Doctrina Parot

«Si encontrara por la calle al asesino de mi hermano, le preguntaría, ¿por qué?»

«Si encontrara por la calle al asesino de mi hermano, le preguntaría, ¿por qué?»
«Si encontrara por la calle al asesino de mi hermano, le preguntaría, ¿por qué?»larazon

Fabio Moreno Asla, asesinado por ETA cuando era un niño de dos años, tendría hoy la mirada franca y la sonrisa cálida de su mellizo Álex. «Si me encuentro por la calle al asesino de mi hermano le preguntaría, ¿por qué lo hizo?, ¿por qué matar a un niño? Tengo verdadero interés en saber qué me respondería, hasta el punto de que si le viese, le pararía para hablar con él», dice Álex en una conversación relajada a sólo unos pasos de donde, hace 22 años, el etarra Javier Martínez Izaguirre colocó una bomba en el asiento del copiloto del coche de su padre, el entonces guardia civil Antonio Moreno.

Nos cuenta que se encuentra bien, tranquilo, después de que el asesino de su hermano fuera recibido como un héroe, con lanzamiento de cohetes, a su llegada a su localidad natal, Usánsolo, tras ser excarcelado. Álex está acostumbrado a moverse en Erandio entre gente del entorno etarra y no tiene ningún problema en hablar con ellos, pero deja claro que «no perdono al asesino de mi hermano y no lo perdonaré hasta que Fabio esté comiendo conmigo». Habla sin rabia, sin odio, pero con la tristeza profunda de que su hermano mellizo no haya podido crecer en ese pueblo donde él, a pesar de todo, vive con absoluta normalidad.

Sólo hay que preguntar a jóvenes de su edad en Erandio por Álex Moreno para localizarle. Es un chico abierto, que juega al fútbol en el equipo local y que tiene muchos amigos en el pueblo. También un importante núcleo familiar, de abuelos, tíos, primos, todos enraizados en Erandio, de donde es su madre, Arantza Asla, quien hace ya muchos años se enamoró del guardia civil de Almería, destinado en Bilbao, Antonio Moreno.

Sin odio ni rencor

Cuando ETA puso una bomba en el coche familiar, Arantza y Antonio tenían tres hijos, uno de diez años, Marco, y los mellizos de dos. No recuerda nada de aquél día. «Mi hermano Marco fue quien más sufrió por el atentado. Él tenía diez años y la bomba que mató a Fabio golpeó su infancia», nos dice.

«No nos han educado en un ambiente de odio, ni de rencor y se cómo funcionan aquí las cosas, así que he visto el recibimiento al asesino de mi hermano con naturalidad, pero tengo claro que quien mató a Fabio, lo mató y es culpable, aunque le reciban con cohetes, porque podía haber matado a mi padre, al que quiero muchísimo, si entendía que con ello atacaba a la Guardia Civil, pero puso la bomba en el asiento del copiloto de un coche en el que sabía que viajábamos sus hijos». Habla consciente del daño que le hicieron a él, a su hermano mayor, a su madre y a su padre, pero «sin rabia», subraya, y buscando una explicación a lo inexplicable.

«Es un chico cariñoso y buenísimo», nos dice su madre, Arantza, quien le escucha orgullosa de la serenidad que transmite. Mientras esperábamos que Álex regresara a Erandio de su trabajo como dependiente en una tienda de ropa de un municipio cercano, Lejona, Arantza nos cuenta que estudió para trabajar en carrocería de automóviles y que incluso estuvo en Florencia unos meses formándose para ello, pero que, al igual que otros muchos jóvenes de veinticuatro años, ha tenido que adaptarse a los tiempos de crisis y trabajar en lo que ha podido, aunque está tan contento y no lo cambiaría por ningún otro empleo. Nos pide que no le saquemos fotos, «trabaja de cara al público y sería un problema para él»

Llueve tras los cristales de la cafetería de Erandio en la que hablamos con Álex y con Arantza, pero ni la oscuridad de la tarde, ni la injusticia de que los asesinos sean recibidos como héroes, pueden con ellos. «Llevaba tres días triste, sin arreglarme, desde que mi ex marido, Antonio, me llamó para contarme que iban a excarcelar al asesino de Fabio. Pero esta mañana me he dicho a mí misma que no quería seguir triste día tras día y he ido a la peluquería y me puesto un chaquetón rojo», nos dice Arantza, quien lleva luchando con coraje durante veintidós años contra la depresión que siempre está ahí, acechándola, desde que el etarra «Javi de Usánsolo» mató a su hijo de dos años.

Fabio probablemente hubiera acompañado a su hermano Álex, una tarde cualquiera, a entrenar con el equipo local de fútbol. Es un apasionado del deporte y un joven activo, que se interesa por cosas muy variadas. «Este verano ha hecho un cursillo de socorrismo y primeros auxilios», nos cuenta su madre, muy unida a él. Viven juntos en unas casas nuevas muy cerca del domicilio donde residía la familia en el momento del atentado. Su padre, tras la separación del matrimonio, se fue a vivir a Almería y va a visitarle a menudo. «La verdad es que nos llevamos todos muy bien», cuenta Arantza.

Madre e hijo se relacionan mucho en el pueblo. Notas que les quieren cuando preguntas por ellos en los bares o en las tiendas, a pesar de que es un pueblo de mayoría nacionalista en el que hicieron un homenaje a Fabio hace tres años, pero pusieron la placa dentro del ayuntamiento y no en la calle, como les reprocha Arantza. «Mi padre antes era del PNV, pero seguro que se avergonzaría de que el alcalde no tuviera el valor de poner la placa en la calle», cuenta la madre del niño asesinado por «Javi de Usánsolo» en un pueblo donde, comenta con tristeza, «el miedo a ETA ha hecho tanto daño como las bombas».