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Análisis

Otro golpe al presidente

El PSOE comienza a dar síntomas de preparar la salida de Pedro Sánchez de Moncloa

Pedro Sánchez asiste a un acto electoral en Plasencia Eduardo PalomoEFE

A nadie se le escapa que el «caso Salazar» es otro golpe al presidente del Gobierno –uno más–. Y este, además, se lo da su propio partido. El PSOE es una olla a presión que espera la guillotina de las urnas tras meses acumulando escándalos de toda índole en la prensa: corrupción, prostitución, tráfico de influencias y, ahora, acoso sexual. Lo cierto es que toda organización humana se debe a la lealtad que sus miembros se deban entre ellos, así como la que deban a la propia organización.

Sin lealtad y confianza no hay proyecto alguno. Mientras el colectivo esté eufórico y todo vaya bien, no suele haber problemas. La cosa cambia cuando se ve la muerte cerca. Es en esos momentos cuando se quiere hacer justicia para irse al otro barrio con la conciencia tranquila. Que el PSOE haya tardado cinco meses en tomarse en serio dos denuncias de acoso contra Paco Salazar y que lo haya hecho solo después de que «eldiario.es» advirtiera de la pasividad de la dirección del partido, es una señal inequívoca de que Sánchez, cuyo equipo en un primer momento no se creyó las denuncias, empieza a tener algo parecido a un contrapoder en el PSOE. Y este parece ser morado.

Sánchez se encargó de acabar con todos los contrapesos internos del partido. Hace tiempo que pensar en una corriente alternativa en Ferraz es un ejercicio de memoria histórica. Ya no existe Izquierda Socialista ni se debate en los comités federales. Las ejecutivas son meras comparsas. Pero es esperanzador ver a las feministas del PSOE levantarse para señalar, para decir que «ya está bien», que por ahí no van a pasar y que no las van a callar.

El cabreo del feminismo del partido es mayúsculo. Y no es para menos, porque después del trago de escuchar a quien fue su «ex número tres» repartirse prostitutas, no podían tolerar que siguiera la inercia de manchar a las mujeres. El PSOE sabe que el debate sobre la sucesión de Pedro Sánchez llegará más pronto que tarde. De momento, nadie quiere hacer ruido, porque sabe que levantar el dedo para desafiar al líder implicaría morir al día siguiente.

Pero que nadie se levante no significa que no haya quien esté dispuesto a hacerlo cuando llegue el momento. Algo se mueve en la línea subterránea de la calle de Ferraz. Esta crisis coincide con el grito de algunos socialistas, como el exministro Jordi Sevilla o el exlíder del PSOE Tomás Gómez, que reclaman a los suyos que empiecen a dar por superada la etapa de Sánchez al frente del PSOE. Cada vez más voces, cada vez más relevantes, cada vez más llamadas a la insurrección. Pero, y esto es lo relevante, Sánchez pondrá a prueba la lealtad de su colectivo, de su organización. La cultura del PSOE no se suele cambiar. Hay una regla no escrita pero sagrada que dice que mientras el secretario general sea el presidente del Gobierno está terminantemente prohibido plantearle un duelo. Solo cabe lealtad, lealtad y lealtad.

Y quien no cumple es un traidor. Pero Sánchez tiene un problema: dos de sus hombres de máxima confianza han pisado la cárcel. Uno de ellos, de hecho, está ahora mismo en ella. Y cuando uno está en la trena, todo puede cambiar. La lealtad gira a uno mismo. Todo lo demás no importa. Si esta semana ha dejado claro que las feministas del PSOE son un contrapeso al poder del líder, puede que pronto veamos que la cárcel de Soto del Real es otro contrapeso. Lo llamativo es que el líder socialista, consciente de que no le afecta mentir o cambiar de opinión, se atreve a decir que sus hombres de confianza eran «desconocidos».

Que diga eso demuestra que el síndrome de la Moncloa ya es terminal en el presidente. Puede que nadie se atreva en el palacio presidencial a explicarle la realidad. Lo más probable es que solo vea la realidad a través de sus ojos negros. Hoy arranca una campaña electoral en Extremadura que será otro golpe para Sánchez. No hay encuesta alguna que presagie nada bueno para el presidente.

El líder ha decidido someterse a la opinión de los ciudadanos directamente. Es él quien concurre aunque su nombre no esté en la lista electoral. Y todo indica que la federación extremeña será la primera en vivir la guerra de sucesión al sanchismo. El golpe estrepitoso que se dará el líder abrirá la veda. Extremadura será, casi con seguridad, la primera federación rebelde.