Discurso de Navidad
Rey para rato
Personalmente no recuerdo ningún discurso de Navidad del Rey tan convincente como éste. Los que decían que era un rey acabado se habrán llevado un gran chasco. Observando la firmeza y la sinceridad con que hablaba no hacía falta que anunciara expresamente que estaba dispuesto a continuar con el desempeño fiel de su mandato, ni que recordara lo fructífero de su largo reinado, a punto de coronar la cifra redonda de los cuarenta años, en los que ha florecido, a pesar de las cuitas actuales, el progreso y la libertad como en ninguna otra etapa de la historia de España. Tuvo el detalle de recoger una cita del Príncipe, su sucesor y perfectamente preparado para la ardua misión que le espera. Pero el Príncipe de Asturias tendrá que esperar. Hay rey para rato. Los intrigantes que merodean por palacio deberían enmudecer. Y, para evitar suspicacias y conociendo bien el terreno que pisa y las escabrosidades que aún le esperan, asume públicamente las exigencias de ejemplaridad y transparencia que reclama la sociedad. Él se pone por delante en esto e invita a la desacreditada clase dirigente a que cunda el ejemplo.
Escuchándole me pareció que revivía el espíritu de la Transición, que fructificó en la Constitución de la concordia. Una España abierta en la que cabemos todos, cediendo cada uno un poco para hacer hueco a los demás. Me pareció que el Rey hacía una clara defensa del marco constitucional del 78, pero sin cerrarse a considerar una actualización de aquellos acuerdos de convivencia. Aparte del oportuno y sentido reconocimiento de los estragos de la crisis en los grupos sociales más vulnerables, desprotegidos y castigados y el razonable llamamiento a la esperanza porque de otras peores hemos salido –y aquí Don Juan Carlos apeló a su experiencia–, el importante mensaje tenía en el punto de mira la peligrosa crisis catalana. Pocas veces, ante una situación como ésta, en la que parece que el abanico de España se desvencija, se llega con más evidencia a la convicción de que la Corona es el clavillo del abanico. Que no es poco. Los que pregonan frívolamente la inutilidad de la Monarquía deberían reconsiderarlo. Frente al desafío soberanista, el Rey pide diálogo y generosidad, pero sin saltarse a la torera la Constitución y las leyes, como no podía ser de otra manera. Y para enmarcar con marco de oro esta España abierta, no está de más recordar «la intensidad de los afectos y lazos históricos, la cultura que compartimos, la convivencia de nuestras lenguas y la aceptación del diferente». Pues eso.
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