Mariano Rajoy
"Qué error, qué inmenso error": el PSOE se la juega a una sola carta
Pedro Sánchez «está nervioso» ante el auge del centro-derecha, aseguran ministros y dirigentes socialistas. Si no logra su objetivo de superar los 123 escaños, tendrá muy complicado ejercer su liderazgo. En Génova, por el contrario, respiran una euforia contenida: «Por vez primera, podemos echarle».
Pedro Sánchez «está nervioso» ante el auge del centro-derecha, aseguran ministros y dirigentes socialistas. Si no logra su objetivo de superar los 123 escaños, tendrá muy complicado ejercer su liderazgo. En Génova, por el contrario, respiran una euforia contenida: «Por vez primera, podemos echarle».
Cuando el pasado mes de junio el influyente Iván Redondo convenció a Pedro Sánchez para convocar unas nuevas elecciones generales, jamás pudo imaginar el incierto horizonte. Altamente seguro por unas encuestas que otorgaban una holgada mayoría al PSOE, el presidente del Gobierno no dudó en aceptar una apuesta arriesgada que, según todos los augurios, está a punto de perder. Con excepción del incrédulo CIS de Tezanos, todos los sondeos vaticinan una bajada, o como mucho un similar resultado, pero nunca un abultado crecimiento, de los socialistas. Un auge del centro-derecha con subida del PP, espectacular despegue de Vox y hundimiento de Ciudadanos, frente a una izquierda radical oscilante y mantenimiento de los separatistas. Este laberinto refleja un Congreso de los Diputados todavía más fragmentado y bajo amenaza de unas alianzas envenenadas. Todo ello ha provocado en los últimos días fuerte inquietud tanto en La Moncloa como en Ferraz, hasta el punto de que los «barones» del PSOE coinciden en su análisis del 10-N con el conocido lamento: «Qué error, qué inmenso error».
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En esta jornada electoral tan decisiva, Pedro Sánchez se juega todo a una sola carta como un osado ventajista hacia el vacío. «Es quién más tiene que perder», aseguran expertos sociólogos dado que fue el convocante de los comicios y aspira a superar la frontera de los 123 escaños. Si no lo consigue, a pesar de la ingente propaganda oficial, le será muy difícil ejercer un liderazgo claramente en precario.
«Cataluña y Franco le han salido por la cuneta». La frase corresponde a un veterano demóscopo que trabajó para los dos grandes partidos nacionales, PSOE y PP. En efecto, las imágenes incendiarias de Cataluña y los brotes de violencia no han afianzado al Gobierno, sino todo lo contrario, han dado alas al soberanismo. Y su revanchista altavoz mediático con el cadáver de un muerto hace casi cincuenta años ha reabierto heridas ya cerradas con un enorme auge de votos hacia la formación de Santiago Abascal. El «patito feo» que todos despreciaban y que ahora puede ser la esperanza blanca de la derecha con la balanza del desbloqueo.
«El miedo cambia de bando»
A Sánchez, este panorama le cruje los oídos. «Pedro está nervioso», confiesan algunos ministros en funciones y dirigentes socialistas que han hablado con él en el tramo final de esta campaña. Nervioso y malhumorado como se le vio en el único debate televisivo en el que estuvo displicente y sin alzar la mirada a ninguno de sus oponentes. Sus continuos ataques a la ultraderecha no le han salido rentables, sino todo lo contrario. «El miedo ha cambiado de bando», opinan los expertos ante la estrategia fallida de demonizar al partido de Santi Abascal. Los españoles temen ahora mucho más la desaceleración de la economía, las tremendas cifras del paro, los malos datos de creación de empresas... El mundo económico asiste atónito al elevado coste del bloqueo político, con los Presupuestos de Mariano Rajoy prorrogados y congelados los de doce comunidades autónomas. Temen que la crisis se descontrole, como ya sucedió bajo el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Consciente de ello, Sánchez adelantó que nombrará vicepresidenta económica a Nadia Calviño, una ministra sensata comprometida con la ortodoxia europea. En un intento de tranquilizar a los mercados, pero en un alarde de chulería mayúscula dado que no sabe si finalmente podrá formar gobierno. A Pedro Sánchez le sucede algo similar al líder de Ciudadanos, Albert Rivera: ambos tienen un carácter altivo, vanidoso, que a golpe de encuestas les hace tirar para adelante sin reflexionar nada. Ahí está el balance de Rivera, que apoyó con fervor la moción de censura contra Mariano Rajoy mientras se veía ya como presidente del Gobierno. El líder naranja ha vivido en una nube caudillista, rodeado de una corte de lisonjeros que le conducen a un batacazo de antología. Curiosamente, el líder del PSOE, aunque gane las elecciones hoy, y Albert Rivera, pueden ser los grandes perdedores de esta consulta. Desde luego, a más de uno en los cuarteles de sus respectivos partidos, le empieza a chamuscar la cabeza a pólvora.
