Gobierno de España
Rajoy-Rivera: del odio al amor sólo hay un pacto
El diablo está en los detalles. Este refrán popular se ha cumplido en el último tramo negociador entre el PP y Ciudadanos. Un auténtico tira y afloja, en el que cada uno necesita ponerse una medalla, en especial el partido naranja, cuya metamorfosis ha sido intensa en estos dos meses de relación entre Mariano Rajoy y Albert Rivera. «Un matrimonio temporal por intereses mutuos». Así definen miembros de los dos equipos de trabajo esta relación política, con el objetivo de presionar al PSOE y desbloquear la situación. Sabido es que entre el odio y el amor sólo hay un paso. En el caso de Rajoy y Rivera, sólo un pacto. Ubicados en un mismo espectro ideológico, separados por la edad, contrincantes electorales, adversarios dialécticos pero, inevitablemente, condenados a entenderse. Es la suya una historia inédita en los anales de nuestra democracia que marcará ejemplo. «Nunca serán amigos, aunque sí aliados». El veterano gallego y el novato catalán necesitan llegar juntos al altar y sólo queda vestir la ceremonia antes de dar el «Sí quiero».
Desde el 26-J, el romance de Mariano y Albert no ha sido de valentía, como dice la copla, sino de conveniencia. Tras su último encuentro personal en el Congreso y, sobre todo, tras la designación del Rey, era cuestión de tiempo y escenario. Rivera necesitaba vestir su cambio de actitud después de su pertinaz negativa a Rajoy, y el reparto de papeles estaba servido. La incesante presencia mediática de sus negociadores ha sido agotadora. A veces, contradictoria, en un afán de no parecer demasiado «blandos» ante un PP al que antes atacaron y les llevó a su acuerdo con Pedro Sánchez. De no «cambiar una coma» pasaron a ser flexibles, una vez que los populares tenían claras las cuentas públicas. El pulso se relajó en la conversación mantenida el jueves por la noche entre Rajoy y Rivera. El líder de C’s le pidió «cintura» y el presidente en funciones mostró su posición favorable, aunque le recordó las limitaciones presupuestarias: «Los números son los que son», le aseguró.
Según fuentes de la negociación, dos bloques fueron el gran caballo de batalla: la economía y la corrupción. En la primera, hubo un fuerte forcejeo entre Álvaro Nadal y Luis Garicano. El director de la Oficina Económica de Moncloa conoce bien las cifras, que no pueden cubrir las pretensiones demagógicas del antiguo economista liberal, ahora algo trastocado de cara a la galería. En este bloque fue también determinante el papel del secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, José Luis Ayllón, y la ministra de Empleo, Fátima Báñez, buenos expertos en las «tripas» de la Administración, los agentes sociales y con capacidad de diálogo. En el plano político, dos auténticos «panzer» del Congreso, Rafael Hernando y José Antonio Bermúdez de Castro, se las tuvieron con el verdadero hombre fuerte de C’s, José Manuel Villegas, la mejor cabeza del partido naranja, en opinión de los populares. De portavoz amable hizo Fernando Martínez Maillo, en contraste con la altivez de Juan Carlos Girauta, cuya excesiva teatralidad a veces le pierde.
Por encima del «postureo» escénico entre los equipos, la sombra de Rajoy y Rivera estaba presente. En el giro de este último han influido varios factores, entre ellos las presiones empresariales avanzadas por este periódico y su posible retirada de apoyos en unas nuevas elecciones. Sin olvidar los sondeos que colocan a C’s en una bajada, por pasar de partido «bisagra» a «torniquete». Aunque la relación personal entre Rajoy y Rivera no puede tildarse de amistosa, lo cierto es que ambos sí están completamente decididos a impedir nuevos comicios, frente a la intransigencia de Pedro Sánchez. Rajoy, en su papel de candidato ganador, y Rivera, como «un héroe campeador», en palabras de los pocos conocedores de la relación entre ambos. El presidente en funciones ha vendido la imagen de un negociador flexible y abierto, mientras el líder naranja deseaba aparecer como la solución y no el problema. En este escenario silente y discreto, la mano de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría ha sido clave, a través de sus personas de confianza. En C’s, José Manuel Villegas, menos brillante que Girauta, pero más frío, sensato y con buena sintonía personal con los portavoces parlamentarios del PP.
Según sus respectivos entornos, la relación personal entre Rajoy Rivera ha pasado de «distante» a «dialogante». La tensión, tras la firma del pacto con el PSOE, se fue rebajando por la cercanía campechana de Rajoy y su oferta sin tapujos. «Esto es lo que hay», le ha dicho siempre en sus conversaciones como gran conocedor de los números del Estado, que no permiten «cantos de sirena». Para Rivera, un joven que se movió en las aguas del PP catalán, Rajoy no es un enemigo en potencia, sino más bien un estandarte a combatir por los casos de corrupción. Hizo extenuada bandera de ello, hasta comprender que era mucho mejor compañero de viaje que Pedro Sánchez. Tras el fiasco de este acuerdo y las elecciones del 26-J, las élites económicas del país se movilizaron. «Albert, vota una presidencia en diferido, pero vota», llegó a decirle un destacado empresario, apelando a que diera el «Sí» a Rajoy. Generosidad de Rajoy, confianza de Rivera, como una pareja condenada a entenderse por los intereses de España. Lo tenían hablado hace días y el resto ha sido cuestión de tiempo, puesta en escena y matizar el final de la obra.
De momento, Rajoy ha abierto la mano cuanto ha podido y Rivera ha dado un paso importante. Si la investidura sale adelante, ya se verá hasta dónde. En política, lo que hoy es negro mañana es blanco, y Rivera lo ha comprendido. «Hay que tener mucha mili», dice un veterano dirigente del PP para lidiar la situación. O sea, aparentar firmeza y negociar por lo bajo. En esto, Mariano Rajoy es un maestro, y Albert Rivera ha sabido coger el guante. La amenaza de unas nuevas elecciones con bajo horizonte y el abandono de los poderes económicos que le respaldaron hicieron meditar al líder de C’s, que en sus noches de luna llena sueña con Adolfo Suárez y los Pactos de la Moncloa de la transición. La España de hoy no está para caras bonitas y frases limpias, necesita gestores brillantes y resultados concretos.
La política no exige amigos sino aliados. Mariano Rajoy y Albert Rivera se lanzaron dardos dialécticos en el pasado, pero necesitan ahora anteponer los intereses de España. «Pareja por derecho y no de hecho», ironiza un experto diputado del PP. Los afectos, en la maleta, y las reformas, en la mesa. Como el gallego es andarín y el catalán nadador, algo tienen en común: el esfuerzo por la meta, España, que bien vale la pena. Fuera de juego, por el momento, queda un mezquino Pedro Sánchez, acorralado, únicamente obstinado en conservar su silla y camino de convertir al PSOE en un grupo residual. El factor humano juega mucho en la vida. Rajoy y Rivera han sabido modularlo bien, mientras el socialista lo utiliza como un niño enrabietado. Pierde él, su partido, y daña a España. Si finalmente hay terceras elecciones, ya tenemos responsable.
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