Política

Barcelona

Televisiones apagadas y desencanto

Televisiones apagadas y desencanto
Televisiones apagadas y desencantolarazon

A 650 kilómetros del Congreso de los Diputados, la vida en Barcelona parece ajena a lo que acontece en la Cámara Baja. En el bar Yañiz, en la calle Siglo XX del barrio del Guinardó, el televisor permanece apagado. De pronto, un camarero enciende la pantalla en la que aparece Mariano Rajoy al final de su alocución dirigida a la comitiva catalana. Nadie en el bar pone los cinco sentidos, pero la atención es suficiente para levantar los primeros chascarrillos de los clientes. Bromean sobre si seguir el debate en el canal 24 horas de la televisión pública estatal o hacerlo en el de la cadena pública catalana. De las bromas pasan a las opiniones. «Esto sólo es marear la perdiz», argumenta Hilario González, que claramente se posiciona en contra de los anhelos de los representantes de CiU, ERC e ICV. Este empresario y cliente del bar conviene con otro en no respaldar la consulta soberanista. Con todo, aseguran que tanto políticos de acá como de allá no están por lo que de deberían. Hilario, algo hastiado, apura un vaso de cerveza, se despide y abandona el local.

El camarero asegura que no le gusta meterse en una discusión política, mientras otro cliente bromea sobre las opiniones intercambiadas con anterioridad. «Si no están contentos que se marchen», ríe. Se llama Óscar y está a favor de la consulta. «Aquí no se vive mal, no hay problemas con el idioma, la gente habla de todo. Se podría hacer una consulta. No pasa nada», afirma.

En la cafetería «El Racó del bon cafè», en la calle de las Acacias, Meritxell atiende cuatro mesas mientras la televisión permanece apagada. «A mí me dan igual los políticos y la consulta. Mi padre es de Murcia y quiere la independencia y yo le digo: ¿Para qué? ¿Para que en vez de llevarse el dinero unos se lo lleven otros?». Una de sus clientas añade que el debate sobre la consulta catalana es una «pantomima» de todos los políticos. Se llama Pilar Martín y no se opone a la consulta. «Yo lo que sí quiero es independencia económica», termina.

Frente a la cafetería en un parque infantil, Feli Rosco vigila a su nieto Pablo mientras éste se encarama a un tobogán. «Yo no soy separatista», explica, «pero tienen que ponerse de acuerdo. Si no consiguen hacerlo en esto que lo hagan en otras cosas, pero hay mucho trabajo que hacer».

El siguiente paso de la ruta fue el paseo Maragall. Allí, la dependienta de Flores Maruja, Viki Díaz, natural de Córdoba, sabe lo está sucediendo en el Congreso: «Que les van a decir que no. Siempre dicen que no a lo que sea, eso no está bien», asegura mientras arregla un mandarino japonés y añade: «Yo no quiero que mi dinero lo administren desde Madrid». Frente al puesto de flores, un ex trabajador de Seat, jubilado y orgullosos de sus 46 años cotizados, apunta que lo que sucede en el Congreso es un «paripé». No está a favor de la consulta, pero lo está aún menos de que «unos y otros estén gastando dinero en un debate en el que ya saben lo que les van a contestar».

Mientras espera el autobús 47 para ir al hospital de Sant Pau, Maria Jesús Garante también se posiciona al respecto del debate sobre la consulta catalana: «Estoy a favor de la independencia, pero hoy pierden el tiempo», dice refiriéndose a los representantes del Parlamento catalán. «No lo hacen bien, no saben explicar bien las cosas. Esto lo está moviendo el pueblo y los políticos van detrás», expone. Y continúa: «La gente está muy desencantada con la clase política». Es una idea que repiten todos.