Todas las encuestas pronostican una subida en votos del PP y será casi imposible bajar los resultados del pasado 28-A. Por ello, Pablo Casado nada tiene que perder. Los socialistas quisieron cogerle «con el pie cambiado» con estas elecciones, pero Casado, después de la debacle de abril ha aguantado bien el tipo. Sea cual sea el resultado final de sus escaños, lo venderá como una victoria aunque condicionado por Vox. Por ello, sus mensajes han reclamado siempre el voto útil de todo el espacio del centro-derecha, e incluso de los desencantados del PSOE y Ciudadanos. Una estrategia transversal, inteligente, que le puede funcionar.
En estos últimos días, en Génova se respiraba una euforia contenida. «Por vez primera, podemos echar a Sánchez», afirman algunos dirigentes del PP. Todavía con los talones seguidos muy de cerca por Vox, el gran partido revelación de estas elecciones, con su líder, Santiago Abascal, como el claro triunfador de todos los debates.
Así ha sido, en efecto. Santi Abascal, el líder atacado, el ogro feroz, el monstruo de extrema derecha, aparece ahora como un hombre atractivo, mesurado y con un mensaje meridianamente claro que atrae a la ciudadanía. «Cuanto más se les ataca, más votos», admiten varios expertos como prueba tajante de que ese miedo a la ultraderecha ya no existe. Hasta Pablo Iglesias, con más inteligencia que Sánchez, ha modulado muy bien sus dardos hacia Vox, sabedor de que le daban escasos réditos.
Unidas Podemos baja algo sus expectativas, pero no tanto como preveía el propio Pedro Sánchez. «Iglesias aguanta el tirón», vaticinan algunos frente a su desertor y antiguo amigo Íñigo Errejón, que parece cosechar uno datos muy pobres con su nueva marca de Mas País. Todos las encuestas sitúan a Rivera en el flanco del centro-derecha español, y a Errejón, en el de la izquierda, como los «farolillos rojos» de esta nueva contienda electoral.
El abanico se presenta muy enrevesado. Pedro Sánchez puede ganar, pero necesitará un ramillete de difíciles equilibrios para poder gobernar bajo la amenaza de los partidos separatistas y el espectro Frankenstein. Si el centro-derecha consigue sumar un solo escaño más, Pablo Casado ya ha anunciado que se presentará a la investidura. Todo ello bajo la atenta mirada de un potente Santiago Abascal, que puede convertirse en el tercer grupo parlamentario del Congreso de los Diputados, y un previsible derrotado Albert Rivera, que saldrá muy cuestionado.
En sectores políticos y empresariales circula ya con fuerza la sombra de la gran coalición o Pacto de Estado entre PSOE-PP pero con una importante premisa: sin Pedro Sánchez. Algo que no puede desdeñarse como la necesaria exigencia y condición de la derecha si está en sus manos el desbloqueo político. Atención, porque desde hoy domingo lo que se avecina tiene un nombre: Apasionante.
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