El desafío independentista

Melancolía de los pactos de la Moncloa

Rodeado por el resto de firmantes de los conocidos como Pactos de la Moncloa
Rodeado por el resto de firmantes de los conocidos como Pactos de la Moncloalarazon

Igual que los atentados terroristas y la amenaza de un golpe de Estado fueron determinantes entonces para el consenso constitucional, la crisis catalana está despertando hoy el patriotismo entre los españoles.

Hace ahora cuarenta años. El 25 de octubre de 1977, los representantes de todas las principales formaciones políticas firmaron en la Moncloa los Pactos de la Moncloa, que, aparte de evitar el derrumbamiento económico de España, facilitaron el pacto constitucional. Fue una audaz jugada del presidente Suárez –la anterior había sido la legalización del Partido Comunista– y una respuesta responsable, en favor del consenso, de los diversos partidos, que tanto se echa en falta hoy en algunos ante la crisis catalana.

La situación económica era desastrosa. Eso, unido a las tremendas arremetidas del terrorismo y a la amenaza de los golpistas, ponía en serio peligro todo el proceso democrático recién iniciado. La crisis del petróleo derivada de la guerra del Yom Kippur y la crisis monetaria habían afectado de lleno a la empobrecida sociedad española. Aquel verano del 77, después de las primeras elecciones, la inflación se disparó al 48 por ciento, lo mismo que la deuda. Cada día se perdían cien millones de dólares (de la época) en reservas exteriores. Entonces se apeló a la solidaridad política en un momento de emergencia nacional. Todas las fuerzas del arco parlamentario debían hacer frente juntas al problema para salir del atolladero y desbrozar así el camino para el consenso constitucional.

Debates intensos

Durante el mes de agosto, con el país de vacaciones, el vicepresidente Fuentes Quintana trabajó a destajo con sus colaboradores en la sede del Ministerio de Economía, en la calle de Alcalá, preparando el ambicioso proyecto sobre medidas de saneamiento y reforma de la economía española. Allí se sucedieron las reuniones, en el salón Carlos III, con empresarios y sindicatos, mientras el presidente Suárez negociaba en silencio en la Moncloa con los principales líderes políticos. Antes de llevarlo a la mesa del Consejo de Ministros, el papel se discutió horas y horas, y también el procedimiento a seguir. Llegado el día de la gran cita, 7 de octubre, cundía la incertidumbre. «Aquí no va a venir nadie –repetía Fernández Ordóñez, ministro de Hacienda–, y, si vienen, no van a pactar». «Van a venir y van a pactar», le replicaba Suárez. Y fueron llegando. Los primeros, los nacionalistas catalanes y vascos, y los más rezagados, los socialistas: Felipe González, acompañado de Joaquín Leguina.

La sesión se inició a las diez y cuarto con unas palabras del presidente Suárez explicando la difícil situación. «Si usted piensa –arrancó Fraga– que hemos venido aquí a respaldar cualquier política del Gobierno, está en un profundo error, porque el deber del Gobierno es gobernar y elegir la opción que estime más pertinente». «Yo no pienso compartir mi responsabilidad con nadie –le respondió Suárez–, pero sí el conocimiento de los hechos; el que quiera puede colaborar y el que no, puede marcharse». Esta respuesta, según Fuentes Quintana, «ató al señor Fraga y a toda la mesa para toda la reunión». De entrada, las reticencias mayores procedían de la derecha, tanto política como económica. Laureano López Rodó, que acompañaba a Fraga, «estuvo intrigando –según Enrique Fuentes– todas las horas que vivimos en la Moncloa, paseando por los jardines, cerca de Felipe González y su gente; les decía: «¿Cómo os vais a humillar a pactar con el Gobierno?» El discurso de Fuentes Quintana duró una hora. Lo leyó con pasión, aportando todo tipo de datos. Inmediatamente encontró el apoyo de Tierno Galván, que llegó acompañado de Fernando Morán. Intervino después Jordi Pujol. «A mí las cifras ofrecidas me cuadran –dijo–. Quiero saber si hay otros números en la mesa». Santiago Carrillo, que había llegado a un acuerdo previo con Suárez, apoyó el acuerdo con contundencia. El más reticente fue Fraga.

El sábado, 8 de octubre, el asesinato de Augusto Unceta, presidente de la Diputación de Vizcaya, a manos de ETA, ensombreció la marcha de las negociaciones, aunque posiblemente contribuyó a impulsar el entendimiento. Los atentados terroristas y la amenaza de golpe de Estado iban a ser en lo sucesivo factores determinantes del consenso constitucional. También ayudaron a estos importantes acuerdos. Lo mismo que hoy la crisis catalana está despertando el patriotismo entre los españoles. (Me cabe el pequeño honor, si no hay quien lo desmienta, de haber sido yo el que llamé a estos acuerdos por primera vez «Pactos de la Moncloa» en el diario «Informaciones» de Madrid. Y la ocurrencia, como se ve, tuvo éxito). En la elaboración material del documento participaron distintos representantes del Gobierno y de los partidos. Pero la redacción final estuvo a cargo de José Luis Leal, que dos años después sería ministro de Economía con UCD, y Ramón Tamames, autor de «Estructura Económica de España», miembro entonces del PCE y que fue el acompañante de Carrillo a esta reunión. Los dos se encerraron el domingo, día 9, en un pequeño despacho del Palacio de la Moncloa y fueron dictándoselo al alimón a una secretaria.

Los pactos fueron firmados solemnemente el día 25 de octubre en el Palacio de la Moncloa por Adolfo Suárez, Felipe González, Joan Reventós, Josep María Triginer, Manuel Fraga, Enrique Tierno, Juan Ajuriaguerra, Miquel Roca, Leopoldo Calvo-Sotelo y Santiago Carrillo. Con los Pactos de la Moncloa se inauguraba el camino de la concordia y de la reconciliación histórica. Como dato significativo, dos días después, Manuel Fraga hacía de presentador de Santiago Carrillo, hasta entonces enemigos irreconciliables, en el Club Siglo XXI. Estos pactos, seguidos de la amnistía y del consenso constitucional, parecía que significaban definitivamente el final del enfrentamiento de las dos Españas.