Opinión

No quiero líos

Los políticos están para mediar, para ordenar la vida en las ciudades. Pero es muy cómodo echarle el muerto a jueces y policías

La manifestación a favor de la okupación en su llegada al Kubo y la Ruina durante una manifestación convocada por la empresa de desahucios extrajudiciales, Desokupa, contra la ocupación de los inmuebles de la plaza Bonanova 'La Ruïna' y 'El Kubo', a 11 de mayo de 2023, en Barcelona, Catalunya (España). Los Mossos d'Esquadra y la Guardia Urbana de Barcelona se han coordinado para blindar seguridad y rebajar la tensión en el entorno de los edificios okupas de la plaza Bonanova de Barcelona, un dispositivo que se ha reforzado hoy, pero que pretenden mantener los próximos días, coincidiendo con la campaña del 28M. Lorena Sopêna / Europa Press 11/05/2023
Desokupa renuncia a desalojar a los okupas de La Bonanova pero mantiene su manifestaciónLorena SopênaEuropa Press

Empieza a ser un patrón de nuestro flamante siglo veintiuno el hecho ramplón de estar constantemente descubriendo mediterráneos. Existen fenómenos de décadas que ahora pasan por nuevos, como sucede por ejemplo con los ahora llamados okupas. En mi juventud, sobre el año 1979, se usaba la palabra «squatters» para denominarlos e iban muy vinculados a los movimientos contraculturales, al «underground» y al rock. Si alguien tiene curiosidad por presenciar cómo eran esas cosas, le recomiendo que busque un film de esos años titulado «Cha, Cha», dirigido por Herbert Curiel, donde el músico protagonista se dirigía en Ámsterdam a visitar a un grupo de amigos en uno de esos edificios ocupados.

Los «squatters» provenían del mundo utópico que buscaba formas de vida alternativas heredadas de las inquietudes de los años sesenta. Muchos de los primeros grupos de punk-rock ensayaban dentro de los muros de edificios de ese tipo. Una de las primeras noticias que tuve en mi vida de gente que se conectaba ilegalmente a la red eléctrica, la recuerdo cuando se hablaba de un amigo del cantante de The Clash, que era un especialista en subirse a un colchón hinchable de playa para hacer estas conexiones sin quedar fulminado por las posibles descargas.

En la nebulosa ideológica, más o menos utópica, que acompañaba a aquel universo «squatter», había un componente constructivo de comunidad. Se trataba de convencer al vecindario, de hacerle ver, de «visibilizar» (cómo diría ahora la jerga sociopolítica cursi) que aquellos jóvenes lo que pretendían era rehabilitar un edificio público en desuso, adecentarlo y darle un servicio, para ser bien mirados por la comunidad como gentes que no querían hacer daño a nadie. No había elementos de pirotecnia agresiva ni señales de guerra ni enmascarados que se paseaban con hachas por las calles ni nada parecido.

Esa orientación se ha perdido en el tiempo y este tipo de iniciativas navegan ahora a la deriva en un río variopinto de pura supervivencia, de sectarismos beligerantes y toda una casuística indiscriminada. La deriva corre paralela a nuestros tiempos de victimismo, argumentaciones primarias, populismo y superficialidad.

Una demostración concreta es la pancarta, colgada en la fachada del edificio de la Bonanova, tras la que se atrincheran los okupas del barrio barcelonés del que tanto se ha hablado estos días. Su lema es «tu lujo es mi miseria». La frase da mucho de sí. En primer lugar, reconoce implícitamente que la utópica forma de vida que se proponía no ha resultado ser tan positiva, bucólica y seráfica como se pretendía, sino mísera. La segunda conclusión colateral que se extrae es que ese fracaso necesita echarle la culpa a alguien externo, a otro que no esté refugiado detrás de la pancarta, huir de la posible responsabilidad de intenciones o decisiones propias erróneas. Ni se precisa quién es exactamente el «tú», ni se detalla exactamente cuál es su lujo. O su nivel de lujo, por decirlo más específicamente. Porque hubo tiempos en las sociedades humanas en los que una naranja se consideraba un lujo, no digo ya la calefacción central, el agua corriente o un servicio de sanidad universal que atienda a todos. El tema ideológico de fondo, como vemos, da mucho de sí. Pero lo que está claro es que el resentimiento ha sustituido en esas ideologías a la benévola utopía constructiva.

Era un buen lío y no era fácil resolverlo, pero que se haya dado esa deriva solo obedece a que aquellos que tenían que hacer su labor de mediadores entre la realidad y el público no han hecho su trabajo largándoles el muerto a otros. Los políticos (en este caso concreto, los políticos municipales) si para algo están es para mediar, para ordenar y acordar la vida en las ciudades. Es muy cómodo –y bastante hipócrita– cargarles el lío a los jueces y a los policías, cuya tarea no es la de mediador, y lavarse las manos con excusas populistas. Añadirán luego cínicamente la queja de que la Justicia está supuestamente politizada. Pero lo cierto es que, si para algo los humanos creamos un Ayuntamiento, es para que se encargue de estas tareas. Y lo que está claro es que, en este caso, no ha hecho su trabajo.