Cartagena
Los cautivos de Orán
Llegaron a las costas de Murcia tras una travesía de 180 kilómetros. Algunos como Reduan, de 19 años, la han hecho ya hasta tres veces. Sus familiares esperan en la puerta de la cárcel de Archidona: «¿Estarán 50 días, dos meses? preguntan
En la puerta del centro penitenciario de Archidona (Málaga), convertido por obra del Ministerio del Interior en un improvisado centro de internamiento de inmigrantes, se agolpan unos veinte ciudadanos de origen argelino. Son las familias del medio millar de cautivos llegados a Murcia en patera la pasada semana. Al otro lado de la verja, un control de Policía Nacional más allá, se observan sábanas colgadas de alguna ventana. Es el único modo que tiene Brahim Fahim para saber que sus hermanos siguen allí. Que siguen vivos, «porque muchos de ellos han terminado en el fondo del mar».
«Omar, el pequeño de los dos, tiene una enfermedad intestinal y lo han operado ya dos veces. Necesita una alimentación especial, pero no dejan que le llevemos comida», explica Brahim, que no cesa de preguntar a los nacionales presentes sobre la situación administrativa de sus allegados. ¿Son 50 días? ¿Dos meses? ¿Cuenta el tiempo que estuvieron en Murcia? Cunde la confusión. Por momentos se viven instantes de angustia. La mujer de Brahim se comunica a gritos con sus jóvenes cuñados desde el exterior del Málaga II. «¡Aquí estamos con vosotros! ¡Aguantad!».
La travesía de los 562 argelinos llegados desde el jueves a las costas murcianas es digna de una novela ejemplar cervantina. Unos 200 fueron alojados en las comisarías de la región y 300, en el pabellón deportivo municipal de Bastarreche, en Cartagena, reconvertido en albergue por Cáritas y la Cruz Roja. Ahora, una semana después, duermen en la futura cárcel de Archidona, fruto de un traslado forzoso, sostiene Interior, ante la falta de capacidad en las instalaciones murcianas debido a las sucesivas llegadas masivas. La pulcritud de un centro a estrenar supone una mejora con respecto, por ejemplo, al vetusto CETI de Ceuta. El gobernante debe optar muchas veces por el pragmatismo, sí, pero no dejan de ser ciudadanos inocentes encerrados en una cárcel.
A los inmigrantes argelinos se les empezó a tomar declaración en los siete juzgados habilitados en Cartagena, Murcia, Lorca y Molina de Segura y, según vaya prodigándose la burocracia consular, irán siendo deportados de nuevo al país magrebí. El límite máximo de estancia es de 60 días, según establece la Ley de Extranjería, aunque el Gobierno asegura que no serán más de 40. Brahim no da crédito. «¿Cómo puede ser que estén aquí encerrados? ¡No han hecho nada malo! Hemos tenido que hablar con ellos por auriculares, como si fuera una prisión. No nos han dejado que les demos siquiera un abrazo», se sorprende este argelino que lleva viviendo en Francia desde 1989.
Esta avalancha de inmigrantes argelinos proviene mayormente de Mostaganem, una población de la costa septentrional próxima a Orán. La familia de Brahim, revela él mismo, está enfrentada al poder omnímodo del Gobierno de Argel desde antiguo y el destino emigratorio está marcado en su estirpe. Brahim salió de su pueblo hace casi 30 años y recaló en Lyon, en cuya universidad completó sus estudios. Actualmente reside en París y trabaja como operario en las instalaciones de Roland Garros. Sus más cercanos se han asentado en los alrededores de Tours. La crisis económica en la que está inmersa Argelia, tras el desplome del precio de los combustibles, vuelve a recomendar nuevamente la salida.
El puesto de trabajo de Brahim y el vehículo que lo ha trasladado desde la capital francesa en unas 15 horas hablan de un ciudadano francés normal, de la llamada clase media. «Estoy dispuesto a pagar lo que sea para que un abogado saque a mis hermanos de esta prisión», afirma Brahim, mientras su mujer muestra los pares de calcetines y las camisetas interiores que trae a sus allegados. Esperan la hora de las visitas. Mientras, en la puerta del centro penitenciario sigue acumulándose gente.
Aparte de los reporteros y de las familias de los cautivos, los políticos también revolotean en esta especie de páramo que queda a seis kilómetros de la población de Archidona. El eurodiputado de Podemos, Miguel Urbán, ha intentado acceder al centro. El fin, en este caso, es la foto, una carroña ideal para este tipo de formaciones políticas. Hace unos minutos ha llegado un coche con activistas de Caravana Abriendo Fronteras. Uno de ellos viene con un perro, acompañado de una mujer con el velo musulmán. «He venido para acampar», sostiene mientras se interesa si van a seguir llegando fotógrafos y cámaras.
Las organizaciones sociales han puesto el grito en el cielo. Más de una veintena de ellas mostraron su rechazo a este internamiento sobrevenido y han anunciado acciones legales. Creen que el Gobierno incumple la Ley de Extranjería y el reglamento de los Centros de Internamientos de Emigrantes. El domingo habrá una concentración en Archidona que recorrerá a pie la distancia hasta el internado. Técnicos del Defensor del Pueblo, del nacional y de su rama andaluza, inspeccionan de incógnito las instalaciones. Hay mucho movimiento y algunos familiares de los internos, que salieron de Francia hace una semana, empiezan a perder la paciencia.
Khalil Hisham descansa en un coche de alta gama, que le sirve de cuarto de estar y hotel, mientras aguarda la hora en la que pueda volver a hablar con su sobrino, Reduan, de 19 años. Están desesperados. «Pero cómo puede posible que los hayan encerrado así», interpela al reportero como si éste fuera un representante de Interior.
Es la tercera vez que su sobrino ha intentado atravesar los 180 kilómetros marítimos que separan Orán y Murcia. Fue casi la vencida, pues ahora esperan la expulsión. La idea era llegar a España para dirigirse a reunirse con sus familiares en la Borgoña. La madre de Hisham, tía abuela del joven cautivo, no puede ya hacerse cargo de nadie. Casi ni de ella misma. La solución era escapar en la patera. Ahora es uno más entre el medio millar de cautivos de Orán.
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