Elecciones catalanas
(Por fin) un día histórico
Por primera vez en las enésimas elecciones históricas que ha vivido Cataluña en los últimos años hoy hay un partido con posibilidades de ganar que defiende la Constitución, el imperio de la Ley y la igualdad entre todos los españoles
Por primera vez en las enésimas elecciones históricas que ha vivido Cataluña en los últimos años hoy hay un partido con posibilidades de ganar que defiende la Constitución, el imperio de la Ley y la igualdad entre todos los españoles.
El viajero deambula por las calles de Barcelona a la espera de que arranque en la tablet la juerga frente a los muros de la cárcel de Estremera. Falta poco para las penúltimas salvas y los últimos mítines antes de unas elecciones históricas. Ya. Últimamente Cataluña sale a varios plebiscitos históricos por año. Pero estos bien puede que lo sean ante la posibilidad no desdeñable de que gane un partido que defiende el imperio de la ley, la igualdad de todos los españoles y, en fin, el respeto al Estatuto de Autonomía, la Constitución y los tratados de la Unión Europea.
Para hacer tiempo, para matar las nauseas de leer la prosa procesista y procesionaria de estos días, el viajero, menos forastero que cuando llegó, entra en una librería. Compra «El instinto del lenguaje» de Steven Pinker, «Contra cromagnon», de Félix Ovejero, y «Capitalismo y revolución», de Gabriel Tortella. Merca de la buena. Todo forraje es poco para proteger tu estómago, y tus sesos, frente a la agresión continua de la posverdad patriótica. Al fin llega la comitiva de ERC a los páramos unamunianos (qué mejor paraje para denunciar a la madrastra España) y Marta Rovira y cía. recitan a entera satisfacción de las cámaras su grave papel.
El de los evangelistas que reclaman la vuelta del profeta, privado de contacto con el mundo exterior a la manera de un San Juan de la Cruz recluido en Toledo. Solo que en lugar de escribir los cánticos espirituales, Junqueras, santo y mártir, ejerce como carlista enamorado y Mahatma Gandhi de la Causa. ¿Cuál? Cualquiera que implique la forja de un pueblo y el advenimiento de una patria anterior a todo y sobre todo a la Ilustración y los derechos de ciudadanía.
Ingeniería social del s.XXI
A nadie puede sorprenderle, entonces, que entre los cruzados que lloran ante los espantosos muros de la cárcel figure un Raül Romeva, ex ministro de asuntos exteriores de su comunidad de vecinos y antiguo león de aquella Iniciativa per Cataluña que algún día tendrá que explicar su miserable sumisión a los postulados supremacistas de quienes, no contentos con enriquecerse con la mano de obra llegada del resto de España, trabajaron para borrar su lengua y, ya puestos, trataron de expatriarla.
Qué bonitas las maniobras de ingeniería social en la Europa del siglo XXI, mientras sus arquitectos solicitan más democracia (Rovira dixit), sin acabar de entender que precisamente para proteger la democracia hay que procesar a quienes quiebran las leyes. Somos el fruto de todas las derrotas pero la llave de todas las victorias, cantan en sus spots los angustiados líderes de una revuelta cíclica que ocupa varios siglos y unos cuantos ridículos. Enfrente, en Estremera, una patética congregación de neofascistas daba la exacta medida de a cuánto asciende la política ultra en el resto de España y de qué hablan los nacionalistas (y las izquierdas reaccionarias) cuando invocan la presencia de ese hipotético nacionalismo español: de cuatro mataos. En fin. Para ERC se trata de rentabilizar la ausencia del líder, enchironado mientras Puigdemont, hecho un pollo, discursea desde Bruselas. Tan sobrado que en vísperas de sus penúltimas conexiones vía skype, incluso se había permitido chulear al Ministerio del Interior cuando este tuiteaba #QuéHacerEnUnAtentado, ante la evidencia del nivel alto de alerta antiterrorista. Pues bien, el ex presidente, en su locuaz estilo marcapaquete, respondía con cuatro recomendaciones. La primera, No encarcelar al políticon que lo gestiona bien. Pueden imaginar el resto.
Like a Rolling Stone
Horas más tarde, en lo más profundo y gélido de la Plaça Major de Nou Barris, 1, 08042 Barcelona, España (sí, sí, eso dice el Google Maps, España), la gente se congregaba para asistir al último mitin de campaña de Ciudadanos. Albert Rivera, Inés Arrimadas y José Manuel Villegas para abrochar el tiovivo de una campaña que el partido naranja arrancó sobrio y termina Like a rolling stone. O sea, a punto de acabar a golpe de rock and roll con medio siglo de hegemonía nacionalista. Cuenta para ello con unos líderes jóvenes, guapos y, atención, brillantes.
Enfrente del escenario, con esa falta de disciplina que caracteriza a los partidarios de la Constitución, un público animado y, sobre todo, animoso. Quiero decir que necesitas ir por la vida armado de una conciencia bien robusta respecto a la excepcionalidad del momento histórico, o haber sufrido décadas de desprecio y xenofobia, para acudir a un mitin al aire libre en una noche así. Helada.
Finalmente José Manuel Villegas, secretario general de Ciudadanos, sale a las tablas y explica:«La locura de unos pocos está poniendo en pelígro nuestra democracia, nuestras libertades y nuestra economía. La democracia la secuestraron en el Parlament, y ahora que salíamos de la crisis, ahora que empezábamos a ver la luz, sobre todo en barrios como éste». «Hace 11 años», recordó, «algunos intelectuales levantaron la mano y avisaron de lo que venía. Fundaron un movimiento social, que luego se convirtió en partido político (...) y hemos crecido», dijo, «porque estábamos ahí cuando hizo falta, y pasamos de tres diputados a ser un proyecto nacional, y ahora tenemos a Inés Arrimadas como alternativa para ser futura presidenta de la Generalitat y a Albert Rivera como alternativa para ser el futuro presidente de España». Un alegato por una «Cataluña moderna y cosmopolita», frente a la «Cataluña provinciana y cerrada que nos quieren vender».
«Respetar las ideas de los demás y no reventar sus actos», así saluda Inés Arrimadas a quienes, más allá del perímetro del acto, tocan las cacerolas. «Esta pesadilla», dice, «va a tener una fecha histórica, y esta sí que va a ser importante, porque será la fecha de caducidad». Seré «la presidenta de todos los catalanes, y de las políticas sociales y del seny catalán en la Generalitad de Cataluña».
Qué diferencia, ay, con la épica entre distópica y marchita de los nacionalistas congregados junto al presidió donde su líder pasea, filtra mensajes, va y vienen de un módulo a otro en función de la penúltima norma que haya quebrantado y, al fin, juega a improbable Edmond Dantès. No digamos ya la pobre Mara Rovira, escondida durante casi toda la campaña. Un apagón, el de la candidata perdida, que arrancó el día en que Arrimadas debatió con Jordi Évole, mientras la elegida por Junqueras parloteaba en un español traducido del chino.
Frente a ella, su antítesis. Una Arrimadas de voz rota y abrigo oscuro, que recuerda ahora mismo, con el auditorio emocionado, que «estos barrios también son Cataluña, y han logrado que sea lo que es, un motor en España y en Europa». Convencida de que «la democracia nunca se puede dar por supuesta y de que vamos a recuperarla el próximo 21 de diciembre».
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