atrajo a inmigrantes en su mayoría extremeños, sea un pueblo agresivo. Lo son las personas del grupo responsable de la agresión y quizás también las que rodearon a las víctimas para que no hubiera que tomarse la molestia de perseguirlas. Quizás también (vale, un poco menos) los promotores del movimiento «Ospa Mugimendua», activistas por la desaparición de las Fuerzas de Seguridad en Navarra y quienes participan (incluido el Gobierno Navarro) en las concentraciones, marchas y manifestaciones que defienden a los agresores y quienes no dudaron a la hora de insultar a Consuelo Ordóñez cuando con otras tres personas defendieron a los agredidos en la plaza del pueblo.

El cubo de reciclado de basura ha sido también pintado con dos franjas rojas, emulando una bandera de España, para reflejar el rechazo del pueblo a todo lo que venga de España

No ha sido un crimen espantoso, pero tampoco hay que reducirlo a la consideración de una simple paliza. Un grupo de 40 contra cuatro personas, dos de ellas mujeres. Lo de la violencia de género aquí ni se menciona. Imaginemos que esas cuatro personas hubieran sido de raza negra. O en un escenario peor, que en cualquier pueblo de España 40 personas hubieran agredido a 4 abertzales. El poso que ha dejado el terrorismo, el trabajo que aún se toma el mundo abertzale por ampliar espacios de opresión contra lo no nacionalista, contra lo español, sigue siendo incesable, y más en lugares en los que consideran que tienen menos oposición. La banda terrorista pudo dejar su actividad, pero sus seguidores no han dejado la suya.

¿Qué decir de un pueblo que permite todas esas pancartas echibidas en el pueblo, todos esas manifestaciones, todos esos gritos sin...? ¿Y esas voces que quieren resultar tranquilizadoras con sus «no es para tanto», o «ahora esto pasa menos que antes» o «esto se irá normalizando»? Puede que tengan razón, pero lo cierto es que si se consigue revertir la situación no será por ellos. Esos lánguidos comentarios en boca de bienintencionados políticos avalando la normalidad en una tierra de raíces enfermas acaba siendo más de de siempre. «No fue una situación aislada. De nuevo dos guardias civiles, de nuevo borrachos y agresivos, provocando y en nuestro terreno». Dicen los del grupo «Ospa Mugimendua».

Otro guardia civil (retirado), Sebastián Arroyo González, trabajador en la fábrica de guantes de caucho Igartex en Alsasua fue tiroteado cuando iba del trabajo a casa el 8 de enero de 1980, y falleció al día siguiente. Su nombre no aparece en la flamante web «Altsasu memoria».

Provocación. «En la tarde de ayer caminaban tranquilamente por la Gran Vía de Madrid alrededor de doscientos obreros cuando vieron venir en dirección contraria a un sacerdote vestido con sus hábitos por la calle, y ante tamaña provocación, la gente, enfurecida, no pudo contenerse y arremetió contra él...», se leía en un periódico anarquista en tiempos de la segunda república. Decía Luis Buñuel en sus memorias que leyendo esta noticia del palizón al sacerdote descubrió el surrealismo.

Surrealismo. Entiendo que habita entre nosotros desde hace tiempo: abramos bien el periódico de hoy mismo. Es posible que la primera experiencia piloto fue (aún hoy es) el País Vasco donde los master gratuitos en experiencias surrealistas han ido convirtiendo a una mayoría a la indolencia, al relativismo. Tan inmersos nos encontramos en ese surrealismo, que empezamos a no distinguir lo sensato, lo lógico... y no digamos el bien del mal. La hipocresía y el victimismo son herramientas cotidianas. Niños y mayores, pudientes y parados, hombres y mujeres, políticos y votantes. Nada tan interclasista.

Lo hemos visto muchas veces por aquí: un vecino mata a otro empujado por el aliento colectivo. Otro vecino lo ve y no hace nada por impedirlo ni denunciarlo, eso exime las culpas personales. La vida sigue.

La antigua fábrica de Alsasua cuenta con una gran pintada en una de sus paredes donde se lee «presos a casa» con el mapa que reclama el fin de la dispersión

El debate de los defensores de los agresores navarros se centra ahora en que la condena puede ser desproporcionada («propia de un Estado fascista») en caso deque se les considere culpables. La Justicia no tiene por qué gustarnos a todos, ni siempre por igual, y es imposible satisfacer a quienes se merecen castigo. Que se lo digan a las más de trescientas familias de asesinados por ETA que desconocen la identidad de los responsables de dichas muertes. Recordemos que solamente fue condenada una persona, y a un año de prisión menor, por el asesinato de Sebastián Arroyo. En Alsasua.

La blanca nieve les hizo solidarios: hasta lo son con un tipo de agresores.