El desafío independentista
«¿Qué si voy a ir a votar? Yo quiero comer»
Los comedores sociales en la capital del separatismo están sobrepasados. La pobreza en Barcelona aumentó un 6% en 2013, según la Memoria de Cáritas 2014. El perfil de los usuarios de los comedores ha dado un giro de 180 grados. Mientras hace algunos años los inmigrantes, sobre todo marroquíes y magrebíes, eran los principales beneficiarios de estos programas, la realidad es que ahora en los comedores sociales de la Ciudad Condal se habla catalán. «Éstos no van a arreglar nada con la independencia», dice María, una mujer que lleva un año yendo al comedor de Paralelo. «Que Pujol devuelva el dinero y así podremos comer todos los catalanes», añadía al ser preguntada sobre la ofensiva secesionista de Artur Mas. Ella tiene claro que va a votar hoy, porque «estoy harta de toda esta pantomima. No comprendo a quienes se creen más catalanes que yo por decir que no se sienten españoles», afirma María, que vive con una pensión por minusvalía que no le llega para acudir al supermercado. A su lado, sentado en unas escaleras que se dirigen al comedor, donde han acabado de comer macarrones y carne, se encuentra Miguel, que no obtiene ningún ingreso. «¿Qué si voy a ir a votar? Yo no sé saltar», responde riéndose al ser preguntado. Si una cosa tiene claro Miguel, que también es asiduo a este comedor, es que «el burro es de donde pace, no de donde nace. Yo soy igual de catalán que los demás y quiero seguirlo siendo, pero también español», repite. Y es que a ellos nadie les consulta.
En Cataluña, más de un 40% de la población se encuentra en riesgo de pobreza, cuando la media española apenas pasa del 15%. Los niños son los más afectados, junto con los mayores. En estos últimos precisamente se centra el comedor de Emmaús, en el distrito del Eixample. «Nos dimos cuenta de que los mayores de nuestro barrio estaban pasándolo mal y decidimos ayudarles», dijo Lourdes Servent-Pedescoll, coordinadora del comedor junto a su hermana Rosa. Avelina es una de las personas que acuden diariamente a este centro para comer junto a demás vecinos, aunque ellos más que vecinos son una gran familia, como les gusta decir. Su marido, de 86 años, tiene problemas de salud y ella apenas puede cocinar. Sus pensiones no les llegan más que para pagar su casa y los gastos, por eso se han visto obligados a acudir a este comedor. «Al principio nos daba vergüenza», reconoce Avelina, cuyo marido era propietario de una joyería. «Un día vi a una chica que estudió con mi hija de voluntaria. Me reconoció. Me quise ir, porque me vine abajo. Pero ella me abrazó y me dijo que no pasaba nada», relató. Y es que este comedor no acoge a personas en situación de mendicidad, sino a catalanes que con estudios y trabajos cualificados se han encontrado a su vejez en una mala situación económica. «No quieren vender sus casas porque han vivido aquí toda la vida, pero la pensión no les da», dice Lourdes.
Avelina se sienta en la mesa de las chicas de oro. Son todo señoras de más de 70 años. «Se trata de gente con mucha dignidad. Les cuesta decir: Oye, necesito ayuda», explica Lourdes. Pero en este comedor, que lleva tres años ayudando a los mayores del Eixample, la vergüenza se deja fuera. «No atendemos una pobreza extrema, pero sí una pobreza silenciosa», indica Lourdes. Avelina, que ha vivido la Guerra Civil, ve ahora en Cataluña nuevamente una fractura. Se trata de las dos Españas. «A mí esto de la independencia no me interesa, yo sólo quiero comer». Los mayores de este comedor, en general, tienen la misma opinión. De hecho, cuando llegan unas elecciones piden a los voluntarios que les acompañen a votar, pero la realidad es que «nadie nos ha pedido acompañamiento para votar hoy», explica Lourdes.
Al pasar una mala situación económica, «te haces más sensible a la corrupción», dice Lourdes. El caso de Jordi Pujol ha caído como un jarro de agua fría en la sociedad catalana. Máxime cuando se trataba del político catalán por excelencia. «Ahora que devuelva el dinero, que la gente buena sabrá gestionarlo para que todos podamos comer», dice Avelina. Ellos, al menos cuentan con el apoyo de los comedores sociales de las órdenes religiosas. Sin embargo, un gran número de catalanes hacen cola en la estación de autobuses de Barcelona para poder comer. Dos veces en semana, unos voluntarios entregan una cena caliente a las personas que allí acuden. Son las denominadas colas del hambre.
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